Página de cuento 683

Ciudad Yogur – Una historia de amor, de locura y de leche. Parte XVII: Mary

Por Carlos Alberto Nacher
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De casualidad y gracias a la intervención de aquel submundo de las cloacas, Teté y yo salimos ilesos del torbellino policial. Quería pensar en aquellas cloacas, en aquellas personas secretas y ocultas que, sumergidas en una miseria espantosa, se amaban los unos a los otros. Quizá era la pobreza misma, la no esperanza, el no deseo de lo material, lo que las llevaba a amarse con férrea decisión. Pero no era mi caso, yo lo tenía todo: un departamento cómodo, un automóvil Fetrulán 3CV rojo que era detectado a varias cuadras por los peatones envidiosos, un buen trabajo, algunos tronchos en el banco, y sin embargo no podía escapar a la presión mental, la explosión cerebral que me provocaban aquellas cuatro mujeres a quienes quería con locura.
Quería pensar, dije, pero no podía. La discoteca Regurgitation era muy ruidosa, sobre todo en estos momentos en que pasaban un conocido tema de los Olesorete en el que realizaban toda la melodía vocal solamente valiéndose de eructos, expresiones guturales tan profundas y tan bien logradas que incluso a mi, que desde ya, no soportaba esa música, me hacían estremecer. La multitud bailaba como loca, saltaba y eructaba parafraseando a los coros. Infinidad de vasos plásticos de yogur regaban el piso, jarras de leche saborizada con esencia de vainilla iban y venían por las barras iluminadas. Justamente allí, contra una de esas barras, se encontraban cuatro mujeres jóvenes y muy bonitas. Tal ensoñación me produjo aquel cuadro, interrumpido por saltos y grotescos y sonoros eructos, que me había olvidado de Teté. Miré alrededor pero no estaba, se había perdido en aquella multitud enajenada.
Me acerqué a la barra, mirando hacia todos lados. Me pedí un trago largo, creo que fue una leche de cabra ordeñada a mano con crema de maracuyá. Me acodé en la barra, tan cerca de las mencionadas mujeres que llegué a tocar a una de ellas con el codo.
“Perdón” le dije, “No era mi intención tocarla, aunque pareciera que, dada mi ampulosa manera de recostarme contra la barra, así lo fuera.” “No se preocupe, de todas maneras, estamos un poco aburridas. Nos alquilamos mutuamente, las cuatro, dado que coincidimos en que todas deseábamos salir con tres amigas, y así fuimos las cuatro juntas, de absoluta casualidad, al mismo Rent-a-human. Al enterarnos que las cuatro deseábamos lo mismo, en lugar de alquilar a otras, hicimos un convenio de mutuo acuerdo y por tiempo determinado, una especie de sociedad encomandita y de responsabilidad limitada en la que todas salimos juntas. Yo soy Mary, ella es Peggy, la morocha es Betty, y la muchacha de color es Julie.” “Cómo están, mi nombre es Albert, y también estoy aquí de casualidad, ni siquiera sé con certeza cómo llegué aquí y qué estoy haciendo. No obstante, quisiera, si me lo permiten, disfrutar de la compañía de ustedes por unos momentos, nada más. Me resultan unas mujeres muy interesantes.”
Las cuatro se habían vestido y maquillado muy correctamente para esta salida, y se notaba que estaban acostumbradas a lucir elegantes. Bebían de unos vasos deformes, color marrón, unos líquidos viscosos y cremosos, una de esas bebidas modernas, mezclas de distintos quesos licuados con pasta de berenjenas. Sus labios se estrujaban para absorber de la pajita, unas luces amarillas de fondo contrastaban con sus rostros delineados y suaves. Las miré fijamente, con ansiedad, ellas me miraron también, al parecer sin demasiada comprensión. El ruido ambiente era ya insoportable, ahora la canción de los Olesorete había terminado y sonaba otra música cuya estridencia no dejaba lugar a ninguna reflexión, una música de porquería, puro chingui chingui, cómo me gustaría encerrar a todos estos dementes sicópatas en una celda y tenerlos dos meses escuchando únicamente ópera, a ver si aprende algo, o al menos, se cultivan un poco. Porque la ópera es culta, aunque no entiendo qué dicen los cantantes con esos fraseos largos donde predominan totalmente las vocales por sobre las consonantes y, aunque supiera italiano, igual no les entendería nada. Y menos les entiendo, ya que no sé italiano.
La música, la inundación de yogures, el humo, el olor, el sudor, todo conspiraba para hacer de ese lugar, la Regurgitation Discotheque, un lugar placentero. Sin embargo, en medio de aquel terreno árido, estaban esas cuatro flores de algún jardín trascendental.
Las tome de los brazos a las cuatro, dos en cada una de mis manos (¡qué hermosas se las veía al reaccionar ante la sorpresa!). “Vengan, vámonos de aquí, debo hablar con ustedes a solas. Salgamos ya, antes de que sea demasiado, estee, digamos, demasiado temprano.” Salimos corriendo. En el camino, Peggy perdió un zapato y Julie unos palitos chinos para sostener el pelo.

Continuará…

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