Diez dólares para patentar el teléfono
Por Javier Arias
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Todos alguna vez escuchamos la historia de Graham Bell y su magnifico invento, pero ¿quién conoce a Antonio Meucci? Meucci nació en San Frediano, hoy un barrio de Florencia, Italia, el 13 de abril de 1808. Estudió ingeniería mecánica en la Academia de Bellas Artes, trabajó como técnico en varios teatros italianos hasta 1835, cuando partió a Cuba, al teatro Tacón de La Habana.
Antonio no era un personaje común, sino todo lo contrario, era un inventor nato. Había creado un sistema de comunicación en los teatros de Italia, un sistema de filtros para la depuración del agua y hasta introdujo el uso de la parafina en la fabricación de velas.
Tal vez uno de sus inventos más controvertidos fue el sistema de choques eléctricos para tratar las enfermedades. La cosa es que un día que iba a administrar los electroshock a un amigo, se alejó unos minutos de la habitación, su amigo habló y él oyó lo que le decía saliendo de los cables de cobre que unían los dos salones. Meucci, que además de inventor no tenía un pelo de zonzo, se dio cuenta enseguida del potencial que tenía el sistema y en 1850 viajó a Nueva York a desarrollar esta tecnología.
Cuatro años después, y luego de una de sus tantas noches en vela, definió: “El invento consiste en un diafragma vibrante y en un magneto electrizado por un hilo en espiral que lo envuelve. El diafragma, al vibrar el sonido de la palabra, en cada vibración altera la corriente del magneto y produce una serie de interrupciones eléctricas muy rápidas, como los movimientos vibratorios del diafragma. Estas alteraciones de corriente, al transmitirse a la otra punta del hilo, imprimen análogas vibraciones al diafragma receptor y reproducen la palabra”. O sea, el teléfono.
Pero como dice el dicho, la voluntad está, lo único que faltan son inversionistas, Meucci, en 1860, sólo pudo reunir veinte dólares para fundar la «Teletrophone Company» , aunque sí pudo organizar demostraciones prácticas de su invento para atraer inversores.
Pero las cosas iban a ir de mal en peor, volviendo de un viaje, explotó el vapor que lo transportaba, y Meucci quedó muy mal herido, teniendo su esposa que vender muchos de sus prototipos, incluyendo el del teléfono, a un joven desconocido por seis dólares.
A pesar de todo, el espíritu de Antonio no se quiso doblegar y volvió a reconstruir sus trabajos e incluso los mejoró. Pero al querer patentarlo se dio cuenta que no podía pagar el trámite, así que el 28 de diciembre de 1871 sólo presentó una prepatente en la que se indica lo que se va a patentar. Ya con la prepatente ofreció su invento a la entonces poderosa empresa de telegrafía Western Telegraph. Meucci habló con su vicepresidente, un tal Edward Grant, para mostrarle su telégrafo parlante.
Renovó la prepatente en 1872 y 1873. Pero no tuvo los diez dólares para hacerlo en 1874. Meucci se había quedado sólo, anciano y lisiado. Pidió a la Western que le devolvieran el material pero le dijeron que se había perdido.
Y es así que dos años después, en 1876, Alexander Graham Bell, un fisiólogo escocés patentó el teléfono. Lo presentó oficialmente en la Exposición de la Electricidad de Filadelfia de ese mismo año. El emperador de Brasil, al oír la voz distante que le hablaba gritó: “¡Hay una voz! ¡Oigo una voz dentro del aparato!”. Hasta sir William Thompson (más conocido como Lord Kelvin) con entusiasmo gritó: “¡Es el descubrimiento más grande del siglo!”.
Meucci, al enterarse, le dijo a su abogado que apelara en la Oficina de Patentes, pero nunca lo hizo, y aunque un amigo logró contactar con ella, le dijeron que todos los papeles se habían perdido. Investigaciones posteriores demostraron el arreglo entre los empleados de patentes y la compañía Bell.
Pero la paz de Meucci no acabó, más tarde hubo un juicio entre la Western Telegraph y Bell por la patente y salió a relucir que había un acuerdo entre las dos partes para repartirse los beneficios de la comercialización del «telégrafo parlante». La sociedad Bell tenía que pagar el 20% de los beneficios a la Western durante 17 años. Y una buena pregunta sería la razón de por qué debía pagarle Bell a Western… Si el invento supuestamente era de Bell.
Meucci logró finalmente llevar a juicio a Bell. Los abogados de la empresa trataron de callar por todos los medios a Meucci, pero éste logró exponer todos los datos y demostró la veracidad de sus afirmaciones. Así fue que el Secretario de Estado mostró públicamente que había pruebas suficientes para atribuir la prioridad a Meucci, por lo que la Suprema Corte Federal de Estados Unidos dio su veredicto durísimo e inapelable: “El italiano Antonio Meucci es reconocido como el primer inventor del teléfono y Bell es sólo un impostor”, pero, siempre hay un pero, los derechos de Meucci “habían prescrito en 1873, tres años antes de la patente obtenida por Bell”. Ni Meucci tuvo derecho a nada y a Bell no le sancionaron.
Meucci dedicó sus últimos años a intentar obtener el reconocimiento de sus derechos, pero era una lucha vana de un hombre anciano, solo y desconocido contra una sociedad multimillonaria; y así fue que los abogados de la rica compañía Bell (hoy AT&T) lograron retrasar año tras año el juicio hasta que el 18 de octubre de 1896 Meucci murió y el caso fue sobreseído.
Aunque la lucha de Meucci no fue olvidada, en 1923, la Orden de los “Hijos de Italia en EEUU” inauguró un monumento a la memoria de Antonio Meucci como “inventor del teléfono”. Y el 11 de junio de 2002 el Congreso de los Estados Unidos aprobó la resolución Nº 269 reconociendo que fue Antonio Meucci el inventor original del aparato, demostrando que el teletrófono de Meucci (como así lo había bautizado) se conoció en Nueva York en 1860, 16 años antes de que Bell lo patentara.
Estoy seguro que esta historia tiene una moraleja, pero como siempre odié las historias con moraleja, dejo a su buen criterio, amable lector, decidir cuál sería ésta. Hasta el sábado que viene, y como diría un destacado pensador contemporáneo: “Cuídense, hay mucho garca dando vuelta”.
Nota: Extraído del texto publicado por Fernando del Alamo para su sitio web http://www.historiasdelaciencia.com/