Página de cuento 799

Kachavara For Ever – Parte 42

Por Carlos Alberto Nacher
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Habíamos pasado varios días en alta mar, alimentándonos únicamente con unas latas de grasa de humectar cerdos que había en el pote, y unos bidones de aceite de salcedo envaselinado y adobado como para el horno. El aceite de salcedo era horrible, pero nos mantenía despiertos. Lo racionalizamos, aunque el gordo Colpis, a hurtadillas, le pegaba unos saques contundentes. Nuestro principal entretenimiento era una radio siete mares de fabricación antrateniente, que no funcionaba, tenía sulfatadas las pilas. Pero cada uno, a su turno, hacía de locutor, y decíamos noticias inventadas, absurdas, estúpidas, inverosímiles, y nos reíamos mucho, casi tanto como cuando, en nuestra juventud, escuchábamos noticias verdaderas. “Informan desde exteriores que a partir de la semana que viene se pondrán de moda vestidos con grandes capas surrealistas”. O bien “La empresa multinacional Telesaco anuncia el lanzamiento de su nuevo electropajeril-masajeador multifunción con puntas de diamante, que se comercializará en una caja negra con inaccesibles cuotas muy interesadas”. O “Una vieja bretona con un sombrero y un paraguas de papel de arroz y caña de bambú se declara virgen a los 97 años”. O “Una maestra del ciclo inicial para alumnos con coeficientes intelectuales superiores a 130 manifiesta desconocer por completo el cálculo del interés en el sistema Dont”. O ”Capitanes valerosos, astutos contrabandistas macedonios y jesuitas euclidianos vestidos como bonzos se predisponen a entrar en la corte de los emperadores de la dinastía Ming”. O “El Honorable Director Ciudadano Presidente del Consejo Directivo de Nuestra Ciudad, el Magister Doctor Ingeniero Assalamu Alaikum, se encuentra en estos instantes aplastado hasta las tripas por una roca ígnea escupida por una de las hermanitas Karya”. O “Hay unos tipos que andan por las calles de Pekin haciendo bromas y recogiendo ortigas con los dientes”.
Jajajajajajajaja. Recuerdo aquellas frases y aún me causan mucha gracia.
Y justamente, en momentos en que el sol calcinante ya estaba haciendo estragos en nuestra llagada epidermis y en nuestros profundos cerebros averiados, divisamos tierra, allá a lo lejos en el horizonte curvo y anaranjado.
Llegamos, estábamos famélicos, flaménquicos, sedientos, sedentarios, camélidos.
Ni bien pisamos la arena de la playa, me puse a correr como loco. Pero por más que corriera, me perseguía y me acechaba un antiguo recuerdo de tiempos idos, de tiempos anteriores, difusos, confusos. Allá, una vieja discotheque que se parecía a un plato volador, regada por luces nocturnas.
Volví, cansado, feliz. Al fin éramos libres. Libres de los piratas verdes, libres de los volcanes que nos castigaron toda la vida, libres de los recuerdos, de los lugares comunes, de todo lo anterior. Libres de los prejuicios que tanto se manifestaban en nuestra vieja ciudad. Libres de los ataques de los montoyas, de los turistas portorriqueños, de los violentos del Barrio del Obispo Papopu. Libres de los maidanas, nuestra moneda oficial, libres de esperar cada año la llegada de los probostres. Libres para decidir nuestro propio destino.
Aquella playa olía a malvones humedecidos por el rocío de la mañana. Pero era el mediodía. Me senté junto a un fuego que habían improvisado las mujeres. No teníamos nada que comer, cuando de pronto Brigitte y Mahama sacaron una cesta al grito de “¡Trajimos sánguches de milanesas! ¿Alguien trajo mayonesa?
“¡Yo!” gritó una voz de ultratumba, que provenía de lo profundo de la selva aledaña a la playa.
“¡Yo! El inmaculado. El Gran Maestro Sololuz.”
Continuará…

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