Tocate una que sepamos todos

Por Javier Arias
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Atilio Lampeduzza cumple cincuenta años y para festejarlo viaja a Escocia con su amigo Juan Carlos y dos personajes más, Calcaterra y el Polilla. En Barcelona alquilaron un coche y llegaron hasta Londres.

– ¿Vos decís que me tengo que levantar para ir a un parque de diversiones de Harry Potter? ¿No te habrás confundido y querés hablar con tu hija adolescente?
La voz de Calcaterra era más peligrosa que sus propias palabras.
– No tengo hija adolescente –le respondió el Polilla dando un paso hacia atrás.
– Si me seguís jodiendo con pelotudeces te la fabrico en un rato.
– No entiendo muy bien la amenaza –le dijo por arriba de su hombro a Atilio que lo miraba desde la puerta.
– Veni que te explico… -le replicó Calcaterra palmeando sonoramente una parte del colchón.
– Dale, gordo, déjate de jorobar, siempre sos el primero en levantarte y con ganas de pasarla bien.
– ¿En qué universo es posible que la pasemos bien en una montaña rusa de Harry Potter?
– No tiene montañas rusas, Calcaterra –por fin se metió Atilio, pero siempre desde el pasillo, la atmósfera en ese cuarto era nociva para varias especies vivas de la tierra- Son los estudios donde se filmaron las películas, es un tour por los estudios, tienen el comedor de Hogwarts, la cabaña de Hagrid, el despacho de Dumbledore, la sala común de Gryffindor, hasta el callejón Diagon tienen, y la araña Aragog, y la máquina de vapor británica “Olton Hall”, y una maqueta a escala de Hogwarts para los planos exteriores, y el hipogrifo BuckBeat…
– Bueno, ya sabemos quién sacó las entradas –le respondió Calcaterra empujando las sábanas al piso de un tirón.
Finalmente, hora y media después, estaban entrando a los estudios, pasaron por un gran cine y entraron a un gigantesco hangar donde estaban armados casi todos los sets de las ocho películas. Y a los pocos minutos todos estaban disfrutando como púberes, incluido el rezongoso Calcaterra, que terminó subiéndose, a pesar de la cara de terror del pobre chico londinense que lo recibió, a una escoba sobre fondo verde para ver cómo quedaba volando en los monitores.
– ¡Mirá, mamá, sin manos! –empezó a gritar agitando los brazos ante el horror del aterrado muchacho.
En un descanso encontraron que vendían cerveza de manteca, y a todos les brillaron los ojos, y se pusieron en la fila.
– No creo que sea cerveza –dijo Atilio.
– No seas mala onda, ahí dice “Butterbeer”.
– Y yo fui a una Luna de Miel, y no había miel, no creo que sea cerveza, porque lo tomaban todos los chicos de Hogwarts y no creo que a Dumbledore le gustara que sus alumnos se emborracharan…
– No sé quién es ese Dumbo no sé cuánto, pero ahí dice beer.
Se sentaron, se acomodaron, brindaron golpeando las jarras de plástico y escupieron todos, menos Atilio, el primer trago en un largo “Pffffffffffffffffffffff”.
– ¡Esto no es cerveza!
– Pero es riquísimo –le respondió Atilio limpiándose la nariz de la crema.
Estuvieron toda la mañana recorriendo los estudios y pasado el mediodía fueron directamente al mercado de Portobello, que Juan Carlos había dicho que estaba alucinante y tenía razón. Lo recorrieron de punta a punta y fueron comiendo en todos los puestitos que encontraron.
A la tarde volvieron al departamento, era el último día en Londres y no querían perder ni un minuto, pero Calcaterra se quiso bañar. Nadie se opuso.
– Mirá este lugar… -le dijo Juan Carlos al Polilla mostrándole una página en el celular. El Polilla se estiró sobre la mesa: “¿Qué es eso?
– Un pub en la punta de un rascacielos, con bandas en vivo, música y cerveza de verdad.
– Quiero ir a ahí… -le contestó el Polilla.
– ¿Ir a dónde? –preguntó Calcaterra entrando a la cocina con una toallita minúscula atada a la cintura, que apenas le tapaba lo necesario.
– ¡Nooooooo! ¡Salí de acá! ¿Será posible que no se pueda tener un mínimo de decencia en este puto viaje? –le recriminó Juan Carlos.
– Yo también te quiero –le dijo Calcaterra mientras se apuraba a abrazarlo.
– ¡Se le cayó la toalla, se le cayó la toalla, se le cayó la toalla…! –empezó a gritar Juan Carlos mientras manoteaba inútilmente en el aire.
A la medianoche los encontró de nuevo a todos abrazados saltando en el piso 35 del Sky Garden mientras una banda de covers tocaba temas de Queen.
– ¡Tocate una que sepamos todos, flaco!
Y así se despidieron de Londres, mañana temprano, tal vez demasiado temprano para tanto rocanrol, saldrían hacia la anhelada Escocia.

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