FRENTE AL AVANCE DE LAS PANTALLAS

Buscan rescatar la importancia del libro en la cultura argentina

En Argentina, el 15 de junio pasado, se conmemoró el Día del Libro y esto se debe a la iniciativa de un grupo de mujeres. En 1908, se entregaron los premios del concurso literario organizado por el Consejo Nacional de Mujeres de la República Argentina. Dieciséis años después, en 1924, el mismo Consejo logró que el presidente Marcelo T. de Alvear firmara un decreto que declaraba el día como Fiesta del Libro. “Es del mayor valor educativo consagrar un día especial del año a la recordación del libro como registro imperecedero del pensamiento y de la vida de los individuos y las sociedades y como vínculo indestructible de las generaciones humanas de todas las razas, lenguas, creencias, etc”, citaba el decreto presidencial. Luego, en 1941, una resolución del Ministerio de Educación cambió la denominación por Día del Libro, que se mantiene hasta hoy.
El fundamento de esta efeméride es, entonces, el gran valor cultural que tienen estos objetos que acompañan a las personas desde la infancia. Así lo explican dos científicas del CONICET, Laura García y Ana María Risco, investigadoras del Instituto de Investigaciones sobre el Lenguaje y la Cultura (INVELEC , CONICET-UNT). Y resaltan también la importancia de su gran diversidad de formatos y soportes, como herramientas para sostener la experiencia sensible de apropiación de las historias y de las palabras.

Transmisor cultural

“Como dispositivo cultural, los libros representan la posibilidad de encuentro con un sujeto ausente y el viaje imaginario a otro tiempo y a otro espacio; a la vez, ese encuentro nos brinda noticias de nosotros mismos”, reflexiona García, y agrega: “si bien puede haber muchos libros alrededor, para que esas historias, esos cuentos, esas novelas se conviertan en una pieza significativa en mi memoria tienen que haber estado mediadas por un proceso de singularización Y son ese tipo de experiencias estéticas las que necesitamos seguir promoviendo.”
Por su parte, Risco reflexiona sobre los libros como transmisores de cultura: “el término ‘transmisión cultural’ proviene de la antropología. Aplicado a los libros, los describe como instrumentos de endoculturación, es decir, modos de transmitir la cultural generacional propia del estado de la sociedad, en nuestro caso, la globalizada. En este punto es indiscutible su relación con el sistema de valores -en este caso, cívicos y morales- que se busca establecer y fortalecer en una comunidad en un momento determinado. Un claro ejemplo de la versatilidad de los contextos se constata en las censuras, las quemas, los secuestros y las prohibiciones de libros ‘marcados’ como nocivos, dependiendo de los intereses del grupo dominante de una sociedad. El caso más reciente en Argentina se cometió durante la última dictadura militar.”

¿Por qué fomentar la lectura?

“La lectura puede pensarse como estrategia de resistencia a la inmediatez del presente. La lectura intensa y lenta que nos exigen algunos textos y géneros –como la poesía- se presenta como una forma subjetiva de resistir la voracidad de este tiempo. La lectura literaria requiere de la lectora o el lector una profunda disponibilidad para vincularse con el lenguaje y para poner en suspenso el orden cotidiano del mundo”, enfatiza García, e insta: “Como lectores somos herederos de un acervo cultural inconmensurable y como mediadores necesitamos acercar a las nuevas generaciones a esos textos disponibles y gratuitos en los libros y en las bibliotecas. Porque en ese marco que ofrece la cultura los sujetos pueden inscribir sus propias experiencias y ampliar sus propias representaciones del mundo.”
Desde el punto de vista simbólico, Risco propone no sólo ver al libro en su forma material, sino disociar su lectura del objeto, y lograr una diversidad de formas de acceder al contenido de los libros sin leerlos; por ejemplo, escuchando las referencias de otros lectores. “Por supuesto, esta modalidad está a contramano de la industria editorial, pero se aproxima a una realidad cotidiana e invita a repensar el concepto del libro objeto como único acceso a la lectura”, resalta. (Fuente: CONICET)

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