EL SOCIÓLOGO HABLÓ SOBRE EL TRATO PARA CON LOS SECTORES VULNERABLES

Sergio Kaminker analiza la persistencia de una visión discriminatoria

Durante su presentación ante el Concejo Deliberante de Trelew, el ministro de Seguridad de Chubut, Federico Massoni, hizo referencia a la gestación de una “delincuencia estructural” en distintos sectores de la provincia, así como también aseguró que en algunos barrios hay “generaciones para las cuales la vida es el delito”.
Dicha afirmación generó polémica y, además de haber sido cuestionada desde distintos sectores de la sociedad, también dejó entrever un posicionamiento que parecería basarse más en un juicio infundado que en evidencia empírica.
En tal sentido, El Diario dialogó con el doctor en Sociología e investigador del CCT Conicet-Cenpat, Sergio Kaminker, quien se refirió a los distintos procesos sociales que han dado lugar, históricamente, a mecanismos discriminatorios que datan no sólo de la época fundacional de nuestro país, sino que permanecen vigentes al día de hoy.

Diario: – ¿Existe la “delincuencia estructural” o la definición no es más que el reflejo de un prejuicio?

Sergio Kaminker: Es un terreno espinoso y difícil de pensar y discutir, en relación a qué es lo que está sucediendo en la realidad. Lo principal que debemos considerar cuando pensamos en estas dinámicas es que venimos de un proceso de empobrecimiento y de deterioro de las condiciones de vida muy rápida en los últimos 4 años. Ello implicó, en muchas de nuestras ciudades, la pérdida de puestos de trabajo, tanto en el sector formal como en el informal, y eso tiene consecuencias en las condiciones de vida de todos y todas. Esto impacta en todos los sectores. Por eso, lo primero que hay que tener en consideración es qué es cómo muchos de estos procesos pueden tener una historia detrás. La realidad es que si pensamos en los indicadores sociales y laborales en la Patagonia o en varias de las ciudades de Chubut, vemos que el conglomerado de Trelew-Rawson fue uno de aquellos en los que más se sintió el empobrecimiento entre 2015 y 2019.

D: – Entonces, ¿existe correlación entre dicha afirmación y la realidad de algunos barrios?
SK: Esto implica, obviamente, consecuencias en las condiciones de vida, que más gente pueda estar en los límites de lo que significa lo formal y lo informal, los ‘ilegalismos’, etcétera. En cuanto a lo “estructural”, venimos de décadas de combatir la pobreza estructural. No soy un especialista en temas de delincuencia, pero está claro que siempre hay que pensar en qué contexto uno habla, y si bien no hay que negar la importancia de la prevención y el trabajo de las fuerzas de seguridad en relación a la dinámica de la delincuencia misma y las distintas aristas que ella pueda tener, hay que pensar cuáles son las condiciones de vida en las que vivimos. Por eso, hay que tener mucho cuidado con lo que decimos y cómo identificamos a distintos sectores de la población. Es algo muy sensible, porque vivimos en un lugar donde particularmente estamos en un contexto específico, en el que el Estado está trabajando no sólo en llegar a los sectores que están en peores condiciones, sino también a los sectores medios, incluso a las empresas; en un esfuerzo que no solamente se basa en el combate al Coronavirus, sino también tras cuatro años de deterioro de las condiciones de vida de toda la población.

D: – Es decir que es necesaria una visión más amplia e incluso nacional de la cuestión.
SK: Hay que considerar el abandono de una gestión nacional que estaba excesivamente centrada en las áreas centrales de nuestro país, donde la Patagonia fue, mucho más que en otros momentos de la historia, un sector abandonado y donde más empleo se perdió dentro del contexto de todas las provincias. En Madryn se vio con la industria del pórfido, en Trelew con la textil, por citar algunos ejemplos; ni hablar de la industria electrónica en Tierra del Fuego y lo que significó la apertura a la importación de muchos sectores que estaban protegidos en momentos previos, protección que no implicaba solamente subsidios o que había que comprar más cara o barata la tecnología, sino que había puestos de trabajo protegidos.

