De lugares comunes y otras yerbas
Por Javier Arias
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Si algún día nos pusiéramos a pensar la sarta de barbaridades que soltamos diariamente nos auto impondríamos una condena a silencio eterno. Es que esto de la efimeridad, efimeritud, o como cornos se diga la calidad de efímero del lenguaje oral nos da algo así como cierta impunidad a la hora de hablar, que si llegamos a pasar por escrito una hora de nuestra vida no hay amnistía gramatical que nos salve. Es que más allá de cómo formamos las ideas, atento lector, más de una vez descerrajamos esas frases hechas o refranes para afirmar nuestros propios pensamientos sin siquiera detenernos a pensar qué es lo que realmente quieren decir esos antiquísimos pensamientos.
Pero como hoy tengo tiempo, y ganas de molestar, diría mi madre, quiero dejarles algunos de los significados de esos pensamientos populares que hacen la delicia de cualquier guionista de televisión desinspirado.
Arranquemos con el viejo y consabido “A seguro se lo llevaron preso”. Imposible, sincero lector, que nunca la haya pronunciado, es una de esas frases que tanto seamos ingenieros hidráulicos como decoradores de interiores en alguna oportunidad nos ha venido como anillo al dedo (ve, ve, ahora que hablo de lugares comunes se me pegan como moscas y no me los puedo sacar de encima). La cosa es que el dichoso “A seguro se lo llevaron preso” viene siempre a cuento cuando algo que parecía indudable no se cumple o nos deja plantado. Pero, ¿de dónde viene, alguna vez existió el tal Don Seguro y siempre lo mandaban a gayola? Parece que no, cuentan los que saben que su origen se remonta a la región de Jaén, en España, donde los delincuentes, una vez atrapados por cierto, eran recluidos en el Castillo de Segura de la Sierra. Por eso de que “a Segura se lo llevaron preso”, en algún momento hubo un cambio de sexo, usted sabe, docto lector, que los registros civiles de aquella época no eran muy fiables que digamos y hoy a Segura lo conocemos como seguro, que en tiempos de matrimonio igualitario tampoco vamos a poner el grito en el cielo, ¿no?
Otro dicho siempre presente es el de “más loca que una cabra”, aunque a decir verdad si bien no me he cruzado con muchas cabras en mi vida, a ninguna la vi muy falta de razón que digamos, bueno, que tampoco sé muy bien cuál sería la cordura adecuada en este tipo de cápridos, pero tampoco he visto muchas cabras dando saltos ni creyéndose el Napoleón de los mamíferos artiodáctilos. Como es de esperarse, no soy lo que se dice un especialista en este tipo de animalitos, así que me vengo a enterar que las cabras y los corderos tienen comportamientos distintos; parece ser que los corderos una vez destetados siguen a su rebaño y especialmente a su madre, mientras que las cabras, más inquietas, suelen escaparse y perderse en los montes. Y cuando llega la noche el cansado dueño de dichas cabritas tiene que andar buscándolas por cualquier lado, perdidas y berreando por su mamita, porque las cabras, mi señor, las cabras son unas locas.
“Hasta que las velas no ardan” es otra expresión que usamos habitualmente, por lo menos la gente de cierta edad, refiriéndonos a que la idea es alargar la fiesta hasta cualquier hora. El sentido de esta frase podría tomarse en forma literal y no estaríamos tan errados, en tiempos coloniales, cuando la iluminación no era eléctrica, si se acababan las velas, se acababa la jarana. Pero según los especialistas en la materia, esta explicación se queda un poco corta y señalan un origen un tanto más interesante. Así cuentan que en los prostíbulos de nuestros tátara abuelos, siempre pensando que nuestros tátara abuelos hayan tenido una vida licenciosa, la madama entregaba a cada cliente un número determinado de velas de acuerdo a lo abonado, así la estancia del malaventurado duraba lo que la luz de las velas en cuestión. Cuando se extinguía la llama se abrían las puertas, slogan que mal podrían haber utilizado los actuales fabricantes de cierta casa de cremas íntimas.
Y así nos vamos acercando al final, que las velas siguen ardiendo, pero queda poco pabilo. Otra frasecita, el diminutivo es por lo cortita, es “Al tun tún”, referida a que uno hace las cosas como vienen, sin demasiada preparación ni concierto. Algunos paremiólogos, que son aquellos lingüistas especializados en el estudio de los lugares comunes, porque para todo, usted sabe bien querido lector, hay especialistas sostienen que proviene del término en latín “ad vultum tuum”, que significa “al bulto”; mientras que otros señalan que directamente es una derivación de la onomatopeya del sonido del galope del caballo. Estos últimos me da la impresión que trabajan un poco al tun tún, ¿no le parece a usted?
Y así voy terminando, “atando mis bártulos” -que a la sazón algo tiene que ver con el viejo profesor de Derecho y jurisconsulto de la Edad Media, Bártulo de Sasso Ferrato- y me despido hasta la semana que viene, que la semana es corta y el tiempo es tirano.
Nota del autor: Información recogida de la página http://www.aprendergratis.com