HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Combatiendo el fanatismo teísta

Bueno, si nadie se dio cuenta se acabó el verano. Es tiempo de revolver en las cajas que oportunamente arrojamos a lo alto de los placares, al grito de “Esther, ¿dónde guardaste mi pulóver verde, el de las pintitas azules?”. De la misma forma es tiempo de ir archivando las bermudas de colores para reemplazarlas por pantalones de frisa oscuros. ¡Qué estación de miércoles esta que esconde tanta piel debajo de tanta lana!
Pero, bueno, que no todo es malo, también se recuperan algunas prácticas, que en el verano, por el calor y la humedad reinante, dejamos sabiamente de lado. Con el frío volvemos a aceptar esos potajes humeantes y disfrutar más gratamente de las tazas calientes de té, además de no sentir excesiva culpa por mandarnos dos kilos de tortas fritas, total la panza, con tanta ropa, minga que se ve.
Pero detengámonos un segundo en la taza de té, a mí personalmente no me gusta nada eso de echarle leche, hasta les diría que me da un poco de asquito, así que cuando veo que lo hacen miro para otro lado y listo. Y justamente esto de mirar para otro lado me deja una duda, casi, casi, existencial. ¿Qué se echa primero, el té o la leche?
Si bien hay tantas maneras de preparar un té que hasta los propios británicos no deben estar de acuerdo, por lo que me contestaron por acá, hay una especie de acuerdo tácito; si se quiere tomar té con leche, se debe echar primero la leche y sobre ella el té. De la misma manera, concuerdan en que la leche debe estar fría y sin que previamente haya sido hervida.
Y, claro, la pregunta obligada, ¿por qué? ¿eh?
En esta columna ya los tengo un poco acostumbrados a algunas explicaciones pseudo científicas, acá va otra, así que prepárese, que aunque no lo crea, es interesante, y además es una historia curiosa más para recopilar. Parece ser que los taninos son uno de los principales componentes del té, siendo los responsables de su sabor amargo y astringente. Yo de los taninos ya había escuchado, pero cuando me hablaban de vinos, borracho de mí, y no se me haga el abstemio, que seguramente también ya conocía la palabrita.
La cosa es que al añadir leche al té, los taninos se unen a las proteínas de la leche y así disminuye en gran manera su astringencia.
Pero si se echa la leche sobre el té caliente, las proteínas de aquella pierden su capacidad de enmascarar a los taninos. Por eso, al echar el té caliente sobre la leche fría se consigue que la temperatura de ésta aumente lentamente, dándole tiempo a la leche a realizar su tarea, anulando a los taninos y haciendo más suave el sabor final. ¿Y qué tenía que ver la leche hervida? De la misma manera, en la leche hervida, las proteínas ya se encuentran desnaturalizadas, y por ende sin ganas de andar persiguiendo ni taninos, ni toninas.
De todas formas, con ciencia o sin ella, a mí el té me gusta solo, y con dos de azúcar.
Y si me dan un minuto para elegir, prefiero el café negro. Y ahí saltan seguramente los teístas, que no tienen nada que ver con la religión, sino que son los fanáticos del producto inglés. Que sí, que fanáticos hay para todo, y ¿por qué no de la colación británica? El tema es que van a saltar estos tipos y me dirán, “¡No, que el té es más saludable, y si es por despertarte también tiene cafeína!” ¿Y desde cuando tiene cafeína? preguntaré yo, no me joroben, es lo mismo que me digan que Ronaldinho va a jugar para la selección sueca. El café tiene cafeína, y el té, tendrá teína, qué tanto. Pero no, mire usted, que el té tiene un 3% de cafeína, que le confiere su poder estimulante y en menor medida tiene teobromina y teofilina, pero yo no pregunté por la familia, ya que a estas dos no las conozco pero deben ser tías políticas, con bigote y patillas, digo, por los nombres.
Otra cosa que seguramente me querrán informar estos adoradores de la bebida de las cinco en punto es que las aguas de fuerte mineralización no son buenas para preparar un buen té ya que precipitan (hacen desaparecer) muchos de los compuestos aromáticos del té.
Y yo me sigo preguntando ¿quién les pidió tantos datos, si a mi me sigue gustando el café?
¿No le digo?, que contra el fanatismo no hay vueltas, o se cree o se revienta, en este caso, como una bolsita de té en hebras.

Por Javier Arias

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