BIOGRAFÍAS IMPOSIBLES DE PERSONAS QUE DEBERÍAN HABER EXISTIDO

Antón de los Montes, el jilguero oriental de España

Aunque todos conocen quién es Antón Baldomero Montesinos como profesional, es a través de la lectura de su pasado como se podrá conocer el por qué de su trayectoria personal y artística, porque, vamos, que este presente no es más que el resultado de un sin fin de vivencias, o sea, que para llegar al hoy tuvimos que pasar por el ayer y antes, por el antes de ayer, que para eso estamos, digo, los biógrafos.
Como decía, Antón Baldomero Montesinos, más conocido por su nombre artístico, Antón de los Montes, no es un invento de los medios de comunicación social, sino que lleva sobre sus espaldas una historia digna de contarse. Por sus venas corren multitud de raíces. Podemos, arbitrariamente, iniciar nuestra cuenta en sus bisabuelos maternos, Doña Alba y Don Evaristo, quienes fueron emigrantes gallegos, que recalaron, por error en la reventa de pasajes, en la Guayana Francesa, cuando lo que querían era viajar por el fin de semana a Gibraltar. Llegados a la ciudad de Cayena y con apenas un bolso de mano y unos cuántos cigarros, sus bisabuelos debieron hacer de tripa corazón y de a poco se fueron acomodando, llegando a tener, a los dos años, a la pequeña Asunción. Desafortunadamente nunca lograron aprehender el idioma galo, por lo que marcharon hacia Venezuela, allí la pequeña Asunción se casó y a su vez engendró a Clarita. No quisiéramos detenernos en la paradoja del nombre elegido para una niña claramente mulata, hecho definitivo para el divorcio abrupto de Asunción de su esposo de origen holandés.
Por su parte, Clara, luego de una dura discusión con su madre Asunción, se escapa de su casa y huye hacia el puerto, donde conoce a Tiberio, un marinero senegalés que la socorre y le da asilo en su pequeña cabina del buque Andrómeda II, con destino Nueva York, Oslo, Pekín y Samarcanda, con sus respectivos puertos intermedios.
De esta forma Clara se hace una mujer de mundo, conociendo latitudes y longitudes nunca antes imaginadas en sus fantasías pueblerinas. Tiberio, del que nunca conoció su apellido, muere de escorbuto cerca de Cabo Verde y sus restos mortales son arrojados al mar. Clara, que hasta ese momento no había salido de la cabina, escondida a los ojos de toda la tripulación, finalmente debe asomar su piel canela a la luz del sol. Afortunadamente el primero que la ve es el capitán Comparelli, quien la pone a salvo de una marinería deseosa de hacerle una extensa y detallada visita guiada por las bodegas del barco. Comparelli pone rumbo al puerto más cercano en busca de dar asilo a Clara y a la vez evitar un violento motín.
Es así que Clara, a la tierna edad de 17 años se encontró en la ciudad de Chenai, sola y con una bolsita de plástico con sus enseres íntimos.
A esta altura se pierden un poco las crónicas de Clara en Chenai, también conocida como Madrás; al ser el área metropolitana más densamente poblada del mundo sus rastros biográficos se confunden con los millones y millones de personas que circulan a diario por la cuarta ciudad más grande de la India. Ciertos registros certifican su paso por cuatro tejedurías, dos panaderías, un restaurant étnico danés y el Museo de Historia Natural de Chenai. Finalmente, seis años después de su llegada a la India se rescata un dato significativo y completamente irrefutable, Clara contrae nupcias con el comerciante Alfonso Montesinos, quien se hace cargo de los tres hijos de Clara; Indra, de cinco años; Aakarshan, de tres y el pequeño Hui Lin, de dos años y claros rasgos orientales.
Alfonso decide radicar a la familia de vuelta en España, en la ciudad de Vigo, paradójicamente el lugar desde donde Alba y Evaristo habían partido originalmente.
A su llegada a la península ibérica, y a fines de lograr una mayor integración de su familia en la sociedad gallega, Alfonso renombra a sus hijastros como Felicitas, Inocencia y Antón Baldomero, respectivamente.
Así, de este sin par, complicado y multiracial árbol genealógico, Antón Baldomero vio la luz del ancestral puerto de sus mayores.
El resto de la historia del magnifico cantante y compositor en que se transformó Antón de los Montes, alias el Chino, es por todos conocida. Sólo nos queda disfrutar de sus creaciones y agradecer las vueltas del destino, que permitieron que la simiente del viejo Evaristo haya dado sus frutos.

Por Javier Arias
[email protected]

ÚLTIMAS NOTICIAS