HISTORIAS CURIOSAS PARA CONTAR EN DÍAS DE LLUVIA

Tres pelos tienen mi barba

Por Javier Arias
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Quienes me conocen personalmente seguro se habrán dado cuenta que una de las cosas que aborrezco y, en la medida en que los eventos sociales me lo permiten trato de evitar, es el afeitarme. Pero el problema radica en que lo que realmente me molesta es la empresa en sí del afeitado, no el resultado final de la piel suavecita, suavecita. De hecho, no me divierte mucho eso de la barba tupida, las pocas veces que la experimenté me di cuenta que pica mucho más que los beneficios que puede traernos. Desgraciadamente no le encuentro solución, o soporto estoico la obligatoriedad rasuril o me enfrento a los pelos del tipo del espejo y me la paso rascando todo el santo día. No, no, estimado lector, lo de la depilación femenina es más una tortura moderna que una aplicación de la inteligencia de género, prefiero seguir con esta tan masculina e indolora dicotomía.
El caso es que no soy ningún adelantado en esta disyuntiva capilar, ya que desde que el hombre es hombre hemos buscado las mejores formas para dejar nuestro rostro impoluto y libre de pelambrería. Hasta existen pinturas rupestres, esas que los antropólogos –siempre con frondosas barbas ellos- descubren en cuevas en donde ni siquiera las alimañas más peludas se animan a entrar, en las cuales se ve reflejado que los hombres de las cavernas se ocupaban afanosamente en estos menesteres tanto como nosotros mismos. Hasta llegaron a encontrar rudimentarias “hojitas” que datan del neolítico. La depilación también tuvo su etapa de oro en la afeitada a punta de pinzas de estos buenos señores antepasados, pero si les cuento que existieron culturas en las cuales se rasuraban el bigote a fuerza de herramientas al rojo vivo entenderán la ambivalencia de estas técnicas y el por qué fueron dejadas de lado.
Y como el tironeo y el quemado no tuvieron aceptación se volvió a la vieja usanza del corte al ras, primero probaron con el silex –un mineral negro tipo el cuarzo que esta buena gente usaba para todo-, después pasaron al hierro, al bronce y hasta el oro.
Es que la lucha contra el vello facial no tuvo fronteras ni edades, por ejemplo se hallaron en tumbas egipcias del año 4000 AC algunos modelos sofisticados de hojillas y pinzas. Y también se sabe que en la antigua Mesopotamia y en Sumeria se cortaba finamente la obsidiana para obtener los primeros filos de esta naturaleza.
Ya en Grecia y Roma los tipos estaban más duchos y no iban a andar por ahí con togas tan níveas y paquetas portando barbas desflecadas, por eso utilizaban hojas largas de metal unidas a un mango en forma de rasuradoras. A estas afeitadoras de hoja abierta las llamaban «corta gargantas», un nombre de lo más tranquilizador a la hora de sentarse y ponerse en las manos de estos helénicos barberos
Más tirando para estos días, en 1762 Jean-Jacques Perret inventa la “afeitadora de seguridad”, que vaya uno a saber qué era. Pero si se piensa que el inventor era francés y muy cerca de la Revolución de lo que debemos estar seguros era de la “seguridad” del corte.
Todavía faltaban algunos años para que el gran King Gillette recibiera la patente por su afeitadora de seguridad de hojilla desechable. Eso fue en 1904 y marcó un verdadero hito en la lucha del hombre contra el rostro hirsuto.
Cuenta la leyenda que la historia comenzó en el vagón de un tren perdido en algún lugar de Estados Unidos. King Gillette era un joven de Wisconsin, a quien el incendio de la casa familiar había obligado a buscar trabajo cuando tenía 16 años. Así fue que el adolescente King consiguió empleo con el empresario e inventor William Painter, quien le ofreció, poco antes de subir al tren, el consejo más sabio y provechoso que alguna vez se haya dicho: “inventa algo que se use y se tire y te harás rico”. Aquella misma mañana de 1895, cuando Gillette luchaba en el pequeño baño del camarote con los enseres de afeitarse y justo antes de degollarse el pescuezo por una deformidad de la vía se dio cuenta en dónde debía aplicar tan iluminado consejo.
Desarrollar la idea de una afeitadora segura y descartable le llevó seis años y a pesar de que le habían asegurado que era imposible fabricar una hojilla tan delgada y a un costo razonable, fue en 1901 cuando el ingeniero William Nickerson dio con el material y la técnica apropiados. Dos años después tenía la patente y salía a venderla por todos lados. Para 1905 ya eran 90.000 las afeitadoras fabricadas y Gillette se había transformado, gracias al consejo del ya olvidado Painter, en un millonario
Pero Gillette, como nos ha enseñado Carlos Saúl, fue un niño rico con tristeza, porque ninguna fortuna o reconocimiento satisfizo su verdadero deseo, que era crear un verdadero sistema de cooperación universal, en el que no existiera el egoísmo. Él había imaginado una gran y única empresa que abasteciera a los sesenta millones de estadounidenses pero de la que todos hubieran sido sus accionistas. Pero sus ideas convencieron a pocos y la gran depresión de 1929 se llevó puesto su imperio económico. El inventor socialista murió, frustrado, en 1932.
Y todo por una buena afeitada.

Nota del autor: Datos extraídos de la página web http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/specials/newsid_3500000/3500981.stm

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