Página de cuento 789

Kachavara For Ever – Parte 32

Por Carlos Alberto Nacher
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Anthony, sorprendido por el ósculo furtivo, y aún más por la proveniencia del mismo, de manera instintiva, le dio un cachetazo al chorizo, como quien espanta a un mosquito, o a una mosca molesta. El chorizo colorado, levitante, sensible y cantor, se puso a llorar, pero en voz muy baja, no queriendo él, con su propio sufrimiento, molestar al resto de las personas que en ese momento, salvo las mencionadas antes, dormían. Tal era su humildad y su modestia.
Pero Anthony no era lo que se dice un ser inclusivo. Le dio muy poca importancia al hecho, estaba muy interesado en conocer algo más de la señorita Tonia y, aún afectado psíquicamente por la ingesta indiscriminada de grapa, estaba buscando la forma de desorientar a Azizan, el muy ladino.
La Tierra rugía, el planeta entero parecía que iba a entrar en ignición, el calor en aquel sótano ya era casi insoportable. Un tatú carreta pasó corriendo por el pasillo, quien sabe adónde. Azizan lo siguió gateando.
“Y dígame Tonia, ¿de qué parte de Namibia es usted?” “Yo no soy namibiana, ni namibiense, ni namibieña, ni namíbica, aunque viví un breve período de mi adolescencia en el barrio Los Elefantes. Pero en realidad, soy nacida en Ubuntu Del Sur, la tierra de las navedas en flor, las grandes herradas, los varoniles foresios, las mujeriles quintanas y qué decir de las oliveras maduras. La tierra del tororó frío y de los chupás calientes. ¡Uuuuuujujujujuyyyy!” “Por favor Tonia, no grite que los va a despertar a todos y después hay que atenderlos. Pero entonces, si no es de Namibia ¿Por cuál razón Azizan mencionó algo acerca de su, entre comillas, belleza namibiana?” “Azizan es un turro, me quiere para él solo, me quiere dominar, me quiere someter, es un maniático, un embustero, un sinvergüenza, ególatra, desconsiderado, mala persona, una porquería. Cuánto lo amo, y eso que lo conocí ayer.” “¡Pero yo soy mucho peor, hasta podría esclavizarla! ¡A mi me podría querer mucho más! ¡Y eso que la conocí hace cinco minutos!” gritó Anthony, luego de bramar un impresionante eructo que llenó de alcohol el aire. Aquel eructo se confundió con las explosiones de los Karya, que estaban a full, al palo, es decir, la situación estaba problemática para las expectativas de vida de todos, si bien en el interior del refugio aparentaba estar controlada, a juzgar por las actitudes displicentes de los hasta ahora sobrevivientes, que dormían como si nada, o bien la actitud inverosímil de Anthony, tratando de galantear con una desconocida mujer (pero que estaba requetebuena), justo en esta situación terminal.
“¡Lo agarré!” Volvió gritando Azizan, con el tatú carreta tomado de la cola, como un trofeo de pesca, pero no era pescado. Los tatús carretas de aquel entonces no nadaban ni vivían debajo del agua. El tatú lanzaba un chillido exasperante.
“¡Necesitamos agua!” Gritó de repente la Tía Chola quien, un poco más tranquila, siempre con el Montoya amaestrado a su lado, mansito, había despertado de manera abrupta de una pesadilla peor de las que soñaba Von Priebcke, el famoso paranoico honoris causa.
Anthony, un poco resignado, otro poco inserto en una ráfaga de conciencia, pensó: “Creo que pronto moriremos. No hay salida de esto. Todo está perdido, y justo ahora, que estamos al horno y con papas, la vengo a conocer a Tonia, y a conquistar a Fatimota. ¿Justo ahora me salen todas?”
El tatú carreta, prisionero del mañoso Azizan, efectuó dos sacudones violentos en todo su cuerpo, incluso la caparazón, y luego quedó inmóvil, paralizado. Quedó duro como bucle de busto de Belgrano.
Anthony metió la mano en su bolsillo y, nervioso, se puso a jugar con el ojo de Zongo.
Continuará…

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