HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

¿Quién se paró primero, el huevo o la gallina?

Para los desmemoriados, el feriado de este lunes se debe al 12 de octubre, que “celebra” la llegada de Colón a América, comillas mucho más que oportunas en estos días que al revisionismo histórico algunos lo encaran con Itakas y detenciones.
Pero, tratando de dejar, unos segundos apenas, este tema de lado y recordándome a la fuerza que esta es una columna de lectura liviana, voy a pasar a un plano totalmente falto de certezas, como ya los tengo acostumbrados, como ser las reales motivaciones del marino genovés (o era catalán, uno ya se pierde con tanto dato inútil), Cristobal Colón, para embarcarse en su aventurada expedición.
Centenares de libros de escuela, manuales y maestras gordas afirman, sin temor a sonrojarse, que Colón era un visionario que sostenía que la Tierra era esférica ante la ignorancia de una época que la consideraba plana como un DVD (tentado estoy nuevamente de encarar para el lado de los tomates terraplanistas actuales, pero no, no, no, no, lectura liviana se dijo). Pero en este caso el axioma de que un millón de moscas no pueden equivocarse no tiene validez. No tiene validez porque no es cierto y no tiene validez porque, para ser sinceros, es un axioma totalmente inaplicable.
La verdad de la milanesa es que Colón nunca sostuvo que la Tierra era redonda. La discusión que enfrentó a Colón con los geógrafos de la corte, de Portugal primero y de Castilla después, no tuvo nada que ver con la esfericidad de la Tierra. Es más, contrariamente a la creencia popular de Colón como un adalid de la cordura frente a una manga de geógrafos alocados, muchos afirman que la postura del genovés era un completo disparate.
En aquellos años la redondez, esfericidad, curvatura, comba, arqueo, inflexión terrestre era un dato perfectamente establecido, es más, no sólo esta característica era conocida por todo el mundo, sino que hasta se tenía una idea muy aproximada de las dimensiones de la Tierra.
Desde hacía dieciséis siglos Aristóteles ya había establecido la redondez de la Tierra y 230 años antes de Cristo, Eratóstenes de Cirene había calculado su circunferencia en unos cuarenta mil kilómetros, cifra muy aproximada a la verdadera. Sin contar con el sistema astronómico de Tolomeo, del siglo II, que daba por supuesta esa redondez estimando la circunferencia terrestre en 30.000 km (ligeramente menor a la realidad).
Así que esa escena, que todos tenemos inculcada, de un tipo, que peleando con todo un séquito de astrónomos, saca un huevo y lo para terminando todas las discusiones geográficas es totalmente falsa, además de ser ridícula, diga la verdad, ¿qué es eso de andar parando huevos en discusiones científicas? ¿Qué cornos tiene que ver un huevo con la tierra? ¿Qué andaba haciendo el bueno de Cristóbal con un huevo en el bolsillo? Estoy completamente convencido que todo esto es una artimaña publicitaria de los productores avícolas con la que nos tienen hipnotizados hace años.
La cuestión es que Colón basaba su idea en una estimación totalmente especulativa sobre la distancia a cubrir entre Europa y las Indias navegando hacia el oeste: el Gran Almirante sostenía que se trataba, a lo sumo, de 4.300 kilómetros, y los geógrafos le contestaban que esa cifra era un disparate, y estaban mucho más cerca de la verdad que Colón: la verdadera distancia es de diecinueve mil quinientos kilómetros.
Cristóbal usó un mapa dibujado por el cosmólogo florentino Toscanelli y basado en afirmaciones un tanto arbitrarias de Marco Polo, según las cuales Japón estaba a dos mil quinientos kilómetros de la costa de China, modificó los cálculos de Tolomeo hasta obtener una estimación de 4.780 kilómetros para la distancia marítima entre Europa y Asia.
Y afinando el lápiz logró autoconvencerse de que Japón se encontraba sólo a 4.300 kilómetros al oeste de las Islas Canarias, distancia completamente ridícula, porque según ella, Japón estaba ubicado más o menos donde está Cuba. Esto era forzar demasiado la geografía de la época, y no es de sorprender que los cosmógrafos consultados por los reyes de Portugal y Castilla consideraran irrazonable la empresa. Naturalmente, no podían adivinar que en el medio se iba a cruzar todo el continente americano. Pero tampoco lo adivinó Colón que, además, cuando la tuvo delante, no se dio cuenta de que estaba en un nuevo continente y no en el Japón, y eso sostuvo hasta el final de su vida.
En pocas palabras, Colón no fue un visionario sino solamente un mal geógrafo que tuvo mucha suerte. Basándose en un conjunto de datos falsos, llegó a un lugar que no buscaba y conquistó una región que él creía ya tenía dueño. Una preciosura.

Por Javier Arias
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