HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Feliz, feliz en tu día

Este 22 de abril como todos los 22 de abril, fue el día de la Tierra, pero pasó más inadvertido que liposucción de Susana Giménez. ¿Será que tenemos cosas más importantes en que pensar que andar festejándole el cumpleaños a nuestro planeta? El Día de la Tierra es un día festivo celebrado en muchos países el 22 de abril. El pobre de Gaylord Nelson, senador de Estados Unidos, quien fue su promotor allá por 1970 debe estar la mar de contrariado, bueno, por fortuna para él ya no tiene que seguir sufriendo este desaire y desinterés, murió en el 2005, tiempo suficiente para darse cuenta de que si bien la lucha nunca es mucha, algunas veces es inútil. La cosa es que este jueves poco y nada se vio por estos lares que nos hiciera recordar del afamado día, cosas del bicentenario será.
Pero, usted, querido lector, que sí es una mente sensible y quiere dejar en claro que le interesa la ecología y el cuidado planetario, podrá declamar con la voz en cuello, en el asado de esta noche, que el legado de Gaylord está vivo. No, mejor diga que el legado de Nelson está vivo, que en estos días de rechazos judiciales a los casamientos homosexuales están bastante ríspidas las opiniones sobre el tema. Y recuerde, con tono solemne, que la primera manifestación a favor de la Tierra fue justamente el 22 de abril de 1970, cuando participaron dos mil universidades, diez mil escuelas primarias y secundarias y centenares de comunidades, logrando que Estados Unidos creara la Environmental Protection Agency, o sea, la Agencia de Protección Ambiental y una serie de leyes destinada a la protección del medio ambiente. La pregunta es si sirvió de algo, diga con voz cómplice, porque ya el hecho de haber dicho todas esas palabras en inglés seguro que le restó unos cuantos puntos en la improvisada audiencia.
Pero el asunto no es pasar por un doctorado en leyes y agencias norteamericanas, sino lograr la atención de nuestros convidantes, generando una reunión de ameno esparcimiento. Así que hablando de Tierra, pregunte si alguien sabe a qué distancia puede arrastrar el viento al polvo común. Una pregunta bastante atinada para nuestras latitudes, tan aquejadas ellas tanto de polvo como de vientos.
Seguramente nadie podrá responder tan pertinente pregunta –y si alguien se anima a hacerlo acállelo discretamente con un certero gricinazo al entrecejo- lo que le permitirá auto responderse y así lograr un clima favorable y placentero. Declare que ciertos estudios de 1999 demostraron que el polvo africano consigue alcanzar las costas de la Florida estadounidense, contribuyendo a que el aire en dicho estado sobrepase el nivel de calidad mínima exigida por la Agencia de Protección del Medioambiente. Parece ser que este molesto y poco ecológico polvo es impulsado por los potentes vientos del norte de África y transportado a una altitud de 6.100 metros, donde es capturado por los vientos transoceánicos. El tema es la poca interrelación entre las agencias norteamericanas, porque mientras la de Medioambiente lo mide, la de Inmigración no puede hacer nada para deportarlo. Cosas de la burocracia.
Pero si hablamos de distancias, uno de los misterios de la naturaleza es algo que tenemos justo debajo de los pies, enuncie señalando el suelo. Porque si bien se ha calculado la distancia exacta hasta el centro de la Tierra, que es de 6.378 kilómetros, aún no se sabe a ciencia cierta sobre qué caminamos; se cree que la parte más interna del núcleo es sólida, aclare con seguridad, pero, siempre hay un pero diga con un pequeño guiño sobre la casatta con charlote, la parte externa de este núcleo aparece derretida. El caso es que nunca hemos estado allí, explique con prestancia, de modo que nadie puede asegurar su composición exacta. Lo que sí se sabe es que, fuera de ese mentado núcleo de hierro, gran parte de nuestra Tierra es líquida. Y si consideramos que la cubierta sólida del planeta tiene apenas 66 kilómetros, ¡estamos parados sobre una piel de manzana!
De más está decir que si este último grito no ahuyentó a los que quedaban escuchando usted, atento lector, tiene la noche ganada.
Ahora sí, mientras pasa el dedo por el charlote que quedó en el plato, puede aseverar, sin temor a desatinos, que hace mil millones de años la Luna orbitaba mucho más cerca de nosotros, lo que acortaba los meses a sólo 20 días, y que esa sería una excelente solución para el proceso inflacionario, ya que podríamos cobrar los sueldos diez días antes. El problema justamente es que el dichoso y huidizo satélite terrestre se sigue alejando, a razón de cuatro centímetros por año, lo que a fines financieros nos augura un futuro muy, muy negro.

Nota del autor: Datos extraídos de las páginas web http://www.microcaos.net

Por Javier Arias
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