HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Siempre alguien tiene la culpa

Cotidianamente utilizamos artículos que vaya uno a saber de dónde salieron, pero que son tan comunes a nuestra vida que jamás les dedicamos ni un segundo a analizar. Porque cuando uno arranca el auto todas las mañanas puede llegar a recordar que existió un tal Henry Ford que haya por el mil ochocientos se puso a construir coches uno a tras de otro inventando la tan mentada fabricación en serie. O tal vez, unas cuadras más adelante, al prender la radio, reconocer que a un tal Marconi hace una pila de años se le ocurrió eso de transmitir sonidos a larga distancia a través de las ondas radiomagnéticas. Pero, con una mano en el corazón, fiel lector, dígame si tiene idea quién fue el genial inventor que un día se cansó de andar pegándose los botones de los pantalones y creó el cierre relámpago. Tampoco tiene una estatua, como evidentemente merece, el creador del control remoto. Es que hay cosas que realmente nos facilitan la vida, o por lo menos que nos la hacen más llevadera pero que nunca nadie nos dijo a quién agradecerle por semejantes presentes.
En un humilde intento de revertir esta injusticia, estimado lector, hoy le acerco, para la cartera de la dama y el bolsillo del caballero, estas pequeñas historias que lograrán el solaz de sus contertulianos en las cenas de fin de semana, y a la vez intentarán aumentar el bagaje de datos innecesarios en nuestras seseras.
Si bien no tenemos para el caso de la hamaca, o columpio, un nombre y apellido a quien agradecerle tantas horas de sano esparcimiento, sepamos que, según cuenta la leyenda, el primero que empezó a utilizar este simpático artilugio fue el dios romano Baco, el mismo se columpiaba durante los ritos religiosos en la dura tarea de liberar las almas del purgatorio. Por su parte parece que los brahmanes –aquellos integrantes de la casta sacerdotal del hinduismo- creían que cuanto más alto se hamacasen, más crecería el arroz. Creencia bastante similar a la de los agricultores letones, que durante siglos dedicaron unas horas al día a columpiarse para ayudar al crecimiento del lino. Y uno que se hamacaba solamente para sentir el viento en la cara…
Otro ejemplo de aparatejos que nos dan felicidad sin pedir nada a cambio es el del dispensador de cerveza. Vamos, no me ponga esa cara, no me diga que cuando llega a una fiesta y en vez de botellas le ofrecen un buen porrón de cerveza tirada no pone cara de feliz cumpleaños. Y para este coso sí tenemos un nombre a quien adjudicárselo, Lloyd Copeman –apellido acertadísimo para un inventor tan relacionado al copeteo- creó el primer dispensador de cerveza a presión casero en 1935. Se trataba de un recipiente de cristal con un cilindro de gas carbónico en el centro, que al abrir una canilla daba presión a la cerveza. Brindemos por el bueno de Lloyd.
El caso de Ulrich Bóhme es más el ejemplo de la casualidad que de una vida de invenciones. El viejo empresario alemán buscaba un elemento decorativo duradero, y cansado que las flores se le secaran a los pocos días en los floreros, aprovechó la ancestral fábrica familiar e inventó las flores de plástico. Tan simple, tan fácil.
La silla de ruedas, por su parte, tiene muchísimos más años de antigüedad, allá por 1595 el rey Felipe II ya usaba una silla con cuatro pequeñas ruedas, asiento reclinable y un espacio para apoyar las piernas, aunque, a decir verdad, el poco dado a los ejercicios de Felipe lo usaba más como trono que para aliviar alguna dolencia física. El primero que le dio una utilidad sanitaria fue el alemán Stephen Farfler que en 1655 construyó una especie de triciclo de madera para su propia movilidad porque era parapléjico desde niño.
Los que sí la tenían clara eran los hermanos Charles y Joseph Revoson y el químico Carles Lachman, fundadores de Revlon y maraca registrada, el rojo Revlon, el primer esmalte de uñas obtenido a partir de los barnices para coches en 1932. Aunque el verdadero éxito comercial se lo deben a la explosiva Rita Haywort y sus hermosas manos de manicura.
Una de las cosas que más hacemos, y que nos van enterrando en deudas eternas es la venta a plazos o en cuotas. ¿Quién fue el genio comercial que inventó tamaño desatino? Fue ni más ni menos que Isaac Singer, el creador de las famosas máquinas de coser y justamente impuso esa forma de pago para comercializar su primer invento.
Y para cerrar esta pequeña entrega, atento lector, le confiaré quién inventó uno de los productos más polémicos de los últimos tiempos, la muñeca inflable.
Y no, no fue ni Hugh Hefner de la revista Playboy ni el novio de Pamela Anderson, no, aunque usted no lo crea fue el mismo Fuhrer, Adolf Hitler, en plena Segunda Guerra Mundial le pidió al doctor danés Olen Hannusen que creara un prototipo de muñeca hinchable para incorporar en las mochilas de los soldados para evitar las enfermedades venéreas y a la vez preservar la pureza de la raza aria. Hasta dio concretas instrucciones, la plástica señorita debía ser una linda mujer de piel blanca, melena rubia, dulces ojos azules,1,76 metros de estatura, labios y pechos grandes y un marcado ombligo. ¿Por qué debía tener pechos grandes pensara algún despistado? Per que me piache, habrá dicho el dictador alemán.

Por Javier Arias
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Nota del autor: Información recogida de la página http://curiosidadespeke.blogspot.com

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