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The Wild: La leyenda del Rock – Parte 29

Agosto de 1975: Entra Rosmarie
A quién se le hubiera ocurrido que una chica, de apariencia aniñada, aún con los correctores puestos en sus dientes, con una cabellera anaranjada, casi roja, que hacía juego con sus pecas, vestida con una pollera de cuero que llegaba hasta debajo de las rodillas, iba a romper todos los moldes del guitarrista macho del rock, que enamoraba a las fans hasta la locura.
De la mano de Frank, Rosmarie llegó a superar a todos los guitarristas de la época, los jóvenes aprendices se pasaban horas tratando de tocar sus riffs, sus variaciones, sus melodías asombrosas y originales.
En las escuelas, en las plazas, en los bares, se escuchaba continuamente aquel legendario riff de 4 notas que había creado Rosmarie para la canción “Smog on the closet”, un tema compuesto por Frank y dedicado a su amigo Smog, por ese entonces ya internado en el neuropsiquiátrico La Amistad Adults Camp de Orlando.
Volviendo a la canción que catapultó a Rosmarie a los primeros planos del Olimpo de los guitarristas de rock, no todo fue un lecho de rosas. Esta inmediata e inverosímil consagración de Rosmarie, de la mano de Frank, despertó el odio y la envidia de los grandes guitarristas ya consagrados, en particular guitar heros tales como Ritchie Blackmore o Eric Claxon, pero eso será parte de otro capítulo de esta apasionante investigación periodística. O quizás no, veremos.
Sin embargo, toda esta ruptura con los cánones no escritos del rock hasta aquel momento, no fue fácil al principio, es decir, al comienzo del primer recital con Rosmarie arriba del escenario. Pero, paradójicamente, ese recital debut que la rechazaba fue, al mismo tiempo su total consagración. Una mujer al mando de la primera guitarra de una megabanda de rock no era aceptado, ni por los colegas músicos, ni por gran parte del público, que a pesar de todos los gritos de libertad, todavía se veían influenciados por el machismo reinante de siglos.
El primer concierto en el que fue presentada Rosmarie arrancó con un público que, de tan sorprendido, paso del griterío enfermizo de siempre a un silencio casi ominoso, al ver a una mujer, una niña de pelo rojo, pecas y aparatos en los dientes, empuñando una Gibson Les Paul Custom negra, ocupando el sagrado lugar de la guitarra legendaria de Smog. Incluso se escucharon algunos silbidos, y las mujeres del público silenciaron sus gritos al verla moverse con sigilo entre sus ídolos.
Pero de pronto, a una señal de Frank, sonó el primer acorde, ensordecedor, de “No Satisfaction”, y Rosmarie hizo explotar los altoparlantes con un riff demoledor. El público, no obstante, seguía casi en silencio, se oyeron algunos silbidos mientras, de todas formas, seguían atentamente los movimientos de aquella pequeña mujer, tan sencilla como fascinante, como si le estuvieran tomando examen.
Llegó el solo de guitarra, y allí se terminaron todas las dudas. Rosmarie, que, sin que muchos la vieran, se había subido a un parlante de dos metros de altura, ataca al solo con un golpe ensordecedor en las cuerdas 4,5 y 6, impone una pentatónica que sonaba como una jauría furiosa en sus manos. La Gibson estaba en llamas, sus micrófonos daban la ilusión de querer saltar del cuerpo mismo de la guitarra. Así, de la misma manera, majestuosa e inverosímil. De pronto Rosmarie hace una pirueta y salta del parlante, para caer arrodillada sobre el escenario, sin dejar de tocar, con su cabellera rubia hacia adelante, sacudiendo como loca la cabeza mientras sus manos volaban sobre el diapasón de la Gibson, que a esta altura, ya quemaba.1
Entonces, se escribió un capítulo más de la historia del rock, un capítulo que destiló pura adrenalina.
El público enloqueció. Y Rosmarie, en una sola noche, pasó a la historia.

● Texto tomado del libro “Guitar Heros Compilation” (Bob Harvey Langstron, 1999, Music Biographies)

Continuará…

Por Carlos Alberto Nacher
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