D: – ¿Por qué se suele asociar directamente la pobreza con la delincuencia?
SK: Hay dos cuestiones importantes a considerar: la primera es que vivimos en una sociedad que históricamente ha sido muy racista en su constitución. La negación de los pueblos originarios, también de la negación limítrofe y de nuestra raíz afrodescendiente. Esto ha implicado, en términos históricos, el borramiento de identidades y un combate, no sólo el genocidio real y la eliminación física de muchos sectores de la población, sino sobre todo, un borramiento cultural. Y esto implicó un fuerte racismo que todavía tenemos muy internalizado: el mismo se ha transformado, muchas veces, en discriminación hacia muchos sectores más pobres o aquellos que venían de distintos lugares del mundo, principalmente de determinados países. La migración limítrofe es la que ha sido peor tratada en términos de discriminación en los últimos 30 años.

D: – ¿Dónde hay una mayor discriminación enmarcada en estos factores?
SK: Los estudios indican que donde más se replica es en las escuelas. Lo que nos ha sucedido, en forma muy dura y sobre todo desde la década del 70 en adelante, dictadura mediante, es un proceso de distanciamiento y diferenciación social que implicó, en primer lugar, una mayor tolerancia a la desigualdad que había.

D: – Argentina parecería haber sido pionera en materia de distanciamiento social, considerando las circunstancias.
SK: No necesariamente “pionera”, ya que esto sucede en un montón de lugares del mundo. Pero, efectivamente, desde la dictadura militar en adelante hubo un proceso muy fuerte de diferenciación de nuestras identidades, el cual se ve en los distintos sectores, por ejemplo con el crecimiento de la educación privada en detrimento de la pública, no de forma colaborativa; el abandono de la inversión pública que vimos en la década del 90 o en la gestión macrista. Ello nos muestra, en definitiva, cómo se han puesto en tensión esas dos miradas respecto de qué es lo que tenemos que hacer como país y cuál es nuestra identidad: si nos pensamos más ‘latinoamericanos inclusivos’, o como esa ‘Argentina blanca, eurocéntrica, que solamente viene en los barcos’.

D: – Esto último, en definitiva, no deja de ser una ilusión o una fabricación.
SK: Es una construcción racista que ha sido muy efectiva en la construcción de la identidad nacional, pero ha generado un nivel de racismo vivido de forma muy dura, sobre todo en los sectores más empobrecidos. Porque no fue solamente cultural e identitaria, sino que implicó después la falta de acceso a derechos y al bienestar, algo que el peronismo vino después a combatir de forma muy fuerte, por lo cual aparece la mirada ‘antiperonista’ y más racista donde se hablaba de los ‘cabecitas negras’, algo que en la década del 90 se trasladó a la mirada peyorativa de la migración limítrofe. El problema “eran los migrantes que venían de afuera” y que “nos sacaban el trabajo”. Pero los colegas que se dedicaban a estudiar mostraban que, si sacaban la migración, esos 20 puntos de desocupación que llegamos a tener iban a ser, en lugar de 21,1, unos 20,9. Entonces, los problemas de nuestro país no están vinculados con la gente que viene de afuera, sino con lo que efectivamente hacemos en nuestro país.

D: – ¿Cuál es el abordaje actual, teniendo en cuenta que todavía persiste este pensamiento y que, en términos de nuestra provincia, continúa arrojando situaciones cuestionables desde la óptica de la discriminación hacia determinados sectores de la comunidad?
SK: Hoy tenemos a un Estado (Nacional) que pone la mirada en los sectores menos favorecidos de la población, y en esto lo más difícil es entender que ‘cómo’ tratamos a los migrantes dice mucho no sólo de ellos, sino de cómo nosotros tratamos a las personas que están en las peores situaciones. Entonces, hay una mirada más humana y humanitaria desde distintos sectores del Estado, lo cual implica contemplar qué sucede con los sectores más marginados. Ahí hay mucho trabajo para hacer, no sólo en términos de política pública y de mejorar la situación de bienestar de la población, sino de trabajo sobre nuestros propios prejuicios: en términos educativos y de volver a construir una identidad más latinoamericana y colaborativa con nuestros vecinos, y no de odio y de racismo como muchas veces se ha generado.

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