EN LA FUNDACIÓN TELEFÓNICA EN BUENOS AIRES

Inauguraron una muestra sobre Houdini, el primer gran mago de la modernidad

A más de 92 años de su misteriosa muerte, en la Ciudad de Buenos Aires recordarán al primer mago de la modernidad, Harry Houdini. En la porteña Fundación Telefónica, en Arenales 1540, inauguraron una muestra del gran ilusionista que contará con una serie de talleres, visitas guiadas y actividades complementarias gratuitas.
La muestra «Houdini. Las leyes del asombro» podrá visitarse con entrada gratuita hasta el 2 de junio y repasa la historia del ilusionismo desde los ojos del emblemático Harry Houdini (1874-1926), el primer gran mago de la modernidad, que dio lugar a una nueva forma de pensar el mundo.
La exposición llega al edificio porteño de Arenales 1540 luego de haber sido visitada por 160 mil personas en España, y viene a cerrar la trilogía que comenzó con el inventor Nikola Tesla y siguió con el escritor Julio Verne, quienes, como el emblemático ilusionista, dieron lugar a paradigmas científicos, artísticos y tecnológicos aún vigentes en nuestros días.
Curada por María Santoyo y Miguel Delgado, la exhibición se centra en la carrera del austro-húngaro Erich Weiss (tal el nombre de pila de Harry Houdini) como una figura capaz de «explicar un cambio paradigmático que nos lleva hasta el presente de manera interdisciplinaria y nos permite habitar el mundo actual con todas sus contradicciones», explicó Delgado.

Una vida de desafíos

La vida, y ahora la muerte, de Houdini estuvo marcada por las contradicciones. Y la mayor de ellas sea, tal vez, que a pesar de ser uno de los mayores detractores del espiritismo sea, paradójicamente, uno de los nombres más invocados en cuanta mesa de este tipo se prepare, especialmente en Halloween.
“Es una tradición, una manera de recordar a Houdini”, explica Eduardo Caamaño, autor de “Houdini”, la primera biografía en español completa sobre el mago.
Contradicciones, misterios y mentiras lisas y llanas, cubrió y cubre a este personaje casi mitológico, desde su propia muerte, que el mito señala en una celda de tortura acuática hasta su propio nacimiento y nombre. No nació en Estados Unidos como algunos aseguran, sino en Budapest, Hungría y no se llamó Harry Houdini, sino Erik Weisz. Cuarto hijo de un matrimonio judío que emigró a Estados Unidos, sus primeros años fueron, naturalmente, difíciles. Ehrich, como le llamaron en tierras americanas, apenas fue a la escuela y desde su más tierna infancia tuvo que trabajar para contribuir a la economía familiar. Tenía once años cuando el espectáculo “Palingenesia” del doctor Lynn despertó su interés por la magia y comenzó a ejercitarse en trucos de cartas, monedas y acrobacias con los que ganó algún dinero antes de que sus padres le enviaran a trabajar en la cerrajería del señor Hanauer. UN trabajo que marcaría definitivamente su futuro.
Ehrich aprendió ahí los mecanismos internos de todo tipo de candados, cerraduras y esposas y a los 17 años se convirtió en Harry Houdini; Harry, por una similitud con el sonido de su propio nombre, y Houdini, por admiración hacia el prestidigitador Robert-Houdin.
“Antes de actuar en una ciudad, entraba en comisarías de policía y desafiaba a los agentes a que le encerraran en los calabozos. Lo metían en una celda y a los cinco minutos salía. Era su forma de hacerse publicidad”, relata el biógrafo. Así desafió a la misma Scotland Yard y catapultó su carrera. En aquellos primeros años del siglo XX recorrió Europa y se presentó ante los Romanov y Rasputín.
“Puedo desbloquear una esposa común simplemente golpeándola contra el suelo. Conozco cada detalle de sus mecanismos y por lo tanto sé exactamente cómo hacer para abrirlas sin dificultades (…) No hay fraude ninguno. Soy capaz de abrir cualquier cierre; así de sencillo”, aseguraba. Aunque el verdadero truco era dónde escondía la llave. Caamaño relata en su libro cómo a principios del siglo XX tan solo había un centenar de llaves para todas las cerraduras del mundo y Houdini viajaba con ellas a todas partes. Utilizaba un sistema de clasificación de llaves y ganzúas en bolsitas de piel. “¿Cómo sabía la llave exacta que necesitaba si un sargento le colocaba determinado tipo de esposas? Nadie lo sabe realmente y quizá estos misterios son lo que le hicieron ser tan grande”, señaló el mago y actor Patrick Culliton.
Sus desafíos se volvieron cada vez más atrevidos. En 1908 presentó su famoso truco del bidón de leche. Houdini se metía dentro y colmaban el bidón de leche antes de taparlo y cerrarlo con candados. Se bajaba el telón y cuando de nuevo se levantaba, el mago estaba libre mientras que el bidón seguía cerrado. Otro de sus trucos célebres era la celda de tortura de agua en la que le sumergían boca abajo, encadenado y esposado.

