HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Mejor perderlas que encontrarlas

Por Javier Arias
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Hay cosas que extraño de Buenos Aires. Extraño caminar por Corrientes y recorrer una a una las librerías de saldos para terminar, la mayoría de las veces, sin comprar nada, pero con los ojos llenos de palabras. Extraño también salir a cualquier hora y comer una pizza en Guerrín, o en Las Cuartetas. Extraño el subte, tal vez no en hora pico, pero lo extraño.
Extraño los cines, los teatros y sus avenidas. Extraño, algunos sábados, Puerto Madero, y algunos domingos, el puerto de frutos del Tigre.
Extraño muchas cosas, pero también hay muchas cosas que no las extraño ni un poco, ni un poquito, nada. No voy a aturdirlo, estimado lector, con una lista insoportable de cosas aún más insoportables, sólo aceptadas por la misma ignorancia que uno padece con esas cosas que de tan malas y cotidianas, se hacen invisibles.
Pero hay una cosa que no es para nada invisible y que, sin lugar a dudas, es algo que no extraño. Esa cosa son las cucarachas.
Usted, fiel lector, no sabe la alegría, el festejo íntimo y explosivo que fue el día que efectivamente comprobamos que esos deleznables insectos no eran para nada afectos a estas latitudes. No sé si será por el frío, si por el viento, si por la presencia de lobos marinos, ballenas o guanacos o porque las paran en el control fitosanitario de Arroyo Verde, el tema es que no los vimos por casa desde que llegamos y ya mismo toco madera, deme un segundo.
Es que si bien sobre ellas pesan muchos mitos, también son protagonistas de muchas verdades, todas desagradables. Espere que le cuento.
Lo de la supervivencia es uno, no sé cómo andarán con el famoso tema de la bomba atómica, pero lo que sí sé es que una cucaracha es capaz de sobrevivir durante más de un mes sin agua, y después que me nombren a los camellos, porque en caso de necesidad, pueden absorber la humedad ambiental a través de su cuerpo. Le calculan que están en la Tierra desde hace más de 300 millones de años e incrustaciones en ámbar demuestran que han sufrido escasas mutaciones desde entonces.
Pueden comer desde cuero hasta pegamento, aunque prefieren alimentos con gran contenido en almidón y grasas y azúcares.
Son especialmente noctámbulas, aunque pasan casi el 75% de su vida en una grieta.
Como todos sabemos, se las considera uno de los principales vectores de transmisión de enfermedades al hombre a través de la contaminación de alimentos y de utensilios de cocina por el simple contacto. A la vez que transportan sobre su cuerpo organismos causantes de diversas formas de gastroenteritis y en su interior viven gran cantidad de microorganismos como protozoarios que están involucrados en brotes de enfermedades humanas. O sea, no me diga que no tengo bases científicas para detestar a estos bichos del demonio.
Y encima dicen que si vemos una o dos cucarachas es mejor que no nos quedemos tranquilos pensando que no es muy preocupante porque no habrá más. Como le dije, viven de noche y entre las rendijas, o sea, si vio una o dos, sepa que hay, al menos, 200 más escondidas. No cinco, no diez, doscientas, un batallón de estos escurridizos insectos.
Pero como les contaba al comienzo, vaya uno a saber por qué, Darwin mediante, estos exoesqueletos con patas no han proliferado por estas alturas, así que si ve alguna, no espere a contar ciento noventa y nueve más, hágale un favor a este servidor, agarre la primera chancleta que tenga a mano y péguele sin asco, no vaya a ser que nos estén colonizando las muy turras.

(Fuente: http://www.profinal.es)

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