Página de cuento 765

Kachavara For Ever – Parte 8

Por Carlos Alberto Nacher
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Brigitte se preocupó un poco y me tomó de la mano, a pesar de sus celos completamente fundados, Yo continuaba bajo los efectos del Esmuris, muchas consonantes y pocas vocales.
“Anthony, debes tomar todo esto con calma. En esta habitación ya sabemos todos que ya has descubierto la fórmula H23Z4K+1, y que debes conservar dicho secreto incluso arriesgando tu vida.” ¡La fórmula H23Z4K+1! La que había desarrollado junto a mi amigo y mentor, el profesor Fauzi Zongo, primo hermano de Abdul Zongo, el corredor de bolsos, quien me hubiera instado a continuar con mi investigación pesar de aquella desazón persistente, esa depresión que me invadía siempre y que me hacía pensar en abandonar todo y mandarlos a todos a la mierda. Pero… ¿Cómo lo sabía Brigitte? Y además, ¡Se lo había contado a los Ofori! La razón de todo esto es mi asombrosa falta de autoridad, uno de los más graves flagelos de nuestra época. Debí haber sido más firme, menos concedente, más comprometido, menos divergente. Es decir, más figueiredo y menos martinez.
“No te preguntaré cómo te enteraste, Brigitte, pero sí cómo lo supiste. ¿Cómo lo supiste?”
“Un día, mientras tú le hacías una visita íntima a Mahama, esa malvada yegua dicho sea de paso, yo esperé que se fueran juntos al dormitorio, y aunque cargada de celos y furia, me contuve y me metí en su cocina a través de los vasos comunicantes de la grifería compartida, y te revisé la valija, como venganza. Allí encontré entre tus revistas Condorito, un papel celofán con la fórmula del H23Z4K+1. Entonces la memoricé.” “¿Tú la sabes? Por favor Brigitte, ¿Me la puedes decir? Yo ya no me la acuerdo. Vendiendo esa fórmula podré reunir los fondos para devolverles el dinero a mi tía Chola y a la mafia calabresa. ¡Dame la fórmula y te juro que te amaré para siempre y te llenaré de jáureguis, y nunca más visitaré a Mahama Baye”.
En eso, se escuchó un ruido en un costado oscuro de la cocina. Una pared chirriaba, girando 180 grados, y, sonriente, con una sonrisa maléfica, apareció la imagen de la mujer fatal, de la bella donna, era Mahama, en baby doll rojo pasión, como siempre, que nos miraba a ambos. “Ajá” dijo en un susurro Mahama. “Con que estás tramando dejarme y cambiarme por esa chirusita, esa tilinga, esa mosquita muerta, esa mujer de comportamiento vulgar y afectado. Y tú te piensas que te desharás de mi tan fácilmente. Como si yo fuera un trapo viejo, manchado con aceite de automóvil usado. Jaja jaja jaja.”
Grande fue el asombro al ver y escuchar a Mahama en persona, sosteniendo en su mano izquierda un cigarrillo encendido, un gallastegui sin filtro.
Los Ofori, todavía debajo del marco de la puerta, estaban azorados, pero no por eso lograban sacar la vista de la comisura de los pechos turgentes de la diva, que los agitaba entre risas cómplices, los miraba y les cerraba los ojos con lentitud. Afuera había empezado a llover.
“¡Ahora verás maldita!”gritó desaforada Brigitte. “¡Me tenés harta! ¡Harta! ¡Hartaaaaaaa!”
No hay nada peor que andar gritándole a la gente, qué feo. Se lo hubiera dicho a Brigitte, con la intención de que mejorara su comportamiento social. Pero no era el momento. Brigitte estaba enloquecida, con una carga emocional sumamente negativa. Saltó a la posición de Mahama y la tomó de las mechas. Mahama respondió tomándola de las mechas opuestas. Y todo por mi, ¡Qué bueno! Corrí a separarlas, pero en el fondo me sentía orgulloso, me sentía muy garrido.
“¡Paren chicas! ¡Así no!”
Continuará…

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