PALABRAS PARA EL HOMBRE

Conjuro contra el olvido

Por Marisa Rauta

“No temo a la muerte tanto como temo a sus prólogos: la soledad, la decrepitud, el dolor, la debilidad…Después de algunos años de ellos, me imagino que la muerte se presenta como unas vacaciones en la playa”…esto lo decía Mary Roach y lo repitieron varios para llenar el aire y el silencio que dejan las partidas sentidas.

Ayer partió Mario Das Neves de este mundo material, cerró su tremendo prólogo acuciante y abrió un espacio de debate tan grande e importante, como directamente proporcional al poder político que ejerció en nuestro territorio chubutense.

Fue el último día del mes de los aquelarres y el principio de la décima luna completa acunada por los vaivenes de las olas cuando golpeó el latido final la puerta inmaterial. Pocos llegaron hasta ella. En la antesala de la muerte no hay lugar para los aduladores, tampoco para las multitudes ni para los entornos de lambiscones. Tampoco hay gloria aún, porque no hay dimensión de la ausencia cabal.

El tránsito doloroso que acompañó su exacerbado ejercicio de la profesión de gobernar sin dudas le copó la vida a Mario. Así como la impiedad que lo mostró imbatible y que alguna vez creyó que merecían sus disidentes, se encargó del resto.

En la cima no hay más que soledad y en ella, las razones son apenas zarzas empujadas por el viento. En cada vuelta de esa zarza hubo tanto impulso del altruismo que comprendió y hoy venera su círculo verde, como del egoísmo personalista que intentan leer y traducir sus detractores. Ambos son el recorrido de una misma rueda, donde la importancia radica en el vacío que la impulsó. En la reflexión de los que entregan hay máximas vidriosas: “Siendo uno los otros, no hay más que uno por siempre”.

A veces la trascendencia no se busca de rodillas sino de pie. A veces ni siquiera se sabe que el poder es el miedo. A veces no se cree que arriba es como abajo y viceversa.

Sabemos de él que su intuición y fiereza política le permitió alcanzar tres gobernaciones y plantarse al poder central que hiciera falta con su voz carraspeadamente federal. Sabemos que no le temblaba el pulso para tomar decisiones y que confiaba más en su sombra que en los dogmas. Que olía de lejos a los falsos profetas y repelía a los acomodaticios.

Sabemos de su idolatría a la dedicación y su desprecio por la mediocridad tanto como su inocultable desvergüenza para ejercer la intransigencia caudillista. Sabemos mucho del gobernante que se fue, que se dio el lujo de ganar una elección una semana antes de su muerte, pero poco o casi nada del Mario que fue hijo, esposo, padre y abuelo, por esa cuestión de ser uno en otros.

Para el hombre que ayer partió sin embargo serán las lágrimas, no para el poderoso. Y para él también serán las remembranzas de los amigos, las nubes detenidas sobre los alambiques que destilan la existencia húmeda estrujando los sentidos, cuando culminen los honores. Para el hombre, no para el que pudo ser, sino el que ha sido.

Para el hombre será también el rojo del ave que canta en la ventana de la historia, y el rugido del viento en los suburbios de las calles más largas. Para el hombre será el agradecido manto de rezos anónimos y también el perdón tardío que destrenza la finitud propia.

Por eso para el hombre, no para el poderoso, van estas letras ralas silenciadas por las contradicciones en las que nos pusieron alguna vez las ideas. Para ese hombre de las botas puestas, cae entonces mi sombrero en un reconocimiento confeso.

Porque aprendí a mirar más allá de la muerte cuando para ahí partió mi amigo. Tomé aquel día inexplicable gota a gota de mi plasma y prometí en el rollo del blanco lienzo que se llevó, con cursivas de misterio, que ya nada mas podría ser escrito sin cumplirlo. Y en ese espacio de narrar sin tiempo inferí que solo la trascendencia nos hace poderosos de verdad.
Por eso hoy repito: “Que todo lo que venga, vaya y vuelva. Y que nada sea sin sentido”. Adiós Mario!

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