PORQUE EL 2018 NOS ENCONTRARÁ AÚN DISCUTIENDO SI PRIMERO FUE EL HUEVO O LA GALLINA

La dualidad argentina en tiempos de crisis

Por Lazarillo de Tormes

Como suele ocurrir cerca de fin de año, desde hace ya algunas décadas, el país se encuentra sumido en una profunda crisis de identidad, tal vez no porque la gente no sepa quién es, sino, acaso, porque espera ser definida por el sector político al cual adscribe.
Luego de la brutal represión por parte de las fuerzas públicas en las inmediaciones del Congreso Nacional, muchos recordaron aquellos disturbios de proporciones épicas ocurridos durante la debacle de 2001; otros, minimizaron la violencia, como suele ocurrir, politizando la cuestión y refiriéndose a las masivas protestas como parte de una “operación desestabilizadora” contra el Gobierno Nacional y sus respectivos legisladores, en el marco de una reforma, en esta ocasión la previsional, que según se planteó en un principio, le metería “la mano en el bolsillo” a la clase pasiva, es decir, los jubilados.

Cuando “A es B”, pero “B no es A”

Independientemente de quién adhiere o no a la propuesta oficial, una vez más, las circunstancias dejan en evidencia aquella extraña forma en la que, bajo la lupa de la “identidad política”, suele perfilarse una cuestión de interés público bajo dos miradas opuestas por defecto.
Cabe recordar la propuesta del 82 por ciento móvil para los jubilados, vetada por Cristina Fernández durante su segundo mandato; dicha iniciativa había sido calificada como un atisbo de “Justicia”, por sus propulsores, y, en la vereda de enfrente, como la “Ley de Quiebra del Estado” por sus detractores.
Se habla de “represión” y de “control de la calle”, de “zurdos” y “fachos”, de blanco y de negro, como si por algún motivo que aún desconocemos, todas las cuestiones de interés público -política mediante- debieran ser encasilladas bajo dicotomías antagónicas para poder ser interpretadas de una manera fácil y sencilla por el colectivo social.

Opinión pendular

De este modo, imposible sería que un “ultra M” pueda reconocer algún logro de las gestiones de Néstor Kirchner o Cristina Fernández, así como también sería una ardua tarea, intentar que un “ultra K” destaque algún acierto del gobierno de Mauricio Macri.
El problema, empero, no persiste en la diferencia de opiniones, sino que reposa, precisamente, en la necedad de defender a ultranza una vereda o la otra, sin tener en cuenta que, en algún momento, habrá que cruzar la calle -para un lado o para el otro- y que en ese punto intermedio (que, vamos a reconocerlo, nunca se encuentra al medio sino un poco más al costado), está la realidad.
Aquella que no repara en “ultras” o “antis”, en claroscuros, en menos o en más, en izquierda o derecha, porque, tal vez sería sano reconocerlo, emplear dicha retórica como una salvedad sólo podría contribuir con aquello que ha generado la famosa-infame “Grieta”: el fanatismo.

¿La razón o la racionalidad?

La religión y el fútbol nunca mataron a nadie; ciertamente, lo hicieron los fanáticos y los violentos.
El mismo análisis podría aplicarse a la necesidad actual de realizar una lectura de la realidad desde un costado de la política o del otro, entendiendo que si se abona a la “Vereda A”, todo aquello que realice la “Vereda B” estará mal, y viceversa.
Dicha concepción, no sólo poco constructiva sino también, destructiva, continúa escalando, valga el oximorón, hasta los más altos niveles de bajeza intelectual: desde calificar como una “cuestión kirchnerista” al pedido de aparición con vida de Santiago Maldonado, hasta tildar de “nazis y fachos” a quienes simpatizan con la actual administración nacional.
Ambas veredas -A y B-, aplicadas a las distintas discusiones públicas que estuvieron de moda durante algunos meses y migraron hacia otros lares, parecerían converger en un callejón sin salida, dando cuenta de que los argentinos, de lunes a sábado (porque el domingo se descansa), vivimos en una auténtica realidad paralela, aunque disponemos de una posibilidad francamente maravillosa: podemos elegir en cuál de las dos realidades vivir día a día, ironía mediante.
Consecuentemente, todo lleva a la eterna reflexión de que “en política, el problema no es cuando varios piensan distintos, sino cuando todos quieren lo mismo”. Y, lamentablemente, lo que todos quieren, en este caso, es tener razón.

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