Las víctimas de la ciencia – Parte 2
Por Javier Arias
La semana pasada, estimado lector, les contaba de los avances en la ciencia y lo que nos ha regalado la misma a nuestra acomodada vida del siglo XXI. Avances que muchas veces se ha logrado a costa de más de una víctima. Es que a falta de conejitos de indias, muchas veces los mismos científicos, en épocas pasadas, hacían de su mismo cuerpo el laboratorio necesario para demostrar sus hallazgos.
Así fue con Robert Bunsen, el mismo que le dio su nombre a los famosos mecheros que habitan en cuanta sala de química se precie en los colegios secundarios. Bunsen comenzó su carrera científica en el área de la química orgánica y murió de envenenamiento por arsénico. Pero poco antes de su muerte ya había perdido un ojo en una explosión de arseniuro de metilo.
Uno de los científicos que se llevan las poco esperadas palmas a los accidentes químicos es probablemente Sir Humphrey Davy, nacido en Inglaterra en 1778, su carrera se podría considerar un verdadero catálogo de desastres.
Sir Humphrey fue un brillante químico británico y a la vez inventor, pero ya desde su tierna infancia, como joven aprendiz, fue despedido de su trabajo en la casa de un renombrado boticario porque causaba demasiadas explosiones. Finalmente inclinó su carrera hacia el campo de la química, aunque tenía un hábito un tanto aventurado para este tipo de menesteres, a medida que realizaba sus experimentos no paraba de inhalar los diferentes gases que los mismos producían. Desde nuestra sana ignorancia podríamos deducir que este hábito no entraba dentro de los estamentos lógicos de salubridad y mucho menos de un químico experimental, pero fue justamente esta extraña conducta la que le permitió, obviamente en forma completamente involuntaria, el descubrimiento de las propiedades fuertemente anestésicas del óxido nitroso, elemento químico que luego utilizarían por años los dentistas para adormilar a sus pacientes. Pero el bueno de Sir Davy no se contentó con esta fantástica innovación, sino que justamente por ella acrecentó más aún su afición a husmear entre los vapores y emanaciones diversas, hecho que como usted bien se imagina, atento lector, no podía llegar a ningún buen puerto. Luego de sufrir importantes daños permanentes en sus ojos por una explosión de tricloruro de nitrógeno, Sir Humphrey Davy terminó sus últimas dos décadas de su vida inválido debido a las frecuentes intoxicaciones ocasionadas por su nariz inquieta.
Pero justamente a causa de la mencionada lesión en los ojos de Davy, Michael Faraday se convirtió en su casi obligado aprendiz. Y, como dice la sabiduría popular, el alumno superó al maestro, mejorando sensiblemente los métodos de Davy, especialmente sobre la electrólisis y dándose la posibilidad de hacer importantes descubrimientos en el campo de la electromagnética. Pero hubiera sido más saludable para Faraday si hubiera detenido en el campo de los logros la continuación de la carrera de su mentor, ya que por desgracia para él, también sufrió daños en sus ojos en una explosión de cloruro de nitrógeno. Demás está decir que pasó el resto de su vida sufriendo intoxicaciones crónicas a causa de los químicos.
No puedo seguir hablando de grandes científicos y sus desventuradas consecuencias con sus propios descubrimientos si no menciono a la maravillosa Marie Curie. Marie, además de ser la primera y única persona que recibió dos premios Nobel de la Ciencia en dos campos distintos, la química y la física, fue, junto a su esposo, Pierre, quien descubrió el radio en 1898. Pero, como usted, docto lector, bien sabe, no se trataba del aparatito por el que escuchamos el partido del domingo, sino el elemento químico que ocasiona la tan mentada radiación. Y así dedicó Marie el resto de su vida a la investigación y el estudio de la radiación y sus aplicaciones en diferentes terapias. Estudios e investigaciones que la expusieron a lo largo de años a este invisible veneno, contrayendo leucemia y muriendo en 1934.
Terminemos este viaje por la maravilla de la creación humana y de los caminos extraños que han llevado a nuestras más grandes mentes a fines dramáticos con la mención del más grande entre los grandes, Galileo Galilei.
Galileo vivió entre los años 1564 y 1642, dentro de los innumerables inventos y descubrimientos podemos contar entre ellos el perfeccionamiento del telescopio, que abrió la puerta al brillante universo para las generaciones futuras, pero que también, al tiempo que abría esa puerta, cerraba definitivamente su acceso al mundo. El caso es que Galileo estaba fascinado con el sol y pasó muchísimas horas mirándolo y admirándolo. A simple vista y a través de su telescopio, hecho que como bien se imaginará usted, terminó dañándole definitivamente la retina del ojo.
Es así que quien se conoce como el “padre de la física moderna” pasó los últimos cuatro años de su vida completamente ciego debido a su primer elemento de estudio, su amado y lacerante astro rey.
Nota del autor: Información recogida de la página http://es.wikipedia.org