POR QUÉ LOS GATOS EXTINGUEN MÁS ESPECIES QUE CUALQUIER OTRO DEPREDADOR

Animalito e’ dios

Algunas especies exóticas como el cangrejo americano, el lucio, los sapos de caña, las ranas toro o los mapaches suelen copar las estadísticas y los informes sobre la implicación de los animales invasores en la extinción de especies. Sin embargo, pocos de ellos han causado estragos en la biodiversidad equiparables a los de una de las mascotas domésticas más encantadoras: los gatos.
Depredador, solitario y cazador implacable. Ágil, rápido, voraz y de fuerte instinto territorial. El gato es un cruel carnívoro, un animal a la vez cautivador e indómito que constituye una muestra de la perfección evolutiva. Estas características hacen de él una especie extremadamente reacia a la domesticación y propensa a la desobediente libertad.
Los gatos han extinguido a más vertebrados que ningún otro depredador debido a su cosmopolitismo, a su eficacia como carnívoros, a una enorme capacidad de adaptación que les ha permitido colonizar desde las islas subantárticas a las muy áridas y cálidas cercanas a los trópicos.
Pero también a una gran fecundidad que los convierte en una bomba demográfica muy difícil de parar.
La extinción más rápida de una especie la provocó un gato. Se llamaba Tibbles y era la mascota del farero de la isla Stephens, un pequeño saliente rocoso entre las dos islas principales de Nueva Zelanda. Allí vivía un extraño pájaro nocturno no volador parecido a un chochín que fue descrito en 1895 como Xenicus lyalli por el ornitólogo Lionel Walter Rothschild, un millonario que, después de comprar todos los ejemplares disecados, dedicó el nombre a D. Lyall, el farero.
Se conocen en total trece especímenes, los mismos que Tibbles puso en los pies de su amo. Aficionado a la ornitología, el farero los disecó antes de enviárselos a Rothschild. Desde entonces no se encontraron más ejemplares, por lo que este pájaro, en cuya caza se especializó Tibbles –que los descubrió y él solito los exterminó en el crudo invierno de 1895–, comparte con el dodo Raphus cucullatus el terrible honor de ser una especie extinta antes de ser descrita por la ciencia.

Devoran más de un millón de aves por año

Basándose en cálculos muy conservadores, algunos autores han estimado que los gatos consumen más de un millón de aves por año en islas como las Kerguelen, y se sabe que en sólo 75 años han hecho desaparecer varias especies de reptiles en islas pequeñas como Santa Luzía (Cabo Verde).
Sin irnos tan lejos, tenemos el caso de Canarias: la llegada del gato al archipiélago hace 2.000 años se considera una de las causas de la desaparición de algunas aves, de dos roedores gigantes y del lagarto gigante de La Palma.
A pesar de su pequeña estatura y de los encantadores memes de gatitos que llenan las redes sociales, los gatos domésticos (Felis catus) son máquinas de matar armadas con garras retráctiles, colmillos afilados y visión nocturna. Y estos potentes depredadores son todo menos melindrosos: siempre están al acecho de presas para cazar o de carroña para hurgar, porque comen todo lo que hay disponible.
Gracias a que los humanos han extendido los gatos por todo el mundo durante los últimos miles de años, estos feroces felinos, probablemente domesticados hace 10.000 años en el Cercano Oriente, viven hoy en todos los continentes excepto en la Antártida, y han sido introducidos en cientos de islas, lo que los convierte en una de las especies de distribución más extensa.
Debido a su cosmopolitismo, los gatos han alterado muchos de los ecosistemas en los que han sido introducidos. Transmiten nuevas enfermedades a muchas especies, incluida la humana, sus impactos ecológicos superan a los causados por felinos nativos y otros mesodepredadores, amenazan la integridad genética de los félidos silvestres, se alimentan de fauna autóctona, y han llevado a muchas especies a la extinción.
En conclusión, los gatos criados en libertad (es decir, gatos domésticos o no con acceso al entorno exterior) se encuentran entre las especies invasoras más problemáticas del mundo.
Un metaanálisis –basado en 530 artículos, libros e informes científicos que abarcan más de un siglo– ha servido para publicar el primer registro completo de los animales que devoran los gatos domésticos. La lista es larga: 2.084 especies diferentes han sido sus víctimas. La mayoría corresponden a aves (981 especies), seguidas por reptiles (463), mamíferos (431), insectos (119), anfibios (57) y otros grupos taxonómicos (33). Aunque las presas más comunes son ratones, ratas, gorriones y conejos, también hay registros de gatos cazando presas más sorprendentes, como las tortugas marinas verdes de Galápagos, emúes e incluso ganado doméstico. Algunas de las criaturas que figuran en la lista, incluidos los humanos, son demasiado grandes para que los gatos las cacen, pero reflejan sus tendencias carroñeras.
Casi 350 de estas especies figuran en diferentes listas rojas de especies en peligro de extinción y varias ya están extintas. Muchas son pequeñas aves, mamíferos y reptiles endémicos de islas que carecen de depredadores naturales parecidos a los felinos, lo que significa que las incautas presas carecen de respuestas defensivas. Once especies registradas, entre las que se cuentan el cuervo hawaiano, la codorniz de Nueva Zelanda y la rata conejo australiana de patas blancas están clasificadas como extintas.
Los datos del artículo son conservadores, porque los registros son una representación de lo que comen los gatos, que comen mucho más de lo que se puede identificar. Por ejemplo, aunque los insectos representan tan sólo algo menos del 6 % de las especies devoradas por gatos, la cifra probablemente esté subestimada debido a la dificultad de identificar restos de insectos en el estómago y los excrementos gatunos en comparación con los restos de plumas o de huesos de vertebrados.
Además de que el número de presas se incrementa proporcionalmente al de publicaciones, es probable también que, debido a que la mayoría de las fuentes utilizadas en el metaanálisis proceden de Australia y Norteamérica, el sesgo geográfico oculte la totalidad de las especies consumidas, porque los animales nativos de esos continentes dominaron el conjunto de datos. Con toda seguridad, investigaciones futuras ayudarán a comprender el impacto en las regiones extraordinariamente biodiversas de Suramérica, Asia y África, que descubrirán una multitud de criaturas en riesgo de extinción que terminan en el arenero de los gatos.
En todo caso, centrarse en los gatos es una especie de chivo expiatorio de un problema mucho mayor sobre nuestro compromiso ecológico. Si los humanos no cambiamos nuestro propio comportamiento para proteger la biodiversidad, ¿por qué deberíamos esperar que los gatos cambien el suyo?

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