Ni te cases ni te embarques


Por Javier Arias

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Se acercan irremediablemente las vacaciones y las fiestas. Uno ya empieza a discutir que la Navidad la pasa con la tía Alberta, pero en Año Nuevo no piensa invitar al primo Ricardo, ese que no para de criticarnos el coche y se divierte tirando cañitas voladoras apuntando a la ventana de nuestro vecino. Pero el tema de las fiestas ya lo desarrollaré en otra entrega, que da para más de una página. El tema que quería exponerles eran las vacaciones, porque más de uno debe estar ya armando el viajecito liberador, para despejar la cabeza y escapar al tedio cotidiano.
Estudiar los precios de los hoteles, comparar unos con otros, discutir si es mejor ir en coche o dejarlo y tomar un micro, descartar el avión para compensar y poder almorzar todos los días, descubrir que la valija que heredamos del abuelo es nido de un par de roedores que nos miran con cara de pocos amigos cuando tratamos de sacarla del desván, o sea, todos los deleites y placeres de las pre vacaciones.
Pero un tema central de la discusión será el día de partida, obviando la guerra campal que se desatará en el ámbito laboral para llegar a un acuerdo pacífico, y sin recurrir a matones a sueldo, entran en juego también, y no me diga que usted no cree en esas cosas, la superstición del famoso trece. Porque este año, señor lector, si usted no se ha dado cuenta aún, el cambio de la primera quincena de enero cae un viernes trece, que según dicen las viejas, ni te cases ni te embarques.
Tengo un amigo que de puro cascarrabias y contrera no sólo se embarcaría el trece sino que fijó su casamiento para ese trece, pero eso es harina de otro costal.
¿De dónde cornos salió la superstición que ahoga a un pobre numerito en la ciénaga de la mala suerte? Porque si hay un día nefasto entre los más nefastos días, es el martes y trece, o su equivalente anglosajón, el viernes trece, el que nos toca este verano.
Dicen que el origen de considerar fatídico el número 13 está en la Última Cena, en la que se reunieron 13 comensales, Jesús y los doce apóstoles, con el resultado por todos conocido. Por eso desde aquella época es de mal agüero reunir trece comensales alrededor de una mesa, ya que existe la creencia de que si se hace tal cosa, uno de los comensales morirá al día siguiente. Más tarde las connotaciones negativas se extendieron a otros ámbitos y se trasladó a las cosas más inverosímiles, como eliminar habitaciones con tal número e incluso pisos número 13. Si alguno de los lectores ha tenido la suerte de viajar, más de una vez habrá notado ascensores americanos que saltan del piso 12 al 14, ¿y el 13?, bien gracias, vaya a discutir con el arquitecto.
Y si queremos podemos agregar a las leyendas nórdicas, que hablan de 13 espíritus del mal, o que la venida del Anticristo y la Bestia aparecen en el capítulo 13 del Apocalipsis y sin contar que en el Tarot este número hace referencia a la muerte
Hasta acá la explicación ¿lógica? del trece, pero ¿qué tiene que ver el martes?
Respecto al martes, muchos dicen que el origen se encuentra en la derrota que sufrió en Játiva, un martes, don Jaime I el Conquistador, pero como nadie sabe donde queda Jativa, y mucho menos quién belines es ese don Jaime, que si era conquistador, mucho no debe haber recorrido porque nadie se acuerda de él, parece que el verdadero motivo se debe a la asociación con el dios Marte, el dios romano de la guerra, relacionado con la sangre y la muerte. También la leyenda narra que un día martes 13 se produjo la confusión de lenguas en la Torre de Babel…
Ya sé, ya sé, no solo suena un poco tirado de los pelos, sino que ni siquiera explica lo del viernes, pero denme tiempo, ¡qué cosa, che, no sean impacientes!
Como dijimos, en cuanto a los anglosajones no es el martes sino el viernes. Según dicen, el origen también viene desde el punto de vista del cristianismo, ya que es tenido por día fatídico porque Jesús murió en viernes. Pero cuentan que la superstición se vio incrementada por la imprudencia de un capitán llamado Friday (viernes, en inglés). Parece que este tal Friday era un marinero con muy pocas pulgas y poco dado a esto de las cábalas y supersticiones y se negó a que se colocara la moneda de oro debajo del mástil de su nuevo barco (antigua tradición naval), y también se negó a que se atara la tradicional cinta roja al primer clavo que se empleó en su construcción (otra antigua tradición naval, para atraer la buena suerte a la embarcación y a protegerla de todo mal, miércoles que es casi un glosario de creencias, no es fácil hacerse a la mar…). El asunto es que no contento con todo esto, ordenó que la construcción del barco comenzara en viernes. Y encima, embarcó en viernes. Demasiados viernes para un solo tipo, adivinen como termina la historia… Obviamente ni del barco, ni del capitán ni de la tripulación nunca más se supo. Es que uno no es prejuicioso ni supersticioso, pero tampoco eso de andar sumando exponencialmente el mal agüero. Lo único que le faltaba era cruzarse a un gato negro mientras caminaba rompiendo espejos con los tacones, y pasando por debajo de cuanta escalera se le cruzara.
¿Más conformes? ¿No? ¿Siguen sin creer en la mala suerte del martes-viernes 13? ¿Y si les digo que hasta científicamente la aversión o fobia al número 13 recibe el nombre de “trisdecafobia” o “triscadecaifobia”? ¿Tampoco? Pero ustedes son más difíciles de asustar que perro con hueso nuevo.
Para aquellos que sí andan con pie de plomo cuando se acercan estas fechas, les dejo algunas de las frases que aplican, que aunque las brujas no existen, que las hay, las hay:
En martes ni te cases ni te embarques.
En martes ni gallina eches, ni hija cases.
En martes ni hijo cases, ni cochino mates.
En martes ni tela urdas, ni hija cases, ni las lleves a confesar que no dirán la verdad.
En martes ni tu casa mudes, ni tu hija cases, ni tu ropa tajes.
Así que ya sabe, si pensaba echar a una gallina, espere al 14, porque el 13 está prohibido.

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