Página de cuento 798

Kachavara For Ever – Parte 41

Por Carlos Alberto Nacher
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Empujé a las mujeres hasta la puerta y volvimos a salir a cubierta. Los marineros nos rodearon y comenzaron a golpear sus cascos entre sí, de manera amenazante. De pronto, todo derivó en una batahola sin sentido, de la que participaron, inclusive, Arthur, el tatú, mi tía Chola y el montoya amaestrado. Nuestras vidas, vastas, incompletas aún pero muy enriquecidas por experiencias sensoriales múltiples, vidas llenas de recuerdos, de estudios, de lecturas variadas, de viajes, de amores y de desolaciones, se resumían sólo en esto, en este presente vacío de voluptuosidades y de lujos. Saltamos a uno de los botes salvavidas, el que tenía cornupetada en 3D la cara del legendario Bob Harley, viejo fasero si los hay, que tocaba como nadie el garrompesto eléctrico y se ufanaba de haberse tomado tres pintas dobles de ácido libonático sin perder en absoluto el conocimiento durante casi quince minutos manteniendo sexo tántrico con varias y variadas especies de personas, como festejando en una sola noche la fiesta de la diversidad étnica, religiosa, política y estereotipando el arquetipo del rocker descontrolado, lúdico e impúdico, mientras cantaba sones oligárquicos y pueblerinos, en fusión, al compás de la tagarra triatónica, rompiendo muebles, mesitas de luz, cómodas, roperos y también salamandras arcaicas, antigüedades ignotas que andaban tiradas por allí, por allá y por acullá, hasta que un día abandonó todo, y solamente acompañado de su vieja bolsa de agua caliente, salió a predicar por los montes, los valles, las sabanas, los cerros, las quebradas y otros accidentes geográficos que en este momento me resultan muy difícil de recordar, dejando de lado todo.
Fatimota se aferró a mi brazo y así saltamos juntos al bote, en medio de una lluvia de lanzas y cerbatanas que lanzaban dardos envenenados con esencia de napalm.
Detrás nuestro saltaron el resto de nosotros, las mujeres, los hombres, los sin orejas, los sin nariz, los animales, la Tía Chola. En fin, una marejada, valga el término, una marejada de marios verdes se abalanzó sobre nosotros, Azizan los contuvo en la retaguardia, mató a dos horacios en la primera estocada.
Lo gramos des atar al bote salva vidas y nos dimos alamar. Todoeramuyconfuso.
Allí, en cubierta, a los gritos, quedaba el gordo Colpis, que al vernos zarpar, desprendernos de la nave nodriza, tomó carrera, desde babor hacia estribor, y rompiendo con todos los mitos sobre la torpeza de la gordura, utilizando la cubierta como rampa de despegue saltó por encima de la baranda y cayó de bruces, de trasero sobre la Tía Chola, incluso abarcando gran parte del Montoya amaestrado, que al ser golpeado violentamente por el cachete izquierdo del gordo Colpis, falleció en el acto. Unos momentos después, ya a salvo, envolvimos al montoya con una lona vinílica y lo arrojamos a las frías profundidades del lago, entre llantos y gritos desgarradores de la Tía Chola.
Pero mientras tanto, decidimos escapar con el bote ploteado con la cara del exótico Bob Harley. Así navegamos, al garete, durante largas jornadas. No fueron días en vano. El hambre, la sed, la convivencia cercana con hombres y mujeres de diversas rasidiencias, mujeres y hombres acabados, terminados, casi vencidos, extranjeros en un bote a la deriva, sin tierra, sin propiedades, sólo aferrados unos a otro, entre sí, como si la supervivencia del uno dependiera de la misma del otro. No pude dejar de abrazar a Fatimota y a Tonia, a pesar de que Azizan se estaba poniendo algo celoso y molesto, y continuaba apretando al tatú carreta contrasu pecho, último bastión de su existencia en la vieja ciudad.
El gordo Colpis parecía liberado, se reía, cantaba, contaba cuentos subidos de tono, se tiraba gases provocando la risa y la alegría de los tripulantes. En fin, era como si se hubiera sacado varios kilos de encima.
Y los dos sin orejas que quedaban, el traductor y el otro, hablaban entre sí, con una actitud evidentemente egoísta y elitista, sin reparar en la presencia de otros individuos con orejas.
Hasta que me cansé y les dije, en su propio dialecto: “atttrrrra kimunga nopo sepe regutisto ardamelelinchado las pelotas!!!”
En eso, allá a lo lejos, en el horizonte errático de la alucinación total, divisamos tierra.
Continuará…

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