Hecha la ley, hecha la trampa
Por Javier Arias
Desde que el mundo es mundo siempre hubo reglas a las cuales atenerse. Me imagino que hasta los australopithecus debían tener algún tipo de reglamento interno que buscaba una convivencia más o menos tranquila, por ejemplo si la rama está ahí es mía, si está afuera de la cueva es tuya. La cosa es que reglas, estamentos, prohibiciones y leyes son algo inherente al ser humano, aunque vivamos tratando de transgredirlas. Y aquí se nos plantea, querido lector, un dilema metafísico que puede llegar a quemar las neuronas del más pintado, ¿qué fue primero, la regla o el trasgresor? Porque uno se puede preguntar si está prohibido robar porque alguien alguna vez le manoteó el bolso a una señora en pleno mercado, y esa señora hizo tal escándalo que al final los buenos legisladores fueron, legislaron al respecto, y de un plumazo dictaminaron que no era bueno robar y pusieron la famosa ley pareja para todos. Pero también es justo pensar que estos mismos buenos legisladores, conociendo la natural inclinación del hombre (de cualquier hombre, no justamente de ese que manoteó el bolso en el mercado) de hacerse con lo ajeno, previendo que la situación se iba a poner espesa si no hacían algo al respecto, por motu propio y porque eran tan profesionales, dictaron la ley y chau pinela, el que roba se enreja.
Es que es un tema espinoso, como diría la zorra tratando de zafar de la zarza, motivo de discusión en los más altos claustros leguleyos, pero a falta de escaleras, nosotros seguiremos polemizando a esta altura, que arriba hace frío y da vértigo.
Pero hablando de leyes, tan de moda por estos días, que hay más noticias sobre abogados, jueces y fueros que de chicas que hacen topless en la playa (hecho que no hace más que demostrar la franca decadencia de nuestros intereses) estaba yo aburriéndome sanamente y en familia cuando me llegó un mail de un desconocido, quien me informaba que el mundo está regido por leyes ridículas. Y como para mí la palabra “ridículo” tiene un extraño magnetismo, el cual ya tengo perfectamente hablado con mi psicólogo, pero ese es otro tema, no eliminé directamente el mail y le regalé un par de minutos de mi atención.
Así fue que me enteré, por ejemplo, que en Francia está prohibido bautizar a un cerdo con el nombre de Napoleón. Hecho, creo yo, bastante difícil de probar, a menos que uno tenga una extraña predisposición a legalizar situaciones por demás hogareñas.
En Alemania una almohada puede llegar a ser considerada como un arma pasiva. “¡Policía, alto ahí, suelte esa almohada!” no suena muy convincente por cierto.
También me enteré que en Dinamarca intentar escapar de la prisión no es ilegal, sin embargo, si nos atrapan tendremos que cumplir el resto de la condena. Lo que es justo, es justo.
En Suiza están todos locos, debe ser por tener tantos relojes cu-cu, porque está castigado con multa dejar las llaves dentro del coche y la puerta sin traba. En Argentina esa ley no tendría sentido, no habría forma de probarlo, ya que la prueba del delito desaparecería en 3 segundos dos décimas.
Inglaterra es el paraíso de las leyes y jurisprudencias más impensables, será ese el pago por tener uno de los sistemas legislativos más antiguos. Si usted, atento lector, decide viajar a Londres, es bueno que sepa que es ilegal colgar la cama de la ventana. O que está prohibido pescar salmón los domingos, de la misma forma que estar borracho en posesión de una vaca. Ya sabe, guarda con la cama, los pescados, las vacas y el alcohol, siempre fueron una mezcla peligrosa.
En nuestro querido continente tampoco andamos con chiquitas, pero eso será para la próxima entrega de esta columneja semanal. No desespere, son sólo siete días, a menos que algún senador trasnochado decida legislar al respecto.