Cruzada contra el espiritismo

“La relación de Houdini con el espiritismo fue una constante que le persiguió toda su vida”, señala Caamaño, recordando la admiración que despertaban estas creencias en su época. A juicio de su biógrafo, no era escéptico, pero no logró encontrar ningún médium que lograra establecer contacto con su madre, fallecida de forma repentina y por la que el mago sentía devoción.
Houdini y su amigo Arthur Conan Doyle mantenían enconadas diferencias sobre este asunto. Mientras el mago recelaba, el autor de Sherlock Holmes creía ciegamente en los poderes sobrenaturales. Hasta llegó a escribir un ensayo sobre hadas. Una sesión el 17 de junio de 1922 acabó por romper su amistad e impulsar a Houdini a su cruzada antiespiritista.
Los Doyle habían invitado al matrimonio Houdini a pasar un fin de semana en Atlantic City y una vez allí, Conan Doyle le dijo al mago que su esposa, conocida por sus arrebatos de escritura automática, sentía que podía establecer contacto con su madre. En la sesión, Jean Doyle comenzó a escribir frenéticamente una carta de quince páginas supuestamente dictada por la madre de Houdini, pero cuando entregó la misiva al mago, éste “no esbozó ni la más mínima reacción. Su rostro denotaba total seriedad”, relata Caamaño. Era una carta muy genérica, con frases sin trascendencia, que podía haber sido escrita por cualquier madre y con errores de bulto. Estaba escrita en inglés, un idioma del que la madre de Houdini apenas aprendió unas pocas palabras. Judía devota y esposa de un rabino, tampoco resultaba creíble que hubiera garabateado una cruz al principio del mensaje. Tal vez por esta experiencia frustrante, Houdini ideó un código en clave para que su esposa Bess, luego de su muerte, supiera si eran falsos los mensajes que los espiritistas le atribuyeran.

Final inesperado

Houdini, oficialmente, falleció de apendicitis en el hospital Grace de Detroit a los 53 años. Y son muchos los que creen que ya arrastraba un cuadro de apéndice inflamado antes de que los puñetazos de un admirador, que quiso comprobar su legendaria resistencia al dolor, la agravaran con una peritonitis aguda.
En 1926, sin antibióticos, aquella era una sentencia de muerte. Sin embargo, Houdini aún completó una actuación de dos largas horas y a pesar del intenso dolor que sufría, se negó a ir al hospital, convencido de que remitiría. “Houdini estaba muy acostumbrado a convivir con el dolor. Sus desafíos eran sesiones de tortura diarias. Se sentía un superhombre y creía que podía con todo”, explica el biógrafo, añadiendo: “Su propio ego fue el único desafío que perdió”.
A Houdini le enterraron en un cementerio judío en Queens en Nueva York, en el mausoleo que él mismo había dispuesto en vida y con el que demostró una vez más su ingenio. El busto del célebre mago es el único que sobresale de entre las sencillas lápidas judías cuando nieva en invierno. “Es un efecto calculadísimo”, a juicio de Caamaño, que “muestra cómo incluso en la muerte, Houdini le ganó a todos”.
Y no se equivocaba al prever que su esposa vería desfilar a multitud de médium con supuestos mensajes suyos. Uno de ellos proporcionó la codificación correcta que llevaba al mensaje de “Rosabelle cree”, pero no hubo contacto alguno con el espíritu de Houdini. La propia Bess había desvelado el código a un periodista un año antes. En la noche de Halloween de 1936, ésta llevó a cabo un último intento, con una sesión de espiritismo en la azotea de un hotel de Hollywood. Todo fue inútil. Bess se levantó con dificultad de la silla y con patente resignación dijo: “Diez años son suficientes para esperar por cualquier hombre. Todo ha terminado. Buenas noches, Harry”.

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