Pateando letritas en la calle

El otro día discutíamos con un amigo sobre lo poco que se lee actualmente, convengamos que no fuimos muy originales en nuestro tema de charla; podría apostar mil contra uno que cada vez que la vida y el destino hacen que dos personas que tengan algo que ver, aunque sea remotamente, con la cultura se junten es fácticamente imposible que no terminen hablando de esta cuestión. Es una especie de Ley de la Conectividad Intrínseca, a saber, si empezamos hablando de fútbol es probable que pasemos a las hinchadas, de ahí a los cánticos, de ahí a las palabras, de ahí a la carencia de vocabulario, terminando inexorablemente en la falta de lectura. O si hablamos de la desaparición de la uva chinche, es posible continuar con las añoranzas de los patios de nuestras abuelas, trasladando la charla a las tardes de verano, cayendo en recordar los estíos de juventud acostados en la arena, leyendo ese libro que nos marcó para siempre y que ahora ya no se lee, ¿vio que ya no se lee? No hay caso, siempre terminamos hablando de lo mismo.
Y no está mal, querido lector, al fin de cuentas si usted aún sigue leyendo esta columna es porque el lenguaje y sus palabras siguen teniendo la atracción que tuvieron siempre y que es necesario rescatar de las fauces de la televisión y tanto baile, sueño y charlatanería, o por lo menos es lo que parece. Una forma, creo, divertida de interesar a las nuevas generaciones en esto de absorber conocimientos a través de la lectura es mostrarles aquellas pequeñas cosas que hacen única a nuestra lengua.
Por ejemplo, si se cruza con un párvulo pateando una latita de gaseosa por la calle, atájelo y pregúntele cuál es la palabra en donde todas sus letras aparecen dos veces. No espere una respuesta inmediata, pero tampoco deje pasa mucho tiempo, es probable que el niño se aburra y lo deje hablando solo. La palabra en cuestión es “aristocrático”, sorprendente, ¿no?
Y si le dice que la curiosidad del arte es que en singular es masculino y en plural femenino, ¿qué me dice? Pero si hablamos de repetición el término barrabrava, más allá de la violencia explícita de su enunciación, tiene la particularidad que una de sus letras aparece una sola vez, otra aparece dos veces, otra tres veces y la cuarta cuatro veces. ¿Se entendió? Seguramente el púber de pelos revueltos y lata en mano ya estará sumamente interesado, embelesado diría yo.
Aproveche y cométele que la palabra “centrifugados” es sumamente interesante porque todas sus letras son diferentes y ninguna se repite. Y que el único número que hace coincidir sus letras con lo que expresa es el “cinco”. Acá déjelo pensar unos segundos para que absorba esta curiosidad grafosemántica antes de continuar.
Y si hablamos de anagramas, uno de los más singulares es el caso de los “aeronáuticos ecuatorianos” que más allá que seguramente trabajen en la línea aérea Tame, poseen las mismas letras, pero en orden diferente.
¿Y si hablamos de la palabra más larga? No, no es ni desoxirribonucleico, ni mucho menos superfragilísticoespialidoso, que será muy divertida pero no es una palabra aceptada por la Real Academia Española de Letras. Tome aire y pronuncie sin repetir ni soplar “electroencefalografista”, que con sus veintitrés letras es la que se lleva el premio.
A esta altura ya debe tener la atención del chico en un puño, aproveche, arriesgue, sea osado, temerario, intrépido, audaz. Arriesgue hasta el máximo que a la ocasión la pintan calva. Cuestione y exija la rapidez del infante y consúltele cuál es el término que tiene cuatro letras consecutivas en orden alfabético. Bueno, no espere una respuesta acertada, creo que nos extralimitamos con la interpelación, se trata de la palabra “estuve”, donde las letras “s”, “t”, “u” y “v” están sin dudas en fila india y de lo más prolijitas.
Bajemos las pretensiones, ¿cuál es el único número que no tiene ni “o” ni “e”…? Mil. ¿Sorprendido? No, ni tanto, no importa. Este es un momento crucial en el desafío de retener al chiquillo frente a tantas ofertas audiovisuales. No debemos bajar los brazos.
¿Sabía que reconocer se lee igual para un lado que para el otro? Tal vez sí, pero no parece un dato muy novedoso, ya vemos que la mirada se desvía hacia la pantalla encendida del negocio de electrodomésticos, debemos hacer algo, y rápido.
Un dilema lingüístico sugestivo es descubrir cuál es la única palabra que contiene tres sílabas y que si le quitamos la del medio sigue significando lo mismo. Usted, fiel lector, ya debe saber que hablamos de “noveno”, que sacándole el “ve”, el puesto nueve sigue incólume.
Lo que siempre llama la atención son las frases autorreferentes, que como lo dice su nombre son aquellas que se definen a sí mismas. El ejemplo más simple es decir “esta es una frase autorreferente”, pero para no ser tan obvios y que definitivamente se nos escape el querubín, el ejemplo de “esta frase tiene exactamente setenta y siete letras, de las cuales treinta y tres son vocales” es sumamente pagadora.
Pero, no seamos ingenuos, que ya hace como media hora que debemos estar hablando solos, porque el hijo de mil demonios ya debe estar parteando su latita a diez cuadras de distancia y a nosotros la gente ya nos debe estar mirando feo. La única forma de revertir esta situación de escasa lectura no es más que regalarles buenos libros y dejar las payasadas de lado. Que si los actores son actores y quieren actuar, los escritores son escritores, y merecen que los dejemos hablar, ¿no lo cree así?

Nota del autor: Datos extraídos de las páginas web http://www.papelenblanco.com y http://noticiasinteresantes.blogcindario.com/

Por Javier Arias
[email protected]

ÚLTIMAS NOTICIAS