HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

De monumento a postal en un solo paso

Comenzaron las clases y con ellas la cuenta regresiva para las próximas vacaciones. Tiempos amenos que uno busca desenchufarse de la rutina diaria, sumergiéndose en paisajes y personajes nuevos, logrando a veces recolectar alguna que otra historia curiosa para contar a nuestra vuelta, especialmente los días de lluvia.
Y justamente encontré por allí la página de un amante de estas historias que integran los viajes y nuestras tierras, se trata del sitio de Axel Kiberl, desde donde, como él mismo nos dice, busca conocer, disfrutar y difundir las maravillas, las culturas, las costumbres, su gente y muchas otras cosas más acerca de los distintos lugares de nuestra Argentina.
Recorriendo sus textos me vengo a enterar que existe un pueblo que pertenece a tres provincias, y no estamos hablando de la tristemente famosa “triple frontera”, lugar tan apto para el comercio como para el tráfico ilegal entre Paraguay, Brasil y Argentina, ni tampoco a ese pueblito de Uruguay y Brasil por el cual siempre pasábamos con mi familia camino a, justamente, las vacaciones de verano. No, nada que ver, este pueblito es una verdadera curiosidad de nuestra geografía, Cadillo es su nombre, y lo comparten San Luís, La Rioja y Córdoba porque está enclavado justo en el límite entre las tres provincias. Nunca he estado por esos lares pero dicen que es todo un monumento el mojón que señala el punto donde convergen los departamentos San Martín de la La Rioja, Ayacucho de San Luís y San Javier de Córdoba. Está a apenas trescientos metros de la escuela, la cual está en tierras riojanas, pero si cruzamos la calle ya pasamos entramos en terreno puntano, y una cuadra más allá es suelo cordobés el que nos cobijará. Y uno tan acostumbrado a la pica entre barriadas imagina que esta provincialidad compartida podría traer más de un problema, pero el mismo Axel nos saca de dudas aclarando que sus pobladores carecen de estas cuestiones porque para ellos «sea que fueras riojano, cordobés o sanluiseño da igual ya que se vive bajo una misma bandera», y de ahí al “Viva la Patria, carajo” hay un solo paso.
Pero saliendo del centro geográfico y alcanzando el centro cívicocomercial de nuestro país nos encontramos con otro mojón que tiene sus propias características destacables. Se trata del Obelisco de Buenos Aires. Kiberl también nos regala con algunos datos por demás interesantes sobre ese monumento porteño, tan dado a las citas fálicas por todo psicoanalista que se precie.
Por ejemplo, pocos saben que el Obelisco de la Ciudad de Buenos Aires tiene una dirección y un número de puerta, ni más ni menos que el 1066 de la avenida Corrientes, aunque no tiene la placa en la entrada.
El tema de la historia es un poco más conocido, aunque no es malo recordarlo, para que la próxima vez que visitemos la capital podamos rememorar con seguridad, ya ante quien quiera escucharnos, que el Obelisco nació como un monumento conmemorativo al 400º Aniversario de la Fundación de Santa María del Buen Ayre, primera fundación de la ciudad de Buenos Aires, fundada por Don Pedro de Mendoza. Cuentan los que saben que el 3 de Febrero de 1936, el por esos días intendente, Mariano de Vedia y Mitre emitió un decreto que establecía la construcción de una obra conmemorativa del cuarto centenario de la primera fundación de la Ciudad de Buenos Aires, eligiendo como ubicación el sitio exacto en donde flameó por primera vez la bandera nacional, o sea, en la torre de la Iglesia de San Nicolás de Bari, el 23 de Agosto de 1812. Y usted, atento lector, se preguntará, ¿y dónde belines está la dichosa torre, iglesia incluida? Dicha iglesia pasó a mejores días ya que fue demolida justamente con motivo de la construcción del Obelisco. En otras palabras el tal Vedia y Mitre no se andaba con chiquitas, porque si hablamos de construir un obelisco, a la miércoles con la iglesia, la torre y casi cien edificios que fueron sacudidos para dar paso al ensanchamiento de la avenida 9 de Julio, que en aquel entonces se llamaba avenida Norte Sur.
Todo estuvo a cargo del arquitecto Alberto Prebisch, quien debe haber pensado en marcar un récord, porque toda la obra, con demolición incluida estuvo terminada para que el 23 de Mayo de ese mismo año se pudiera inaugurar.
Pero no se crea, estimado lector, que este grandioso óbelo fue aceptado de buenas a primeras por los porteños de esa época, que en todos lados se cuecen habas, y en aquellos tiempos, ni le cuento. El obelisco fue tema de fuertes discusiones y acaloradas polémicas. Con decirle que no tardó en ganarse tres o cuatro epítetos, uno más punzante que otro, “Pinchapapeles de acero y cemento”, “feo punzón”, “tachuela monumental”, “armatoste monstruoso”, “zángano”, “fea estaca” fueron de los más suaves y publicables. Hasta tenía cantito propio nos recuerda Axel, “En la Avenida 9 de Julio/ hay una piedra parada/ la llaman el Obelisco/ y no sirve para nada”, que no tendrá mucho vuelo poético pero parece que era la mar de efectivo a los oídos de los transeúntes ocasionales. Pero todo pasó de medias tintas cuando después de un acto eleccionario en el año 1938 se le desprendieron algunas lajas, hecho que sus detractores aprovecharon al instante y lograron que el Concejo Deliberante, con una votación de 23 a 3 decidiera tirarlo abajo. Aunque, y como toda postal de Buenos Aires que se precie atestigua, esa ordenanza nunca llegó a cumplirse, ya que fue oportunamente vetada por el intendente Arturo Goyeneche, que nada tenía que ver con el Polaco.
Así que ya sabe, cuando ande caminando por esas calles porteñas y levante la vista hacia su más reconocido monumento, que entre fàlico y porfiado, ha sabido campear los tiempos de nuestra patria como los mejores próceres de nuestra historia.

Nota del autor: Información recogida de la página http://esmiargentina.blogspot.com/

Por Javier Arias
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