Página de cuento 773

Kachavara For Ever – Parte 16

Por Carlos Alberto Nacher
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Corrimos, enceguecidos de miedo, por el parque Fafofu. Queríamos salir, cruzar la avenida y llegar hasta la plaza Fofufa, no tan segura como el Fafofu, pero probablemente nos hubiera amparado mucho más que el Paseo Fufofa, que a esta altura estaba lleno de montoyas furiosos por la lava volcánica. En realidad, todo era psicológico. Ni el Fafofu, ni la Fofufa, ni el Fufofa nos hubiera cobijado en esta situación. Deberíamos ser fuertes y enfrentar esta dura realidad que nos tocaba, y superar a los principales escollos de nuestras vidas: nosotros mismos. Pero igual seguíamos corriendo a través del Fafofu. Era una carrera aleatoria, quizá en círculos, quizá en elipse, pasamos por una fuente de agua. Había un tipo todo quemado, mojándose el rostro en la fuente. La lluvia roja lo había alcanzado de lleno. Me acerqué a él, tuve piedad, el hombre lloraba, desesperado, su piel parecía una tela de araña. Lo miré más de cerca. ¡Pero si era el mismo Thomas Jurkanin, el famoso domador de alvarados y galindos salvajes!
“¡Thomas Jurkanin! Qué alegría encontrarlo por acá. ¡Cómo dice que le va, viejo camarada!” “Aquí me ve, Dr. Anthony, la lluvia volcánica me llevó todo, como verá, estoy desnudo, pero no sólo de ropa, sino que esta ineludible lluvia se lleva todo. Se llevó mis zapatos, mis medias, mi camisa, mi pantalón, mi piel, y aunque parezca increíble, poco a poco se va llevando mi intelectualidad, lentamente las cenizas me embrutecen. Justo a mí. Sin pedantería puedo decir que he leído a Homero, Sófocles, Esquilo, Eurípides y Platón. Varias obras de Cervantes, Dostoievsky, y Kafka. Los cuentos de Alan Poe, y varios libros de Borges, Bioy Casares y Roberto Arlt. De los latinoamericanos puedo mencionar García Marquez, Roa Bastos, Argüedas y Rulfo entre otros. También novelas policiales de Cain, Nicholas Blake o Chejov. Y no quiero olvidarme de Shakespeare ni de la prosa de H James, Paul Auster o del mismísimo Sarmiento. La lista podría seguir un rato largo, pero creo que es suficiente para decir que no me acuerdo de nada, de ningún personaje. Mi lenguaje, otrora rico en cuatrisílabos y quintisílabos, lleno de hermosas esdrújulas y sobreesdrújulas, ahora, de repente, lo siento cada vez más reducido a flacos, esqueléticos monosílabos. ¡Ayúdeme por favor! Buabuabuabuaaaaaaaa.”
“Tranquilo Thomas, tómeselo con calma. Mírenos a nosotros por ejemplo. Una pareja feliz, enamorada. Fatimota, mi amada, con una figura esbelta, un pelo sin puntas florecidas, un cuerpo perfecto, inteligente, y míreme a mi, un hombre exitoso, con un futuro promisorio, un presente perfecto, un pasado brillante, proveniente de una familia patricia, un joven y bello millonario, lleno de conocimientos, con un coeficiente mental muy superior a la media. Mírenos y dígame si no es una visión celestial del éxito y de la buenaventura. ¿Me entiende la parábola?”
“Ti, pedo yo quedo decid adgo, señod.”
“Usted se equivoca al querer decir algo, estimado Thomas. Por favor, no se esfuerce. Usted está lastimado, está muy maltratado, y lo veo un poco confundido. Mire, debemos tranquilizarnos, respirar hondo, meditar… Ommm” “¡Pedo me etoy quemando pedotudo!” “Espere, espere, mi querido señor Jurkanin. Usted es un desagradecido. Justamente, estaba a punto de invitarlo un café en el bar Farfaglia, donde hacen un café irlandés de rechupete, pero usted no hace más que insultarme. Prefiero irme antes que verlo derretirse física y espiritualmente, prefiero quedarme con el recuerdo de haberlo visto, con una fiereza y una convicción espartana, propinándole latigazos exactos, indoloros, a los monstruosos alvarados, a los indomables (pero no por usted, por supuesto) galindos”.
“Zenquiu”. “For nazing”.
Continuará…

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