Página de cuento 856

The Wild: La leyenda del Rock – Parte 30

RD
Rosmarie Dell, nacida en 1958 en Jackson, Misisipi, pelirroja y rellenita. Era la hermana menor de tres varones que se ocupaban de las tareas del campo familiar. Su madre, una mujer calmada sin más expectativas que su familia, mantenía una tradición antigua de cenas y almuerzos reunidos al son de música folk y góspel, lo único que la ayudaba a salir de la mesa mientras sus hermanos hacían chistes tontos como ellos. Esas notas lograban que la mirada de Ros y la de su madre fueran sólo una, apuntando al cielo, cómplices de su secreto. Llevaban el ritmo con sus pies bajo la mesa. Su padre, trabajador en una granja orgánica, siempre estaba fuera de su casa, lejos. Renegando del cooperativismo y, cada tanto, en algún bar relajando tensiones económicas y familiares, excusas para no estar en su hogar.
La pequeña Rosmarie no tenía posibilidades, más que las propuestas de su familia para encarar su futuro. A Rosmarie no le gustaba su nombre, siempre pensó que no le quedaba bien y que no tenía cara para ser llamada así ni de ninguna otra manera.
En una oportunidad le pagaron a su padre, por un animal de granja, con una guitarra. No había instrumentos en la casa de los Dell. Teniendo ella 7 años estuvo en contacto con algo que acercó a su cuerpo y la hizo vibrar. Algo había en ese instrumento que pedía su abrazo y la incitaba a que lo tocara, por ahora, suavemente.
Acudió en secreto a su maestra de música de Jackson Public School, la señorita Kenia Davis, para que le enseñe a tocar las cuerdas. Le dijo a su madre que iría a aprender a cantar, única manera que pague por sus clases. Entonces, debía esperar, buscar o provocar situaciones donde poder salir de su casa con la guitarra sin que nadie se diera cuenta, sobre todo sus hermanos que la extorsionarían hasta denigrarla.
Ros transitaba la escuela evitando el cruce con sus arrogantes compañeras de la ciudad, ellas marcaban la diferencia. Le decían que tenía olor a granja, que debía hacer algo con su aspecto porque no conseguiría la mirada de un chico apuesto y que nunca saldría de ese pueblo hacia la gran ciudad.
Sus hermanos la trataban como otro varón, así es que sus modales eran bruscos, su modo de caminar se había criado en el barro y su cabello más rojo que el atardecer sangraba en el aire cuando el viento lo sorprendía sin ataduras. Pensaba que no necesitaba un hombre como su padre o sus hermanos. Ella quería algo más sin importar qué pero algo más grande que un simple trabajador rural.
Ovejas y caballos eran sus compañeros de notas escondidas en el granero. Practicaba y soñaba que los animales eran su público. Así fue avanzando con ese instrumento que la sacaba del campo y la llevaba a los grandes escenarios. Fue creciendo en Jackson de donde nunca salió. Sobrevivió a la Northeast Middle School, a la ropa de moda, a sus compañeras y compañeros, a sus profesores y a las sanciones por contestar “insolentemente” a los directores calvos.

Continuará…

Por Carlos Alberto Nacher
[email protected]

ÚLTIMAS NOTICIAS