RED DE SEGURIDAD ALIMENTARIA DEL CONICET

Analizan la sustentabilidad de la ganadería en Argentina

Casi como si fuera un pasaporte en el exterior, Argentina es reconocida mundialmente por tres rasgos que conforman su imaginario social: el fútbol, el tango y la carne. Esta última fue ganando fama a costa de años de historia bajo un modelo productivo agroganadero, con las llanuras pampeanas como escenario de una película que traspasó fronteras bajo la leyenda “carne de exportación”.
Su calidad no está en discusión, pero ¿se puede decir lo mismo de su desarrollo de manera sustentable? En un contexto mundial y local en el que cada vez más consumidores ponen el foco en nuevos hábitos alimenticios y el cuidado ambiental, un grupo de 45 investigadores de diversos organismos fueron convocados por la Red de Seguridad Alimentaria (RSA) del CONICET para relevar el nivel de la sustentabilidad de la ganadería argentina.

Investigación

El resultado fue un estudio interdisciplinario, con enfoques diversos, en el que se analizaron cinco ejes: los sistemas productivos de pasturas y pastizales; la competitividad asociada a acciones basadas en la sustentabilidad; el impacto ambiental de la cadena de producción de ganado y carne bovina; las emisiones de gases de efecto invernadero; y el impacto y tratamiento de efluentes en la cadena de producción.
En diálogo con la Agencia CTyS -UNLaM, el doctor Ernesto Viglizzo, investigador jubilado del CONICET y uno de los coordinadores del informe, explicó que “el impacto de la ganadería sobre el ambiente está directamente relacionado al stock nacional de bovinos y su densidad en una determinada región”. Bajo esta premisa, Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe son las provincias en las que las consecuencias pueden ser más visibles, ya que concentran el 70 por ciento del ganado.
Densidad y espacio son dos temas claves que se unen también en uno de los sistemas más cuestionados de los modos de producción de una de las cadenas más virtuosas de la economía nacional: los feedlots. Al respecto, Viglizzo aseguró que “sólo el 0,46 por ciento de los establecimientos del país engordan hacienda en feedlot e involucra solamente el 3 por ciento del stock bovino nacional”.
“Los feedlots (engorde de ganado vacuno en corral) grandes pueden tener un efecto contaminante puntual, a escala muy local, y en general están sometidos a fuerte control municipal. Muchos de ellos tienen esquemas desarrollados de tratamientos de efluentes, que es lo recomendado para minimizar su impacto ambiental”, puntualizó.

De gases y otras hierbas

La pandemia del COVID-19 dejó algo al descubierto en relación al cambio climático. Según el informe, durante el 2020 -año marcado por un fuerte confinamiento en todo mundo- hubo una caída temporal de entre 5 y el 10 por ciento de las emisiones de gases a nivel global, demostrando la gran responsabilidad que tienen actividades como la industria, el transporte y la generación de energía eléctrica, entre otros.
Las emisiones de gases que el ganado bovino genera durante su proceso digestivo, a través de la orina o por sistemas de manejo de estiércol, también están en el foco de la crítica por su impacto en el calentamiento global. Sin embargo, esta práctica nunca se detuvo y surge un interrogante: ¿por qué, entonces, su impacto no es tan palpable?
Para el ingeniero agrónomo la clave está en el ciclo: las plantas, el pasto y otras hierbas que crecen en el campo extraen carbono de la atmósfera y estas son comidas por el animal que procesa ese carbono y lo devuelve a la atmósfera, pero incorporando una molécula de metano.
Esto significa que el rumiante no agrega más carbono al ambiente, sino que lo recicla. En esto se diferencia radicalmente de otros sectores de la economía, que lo extraen como carbono fósil del subsuelo. Cuanto más carbono originado del petróleo se acumula en la atmósfera, mayor es su impacto sobre el calentamiento del planeta”, retrató.
De acuerdo con el documento, la mejora de la sustentabilidad de la ganadería se desarrolla, por un lado, reduciendo la emisión de estos gases de efecto invernadero y, por el otro, aumentando la absorción de dióxido de carbono de la atmósfera. Este último se logra a través del secuestro de carbono, un proceso por el cual las plantas que hay, por ejemplo, en las tierras de pastoreo, absorben el carbono presente en la atmósfera y lo incorporan a través de la fotosíntesis.
La tercera actualización de cifras publicada por el gobierno argentino, en 2019, sostiene que, del total de emisiones de carbono del país, un 37 por ciento proviene del sector agropecuario y, de ese número, un 41 fue emitido por la ganadería. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que la densidad de bovinos por hectárea, como promedio de Argentina, es mucho más baja que la de otros países y, además, estas cifras no toman en cuenta el potencial de secuestro de carbono. Es altamente probable que, si lo computáramos, haya un balance de carbono favorable para el país”, explicó.
Los investigadores sostienen que, si bien las emisiones por kilo de carne producida vienen mostrando en el país una tendencia negativa desde 1990 -explicada parcialmente por reducción de cabezas, aunque también por mejoras sustanciales de eficiencia del ciclo productivo-, esto no exime al sector de mayores esfuerzos para controlar y reducir las fuentes de emisión principales.

Un horizonte más verde

Con un panorama positivo, los especialistas concuerdan en que, si bien Argentina es un país que produce carne sustentable, hay varias cuestiones que se deben mejorar en vistas a un horizonte más verde. Por ello, realizaron una serie de recomendaciones para la creación de políticas tendientes a promover prácticas más sustentables que contribuyan con el medio ambiente y, al mismo tiempo, permitan el desarrollo competitivo de la actividad.
Entre ellas, se destaca contar con certificaciones ambientales sustentadas en conocimiento científico generado en el país; movilizar estrategias provinciales para el ajuste de la zonificación y la mejora de la aplicación de la ley de manejo de bosques; estimular la integración de la ganadería en rotación y el desarrollo de sistemas silvopastoriles; utilizar energías renovables; y profundizar la caracterización de la sustentabilidad en función de los ecosistemas/ambientes sobre los que se despliega.
Por su parte, Viglizzo resaltó como prioridad la necesidad de “poner énfasis en la tecnología”. “Se está avanzando en estudios y tecnologías que apuntan a reducir las emisiones de metano de los rumiantes, por ejemplo, mediante el uso de ciertas algas marinas que pueden ser incorporadas al alimento animal”, precisó.
También destacó la posibilidad de incentivar medidas que contribuyan a fomentar el secuestro de carbono, como una de las claves para reducir los gases de efecto invernadero. “La incorporación de praderas perennes, la fertilización, la forestación y la conservación inteligente de arbustales son decisiones y manejos que favorecen el secuestro de carbono. Hay que explotar todo ese potencial de las tierras de pastoreo, que ocupan más del 80 por ciento del territorio nacional”, concluyó. (Fuente: Agencia CTyS-UNLaM)

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