UN CUENTO DE MIÉRCOLES

A veces acá también llueve

Por Javier Arias
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En Puerto Madryn hay muchos bancos y una sola librería, y un peluquero que no tiene ni una fotografía de ninguna de las cabezas que ha tenido el gusto de conocer.
Y toda la gente que viene y que va a veces se detiene a saludarse, aunque por detrás siga leyendo con sorna y con cinismo sus cuentas de Facebook.
En la esquina hay un abogado, que todos conocen, en un coche lujoso, estacionado sobre la franja amarilla mirando su celular, mientras los chicos se ríen de él a sus espaldas. Pero el abogado nunca usa paraguas cuando llueve a cántaros, eso parece raro, pero no lo es.
Puerto Madryn está en mis ojos y en mis oídos, desde la costa grisverdosa hasta los barrios sepias pegados a la barda. Desde las pesqueras repletas de harina y de desocupados hasta los kite surf que se recortan contra la curva del Indio.
En Puerto Madryn se puede bailar con la música que sale de los parlantes de la disquería, pero sólo si todos saben que perdiste un día la cordura; se puede llevar en el bolsillo la foto de Perón, pero siempre y cuando la guardes de la luz del amanecer.
Puerto Madryn está en mis ojos y en mis oídos, con puerto y sin pescados, pero con millones de panaderías. Con ropa de once en las vidrieras de fin de año y un casino lleno de maquinitas de colores.
Detrás delos mostradores siempre vas a tener una sonrisa, si la tarjeta de crédito responde y los cruceros se acerquen al golfo; vendiendo al doscientos por ciento, por culpa del flete y las distancias, actuando una escena que se repite desde hace años, desde siglos. Cambian los actores, pero el guión sigue siendo el mismo.
En Puerto Madryn el peluquero hace otro corte, el abogado responde otro wasap y el loco de la esquina sigue bailando bajo la lluvia torrencial, que es muy raro, muy raro, porque acá nunca llueve, salvo para inundar todas las calles, pero especialmente esos asentamientos que el turismo esconde de los cruceros que se agolpan en el golfo.
A veces, muy pocas veces, nos juntamos todos en las calles, y parece una comunión que va a durar toda la vida, pero el anochecer nos encuentra refugiados de la brisa marina, con las pantallas encendidas, mirando el mundo por el cristal de leds que nos siguen mintiendo sin prisa ni pausa. Y al otro día, el sol sobre el agua vuelve a reverberar iluminando a la más linda como si fuera un regalo de Navidad, haciendo destellar los edificios que se ciernen como gárgolas sobre la arena.
En Puerto Madryn hay maestras que luchan día a día, pero no alcanza nunca, hay enfermeras y compañeros, hay amigos y laburantes que miran los diarios basculando entre la esperanza y la resignación, hay voluntades quebradas y desánimos, pero también hay voces que reconfortan y ese abrazo oportuno para seguir caminando.
Puerto Madryn está en mis ojos y en mis oídos, desde la costa grisverdosa hasta los barrios sepias pegados a la barda.

FOTO GENTILEZA: ALEX DUKAL-CULTURA ALERTA

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