HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Mambrú se tomó una cerveza…

Por Javier Arias
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Uno llega del trabajo por la tarde, y después de sortear a quinientos veraneantes que nos hacen pito catalán desde sus ojotas y reposeras, abrimos la puerta y nos dirigimos a la heladera con la intención de agenciarnos de una gaseosa bien fría para sentarnos en el patio o en el balcón a tomar fresco. Pero la felicidad nunca es completa, la heladera nos recibe con dos tupper con berenjenas, una jarra de agua, pero vacía y un sobre todo arrugado de mayonesa. Pocas decepciones son tan fulminantes como estas. Cuando ya estamos en un estado de frustración extrema y con la resignación de ir hasta el kiosco de la esquina a comprar un envase de líquido elemento vemos, al costado del escobero, que quedó una lata de cerveza nuevita y sin tocar, eso sí, a una temperatura infernal de 30° C. Sabemos perfectamente que será imposible tomar ese brebaje así como está. Entonces nos debatimos entre tres opciones, o lo metemos en el congelador y esperamos una media hora para disfrutar nuestro descanso tan merecido, o salimos y compramos otra más fresquita o directamente nos olvidamos de todo y prendemos la tele. Está visto que al hombre moderno no le faltan opciones, lo que carece es de alegrías.

Pero, alto ahí, querido lector, ¿qué me diría si le cuento que existe una cuarta opción, que lo dejaría sentado con su vaso fresco de cerveza en apenas dos o tres minutos? No, no se trata de ningún delivery de bebidas alcohólicas, aunque la idea tampoco es mala. No, no, lo que vamos a hacer es abusar de la ciencia y encontrar una funcionalidad más útil que aplazar alumnos en matemáticas.

Vuelva a la cocina, tome un recipiente en el cual quepa la tan a-temperatura-ambiente latita, llénelo de agua, échele un par de cubitos y derecho al congelador. En apenas 3 a 5 minutos tendrá su cerveza a una temperatura sumamente aceptable. Pero yo le había prometido una espera de entre dos y tres minutos, así que antes de poner el recipiente de agua y cubitos con la cerveza, agréguele un buen puñado de sal, listo ya puede ir a ponerse los cortos, que cuando vuelva tendrá su bebida en su temperatura justa.

Ahora que ya está disfrutando de su cerveza, mirando los pajaritos y reconciliándose con el planeta entero le voy a contar cómo fue que la ciencia le salvó la tarde. La sal logró que el agua se enfriara rápidamente sin llegar a congelarse, porque ésta, para disolverse necesita energía, que la toma de donde puede, en este caso del agua misma, y ¿qué energía tiene el agua en reposo?, exactamente, el calor. Por otro lado, el hielo comenzará a derretirse porque en contacto con la sal disminuye su temperatura de solidificación, y a su vez, para pasar de sólido a líquido también necesitará energía, tomando a su vez más “calor” del agua que lo rodea, enfriándola más rápidamente. O sea, con agua, hielo, sal y un congelador común hemos fabricado un superfrezzer de cervezas. ¡Salud!

Ahora no me diga que no es una excelente historia para contar esa misma noche. Aunque a decir verdad no puedo negar que la misma tiene aristas demasiado técnicas y no voy a pretender que lo tomen por un geniecito de la física cuántica, que una cosa es tomar cerveza fría y otra muy distinta cargar por siempre con el mote del plomo que habla de temperaturas y presiones. Pero no se preocupe, que en su defecto le voy a regalar una historia mucho más amena a una plática social, la cual hará, como siempre, las delicias de sus compañeros de juerga.

Dígame, ¿alguna vez escuchó esa cancioncita de “Mambrú se fue a la guerra”? Seguramente que sí, lo que estoy casi seguro es que no tiene idea quién es Mambrú ni a qué guerra partió. Según lo que escuché por ahí, el origen de esta canción infantil es francés y fue compuesta por sus soldados en el siglo XVIII para celebrar la supuesta muerte del militar inglés, John Churchill (1650-1722), duque de Marlborough, que había derrotado varias veces a los ejércitos franceses. La cosa es que en la batalla de Malplaquet (1709) los franceses fueron nuevamente derrotados, pero llegaron a pensar, erróneamente, que el general Marlborough había muerto, por lo que compusieron una canción burlesca que decía: “Marlborough s’en va-t-en guerre, Mironton, Mironton Mirontaine, ne sais quand reviendra”. El tema dejó de cantarse y había entrado en un olvido piadoso hasta que en el palacio de Versalles una de las nodrizas del delfín francés la hizo popular al arrullar al niño con esta melodía que gustó mucho a los reyes Luis XVI y María Antonieta. Y fue por la influencia de los Borbones, en España la canción se difundió rápidamente a finales del siglo XVIII, sobre todo, entre las niñas que la cantaban mientras jugaban a la rayuela. La pronunciación popular del difícil nombre Marlborough dio origen a la palabra
Mambrú, con la que se tituló la canción.

Una de las versiones más comunes de la letra es:
“Mambrú se fue a la guerra,
¡qué dolor, qué dolor, qué pena!
Mambrú se fue a la guerra,
no sé cuando vendrá.
Do-re-mi, do-re-fa,
no sé cuando vendrá.”

(Fuente: Disfrutalaciencia y http://www.elrinconde.com/mimetist/)

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