HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

¡Digan cheese!

A veces funciona y a veces, no. Ese botonito de las nuevas cámaras de fotos que dice “no ojos rojos”. Pero la pregunta sería, por qué carámbanos salen los ojos rojos. Y como en esta columneta, querido y fiel lector, nos acostumbramos a responder este tipo de preguntas que nos quitan el sueño no vamos a dejar pasar tamaña oportunidad y vamos a darle con todo a la ignorancia colectiva. Eso sí, en una de esas ni nosotros mismos podremos entender la explicación.
Parece que la cosa viene por el lado de la velocidad de la luz, sí, la velocidad de la luz, veamos…
Los benditos ojos rojos salen únicamente cuando sacamos fotos con flash, así que la cuestión se restringe un poco. ¿Y qué pasa cuando sacamos una foto con flash?, bueno, que la luz que emite ese flash viaja desde nuestra camarita recién comprada en Mercado Libre a, bueno, la velocidad de la luz, que según los manuales es de 299.792.458 kilómetros por hora, además de que el flash emite una cantidad de luz suficiente como para iluminar lo que estamos enfocando, y por ende, cualquier punto de refracción, como ser un espejo, por ejemplo, devuelve también una cantidad importante de luz. Bueno, hasta acá todo ok, ¿no? La cosa es que si estamos en un lugar más o menos oscuro, como ser el patio donde festejan el cumple de quince de la prima Carlota, nuestras pupilas, si no consumimos ninguna sustancia extraña, estarán considerablemente abiertas para dejar pasar la mayor cantidad de luz posible para poder ver y no tragarnos a la tía gorda que está atacando sin prejuicios la mesa de dulces. Y, al momento del disparo del flash, esa pupila abierta no tiene tiempo, justamente por la velocidad de la luz que decíamos, a cerrarse, entonces, nosotros que estábamos mirando lo más sorprendidos cómo se engullía la tía Eduviges tres masitas frescas de un bocado, recibimos la luz del flash hasta la parte interior de nuestro ojo, la cual, sin filtro ni obstáculo rebota en las retinas proyectando el color rojo de los vasos sanguíneos que irrigan a la misma, obteniendo dos resultados, que en la foto nuestros ojos se vean rojos y que nosotros quedemos ciegos para lo que resta de la velada.
El mismo efecto se da en los gatos, y no me refiero a los que puedan haber sido invitados a la fiesta, sino a esos de cuatro patas y una cola larga; la única diferencia es que ellos ni se molestan en cerrar la pupila, por eso siempre se les ven los ojos rojos si los iluminás de noche.
Pero, afortunadamente luego de restregarnos por varios minutos los ojos y de un tambaleante trecho hasta una silla, logramos recuperar esforzadamente el sentido de la vista, aunque sea en un porcentaje necesario para comprobar que durante nuestra temporal ceguera la tía Eduviges dio rápida cuenta de lo que quedaba de las masitas, torta y los maníes de la picada. Con un suspiro elevamos la mirada al cielo y nos preguntamos, cuasi filosóficamente, ¿por qué, si hay infinitas estrellas, el cielo es negro?
Afortunadamente, por esas cosas de la vida y conveniencia de esta columna, a nuestro lado estaba sentado un astrofísico que se había perdido en la bajada de la ruta 3, quien nos responde con voz monótona que esa pregunta ya se la hicieron hombres como Tolomeo y hasta Galileo. Pero que gracias a los adelantos científicos, como el telescopio Hubble, ahora sabemos que las galaxias, como todo lo que llevan adentro, estrellas inclusive, están en constante expansión, se alejan entre sí a velocidades, justamente, y nunca mejor dicho, astronómicas. Al mismo tiempo esas estrellas, que se van, también emiten luz que viene, y viene a, sí señor, a la velocidad de la luz. Y que como el universo es grande, muy, muy grande y las estrellas, por más que sean muchas, muy muchas, es una cuestión de infinitos y velocidades de luces que van para allá, pero que emiten para acá, y algunas llegaron y otras están por llegar, la cosa es que nones, no alcanza para iluminar todo el cielo y por eso lo vemos negro y no blanco.
¿Se entendió? ¿Qué no? Bueno, que tampoco es fácil entender a un astrofísico y mucho menos después de una fiesta de quince. Mejor vayamos tras bambalinas, en una de esas la tía Eduviges aún no terminó con la pata de jamón y podemos rastrear algo entre los platos de la cocina. Que las preguntas filosóficas siempre me dan hambre.

Javier Arias
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