HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Se le ve mustio el helecho

Andaba el otro día revisando los viejos textos que he publicado en esta columna y me di cuenta de que si bien hablé muchas veces de historia, algunas otras de esoterismo, otras tantas de cierta mitología contemporánea, toqué en varias oportunidades temas químicos y científicos y en varias oportunidades el reino animal, nunca hable de las plantitas, y me pregunto, ¿por qué nunca hablé de las plantitas?
Porque convengamos que las plantitas es un tema que recurrentemente surge en las charlas vespertinas, más o menos a las diecinueve o diecinueve treinta, vaya uno a saber por qué. Uno está discurriendo sobre los temas más dispares en una tertulia entre amigos y cuando se acerca esa hora siempre alguien mecha el tema de la oruga maniática que lo tiene acorralado con la margarita, u otro, como quien no quiere la cosa, pasa de la discusión sobre el nuevo entrenador de la selección nacional a cómo lograr que el drataegus tome forma de tetera galesa. ¿No le pasa a usted? ¿No? Bueno, no se preocupe, que algún día le llegará, como el chancho a cada San Martín. Y cuando ese día llegue no quisiera que se quede pagando sin poder meter bocado en una conversación acaparada por arbustos y legumbres. No vaya a ser que sus paisanos comiencen a dialogar sobre el reino vegetal y usted deba retirarse a un ominoso silencio que lo deje en un ostracismo social del tipo: “este de plantas lo único que sabe es que está prohibido pisar el césped”. Antes que esto suceda y deba recurrir a cierta violencia física como respuesta y le sacuda un berenjenazo por la cabeza al muy cocorito, le dejo aquí un pequeño, pero valioso compendio de datos que dejarán al más pretencioso a la altura de un poroto, para usar una analogía adecuadamente verduleril.
Sepa, antes que nada, que la naturaleza, en toda su fabulosa magnitud (vaya anotando este tipo de frases, que son ganadoras de por sí; ya la sola palabra magnitud tiene un hándicap difícil de superar), como le decía, la naturaleza nos ofrece una variedad de especies que no dejan de asombrar. Que no dejan de asombrar a los hombres, claro, las curcubitáceas no andan por ahí de sorpresa en sorpresa, sino que son las especies vegetales las que azoran al hombre, y las que, usadas hábilmente, lograrán otorgarnos cierta fama de conocedores del tema y fuente de consulta obligada.
Que si bien ya alguna vez mencionamos cuál es el animal más pequeño, o el más memorioso, también aquí se dan los extremos, que al final de cuentas, en este tipo de charlas mundanas, son los que destacan, en un gran arco de variedades desde árboles inmensos a flores a las que hay que mirar casi con lupa.
Por ejemplo, ¿usted, amable lector, me podría citar cuál es el árbol que más hojas tiene? No me diga que el del vecino, que le llena de hojas el jardín en marzo, porque si bien es una respuesta oportuna, no tiene ningún tipo de validez científica. No señor, es el ciprés, que puede llegar a tener 45 ó 50 millones de hojas del tipo aguja. Comparado con el roble, que tiene aproximadamente 250.000, son muchas hojas del tipo aguja.
También deberíamos saber que las hojas más grandes las tiene la palmera africana de rafia, que logran medir hasta 19 metros, por otro lado el Nenúfar Victoria Regia de la Guayana británica alcanza los 2 metros de diámetro y el bananero tiene hojas de hasta 6 metros de largo y 2 metros de ancho. Afortunadamente no vivimos en África, ni tenemos ningún vecino senegalés con añoranzas botánicas.
Ahora, no me diga que cuándo mencionó la palmera africana de rafia no logró acaparar la atención de la concurrencia. Bueno, no deje escapar el momento, sorprenda aún más mencionando que el fruto más pequeño conocido hasta hoy es la lenteja australiana de agua, que pesa 0,07 miligramos. ¡Eso sí que es una mini lenteja, señor!. Para hacer un digno plato de guiso de lentejas, ¿cuántas de éstas necesita? ¿cuarenta millones, sesenta?
No se preocupe, difícil conseguir lentejas australianas por estos pagos.
Otro dato sumamente interesante, también originario del continente negro, no toda la madera flota en el agua como nos han enseñado en la escuela, parece ser que la madera del Olea laurifolia, un árbol de África del Sur, cuya densidad es de 1,49 kilos por centímetro cúbico se hunde como trapo mojado, jorobado para hacer balsas.
Pero si dejamos de lado las dimensiones geométricas y valoramos, en forma mucho más filosófica la finitud del tiempo, debemos saber que el récord de hojas longevas lo comparten el laurel y el pino. Tardan seis años en caer, y eso es mucho tiempo, hasta para una hoja.
Un dato para quienes hacen dieta, si empezamos a tomar el café sin azúcar y vamos de edulcorante en edulcorante, no acepte nunca probar el Pentadiplandra brazzeana, un fruto de origen (adivinen…) africano, considerado el más dulce del mundo ya que 30 gramos equivalen a 60 kilogramos de azúcar. Mejor siga con el pepino, que es el fruto menos nutritivo, con un poder calorífico de apenas 16 calorías en 100 gramos.
Le diría que con esto ya se habrá forjado una fama considerable, suficiente para que las señoritas con problemas de jardinería acudan a su experto consejo, eso sí, nunca se haga el galante regalando una Ammorphophallus titanun, que por más exótico nombre que tenga, es considerada la flor más hedionda del mundo. También llamada la “flor de cadáver” ya que produce un nauseabundo olor a carne podrida y excrementos para atraer a los insectos polinizadores, y aunque su intención también sea la de polinizar, no creo que este sea el camino adecuado. No señor.

Por Javier Arias
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