¿A quién le ganaste vos, piojo resucitado?
La llegada del verano y del calor, no sólo nos acerca la playa, el sol y las tardes con la panza al viento. La temporada estival nos trae también otras cosas mucho menos placenteras y que varios padres como yo ha sufrido y volverán a hacerlo. Querido lector, me refiero a los piojos, malditos bichos, que parece que cursaron estudios junto a las cucarachas, por lo menos la materia esa que dice que estos insectos son los que heredarán la Tierra. Si las cucarachas son tan inmunes a todos los embates del hombre al planeta, puedo estar seguro que los piojos son sus laderos más cercanos, porque ya no hay spray, champú o loción que sea realmente eficaz a la hora de que los púberes dejen de rascarse a cuatro manos cuando los presentamos a la tía Gertrudis, que vino de Polonia. Atento lector, haga un ejercicio simple, párese enfrente del mostrador de una farmacia y cuente cuántos productos distintos tienen contra la pediculosis y derivados, hay más etiquetas que marquillas de cigarrillos de un quiosco.
Y es que estos vecinillos tan poco atractivos han aprendido, a fuerza de fumigaciones, a esquivar siempre el bulto al palazo aniquilador. Sino que lo diga Napoleón.
Porque una cosa es hablar de pediculosis, tema tan actual como asqueroso a la hora de compartir una sobremesa, pero otra muy distinta es meter al gran general francés, diga que no. Usted, como lo imagino culto y altamente sapiente de la historia mundial, recordará que el Gran Corso alguna vez emprendió una larga campaña en busca de conquistar las inhospitas tierras de Rusia, allá por 1812. Pero, como también recordará, no le fue nada bien. El caso es que un grupo de científicos, tan aburridos ellos siempre y con ganas de andar investigando las cosas más disímiles, buscando respuestas a tamaño fracaso militar, analizaron la pulpa extraída de los dientes de los soldados que perdieron la vida durante esa campaña. No ponga esa cara de asco y siga leyendo que está interesante.
Estos tipos, investigadores de la Université –con acento en la “e” final, que lo hace a todo tan francés- de la Méditerranée en Marsella, descubrieron que muchos de los cuerpos tenían varios tipos de tifus y fiebre de trinchera, que no son otras que enfermedades transmitidas por, exactamente, perspicaz lector, los piojos.
El caso es que el fallido emperador había emprendido la campaña contra Rusia con 500.000 soldados, de los cuales sólo unos miles lograron regresar con vida tras superar el frío invierno, la guerra y las enfermedades. Así, unos 25.000 soldados se retiraron ese invierno a Vilna, actual capital de Lituania, de los que sólo 3.000 sobrevivieron.
Volviendo a los dedicados antropólogos, liderados por el doctor Didier Raoult, nos enteramos que lograron identificar tipos diferentes de piojos. Tres de ellos contenían ADN de la bacteria Bartonella quintana, causante de la enfermedad conocida como fiebre de trinchera -una infección que causa repetidos ciclos de fiebre muy alta- y que padecieron muchos soldados en la I Guerra Mundial.
También informaron que siete soldados contenían ADN de Bartonella quintana y tres dieron positivo al ADN de la bacteria Rickettsia prowazakii, la causante del tifus epidémico y entre cuyos síntomas se encuentran: fiebre alta, salpullidos, escalofríos, intenso dolor de cabeza, con sensibilidad o dolor en los músculos. Nada agradable, ni siquiera para esos tiempos, tan alejados de los antibióticos y analgésicos.
Y así publicaron que este hallazgo sugiere que las enfermedades transmitidas por los piojos de cuerpo como el tifus y la fiebre de trinchera pueden haber sido un factor importante que contribuyó a la retirada de Napoleón de Rusia.
O sea, esmerado lector, usted que reprime esos insultos tan a flor de piel cada vez que, peine fino en mano, arremete contra la cabellera de sus hijos, piense que afortunadamente tiene que lidiar con un solo tipo de piojos y que, sin lugar a dudas, más
Javier Arias
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