Página de cuento 792

Kachavara For Ever – Parte 35

Por Carlos Alberto Nacher
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Llegamos a la orilla del lago, y desde allí pudimos ver el final de la ciudad. A los edificios destruidos y derrumbándose se le sumaba el azufre, el aroma del infierno mismo, la atmósfera amarilla y rojiza, el fuego de la muerte, el fuego de la nada. Unos papeles revoloteaban en el viento, pude atrapar uno con la mano. Decía “Tintorería El Planchazo, grandes descuentos los lunes. Grandes sorteo los lunes. Cerrado los lunes.”
Así era la realidad, así era la condición humana. Fiebre y humedad. Así era. Incluso un instante antes de la desaparición total de nuestra raza, un frágil papel de publicidad nos retrotraía a nuestra condición de seres humanos. Era la eterna retroalimentación, la retroalimentación negativa que controlaba todas nuestras emociones, por suerte.
Fatimota, lo mismo que la Tía Chola, cada una a su manera, eran la representación del deseo de vivir, de sobreponerse a cualquier tragedia.
El Concho se sentó a mi lado, agotado, atrapando panfletos que volaban. En su mano tenía uno que decía “Fotos carnet en el acto”. “Anthony, amigo mío, en momentos como este es cuando me acuerdo de la legendaria Victoria Benjamin y su amigo David Zakian, de quienes nos hablan las escrituras en sus versículos más sublimes. Allí. Página 342 si mal no recuerdo, del libro de los almonacides, el profeta dice “Todavía no está bien, es una bronqueolitis” y luego hace una exhaustiva descripción de dicha breve enfermedad, y luego narra con lujo de detalles la disipada vida de nuestra heroína Victoria Benjamin, que solamente se alimentaba de cosas anaranjadas, y que vestía un vestido de encaje negro, siempre, siempre.” (De nuevo esa palabra intrigante). “Asumamos, a los fines de esta descripción, que ambos hemos leído las escrituras. Partiendo de esta afirmación, que bien podría ser falsa, pero que no lo es, podemos inferir que sabemos que Victoria nació en Ciudad Ovando en el año 733 después de Pérez. En aquellos años dicha ciudad era un verdadero pandemónium, sin reglas morales de ninguna especie, sin ética, sin códigos de comportamiento ciudadano, la gente considerada normal, entre comillas, sería hoy una horda de asesinos degenerados. En ese contexto, Victoria Benjamin, con sus actitudes reñidas con la moral, sus múltiples amantes de todo tipo y sexo, sus animales domésticos, sus fiestas locas, hoy es una simple mujerzuela, pero en aquellos años, en Ciudad Ovando, era poco menos que una deidad. Sus aberraciones en materia sexual no eran más que proezas para los habitantes de aquella ciudad degenerada y enajenada. Todo depende del cristal con que se mire a un determinado hecho. Esta catástrofe de magnitudes colosales que estamos viviendo, bien puede ser vista en otro siglo, como un reacomodamiento de la naturaleza, que por definición es sabia, como una eliminación global de todo y un volver a empezar, una extinción de todos los males de la humanidad, un fin de ciclo, una defunción que implica un inmediato nacimiento. Un renacimiento.”
Las hermanas Karya empezaban a enviar rocas voladoras más grandes, algunas enormes, enormes, enormes. Caían por todas partes. El Concho, antes de morir aplastado por una roca oblonga de cuatro toneladas, alcanzó a atajar uno de los panfletos que volaban en el aire. Decía “Compostura de calzado Keko. Realizamos trabajos a medida. Precios accesibles. Ayude a los sin orejas y sin nariz.”
Lo abarajó al vuelo y casi sin mirarlo, me dijo “Mire esto por ejemplo.” Mientras extendía su mano para mostrarme el papel, la roca encendida se abalanzó sobre él desde el aire y lo aplastó en una milésima de segundo. Lo aplastó como si fuera una garrapata de campo pisada por un jabalí. Su mano quedó afuera de la piedra, fue lo único que se salvó, ella y el panfleto. Pude leerlo, en el dorso estaba escrito un número telefónico de cifras, con característica desconocida, y un texto que rezaba: “Si te sentís muy solo, llamame. Mi nombre es Lydia Kones. Con ka.”
Continuará…

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