HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Un Picasso de segunda selección

Póngase en situación. Uno decide aprovechar que las tardes se alargan y el clima invita y sale a caminar, del brazo del ser amado, o del que se pretende amar, por lo menos. La rambla es extensa y se pone rumbo al Indio, bueno, al pedestal en mantenimiento del Indio en este caso. Las luces comienzan a encenderse, la luna se acuesta sobre el regazo expectante del golfo y las estrellas comienzan tímidamente a presentarse. Uno aprovecha la situación, viejo lobo de mar, y acorta los pasos, comienza a realizar casi inadvertidos roces con el pendular de la mano y cuando ya se apresta a dar la estocada final ocurre lo impensable. Dos galaxias se pegan un palo de novela. Así no hay romanticismo que valga.
Dígame sino es algo que no pasa todos los días, aunque todo haya comenzado, según nuestros amigos los científicos, hace más de quinientos mil años, eso que dos galaxias vayan y se choquen entre sí. Porque mire que hay espacio en el ídem, ¿qué pretenden? ¿semáforos intergalácticos? Después uno se preocupa porque las sendas peatonales se despintan con el paso del tiempo…
Pero esto no es algo para desdeñar, no vaya a ser que no estemos mirando bien para delante y nuestra propia y querida Vía Láctea vaya haciendo eses y termine estrolándose con alguna otra, en su devenir casi, casi caótico. Porque, según mis conocimientos astronómicos, que a decir verdad no son muy extensos, no escuché nunca que tengamos algún recorrido predeterminado, galácticamente hablando. Y encima todavía no se creó la carrera de controladores aéreos espaciales, ¿quién va a estar controlando el espacio para evitar que se la den de frente dos gigantes de esos?
Pero si hay alguien a quien no le mueve un pelo esto de los choques intergalácticos es a Steve Gin, el magnate de Las Vegas, dueño de casinos como el famoso Bellagio o el Mirage. Es que a este buen señor, a quien muy suelto de cuerpo se le ha escuchado decir que “el dinero no significa nada para mí”, justo cuando estaba por entregar un Picasso auténtico que había vendido por ciento treinta y nueve millones de dólares, le dio terrible codazo que le hizo un agujero en la tela; como para andar preocupándose con las galaxias, ¿no?
El asunto es que el viejo Steve, estaba con unos amigos festejando la venta de “El Sueño” del genial catalán, que entre comillas, se había transformado en un record en el mercado de piezas de arte, y decidió que era un buen momento para mostrarla por última vez. Y no va que cuando baja el brazo lo hace con tanta mala suerte que le hizo un agujero negro del tamaño de un dólar de plata.
La respuesta del comprador no se hizo esperar, “de acá” parece que se escuchó en un rincón de Las Vegas, a lo que Gin se encogió de hombros y dijo no había problemas, que se quedaría con la obra y trataría de arreglarla. “Gracias a Dios que fui yo” dicen que dijo, aunque nadie, sabiamente, preguntó qué hubiera pasado si hubiera sido otro.
Pero siguiendo con las noticias curiosas y sobre arte, -¿vio qué cultural que me desperté hoy?-, al que también estoy seguro de que el choque de las galaxias no le importa un pepino japonés es al cura del templo de San Bartolomeo della Certosa, en Génova, donde tenían guardado un cuadrito en un depósito del fondo porque durante años les habían dicho que era una vulgar copia, pero la prensa italiana difundió que expertos habrían dictaminado finalmente que el lienzo no era ninguna copia, sino un original, hecho y derecho, del pintor Caravaggio. Parece ser que después de un trabajo de restauración al que fue sometida la obra, de más de dos metros de altura, descubrieron que la pintura, que es muy parecida a otra con el mismo nombre que está en Prato, Toscaza, era una obra recontra auténtica del gran artista italiano.
Y para que no digan que el diario no educa le voy a contar que Caravaggio habría realizado esta obra durante su residencia en Génova, allá por el año 1605, cuando se refugió tras su huida de la justicia de Roma. El artista italiano, uno de los mayores exponentes del barroco temprano, murió cinco años después.
Ahora, entre nosotros, vaya nomás a caminar por la rambla, porque si nos vamos a andar haciendo problemas por los choques galácticos o los codazos millonarios, no va a haber antiácido que valga.

Por Javier Arias
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