De parte de los perros verdes

Por Juana de Arco*

p3Meter a un pobre can en una masa de resentimiento político y encima desearle la muerte, es verdaderamente inconcebible. Si la expresión fue dirigida hacia quien creemos, fue absolutamente impiadosa, y la impiedad es posiblemente el peor de los pecados, además de no ser feliz, como decía Borges, de un ser que se precie de humano.
Si el término además fue para innombrar a su destinatario, debería saber que el otro pecado es ser encima cagona.
Ser considerado un `perro verde´ es apelar a la rareza, que de modo alguno es malo. Para desasne de tanta burrada, debería saber la insultadora compulsiva que han existido los perros verdes.
La realidad, a menudo, tiene la capacidad de sobrepasar nuestros límites de sorpresa y de pasmo. Hay noticias que nos hacen creer que lo imposible es factible, que lo ficticio se queda corto ante lo real, que lo raro a veces no lo es tanto. Y que los perros verdes son excepcionales, pero existen. Y es probable que hayan dado lugar al refrán popular que tocó de oído, “eres más raro que un perro verde”, que en el fondo indica que algo (o alguien) nos parece “un bien extraordinario o muy poco común”. De hecho hace dos años un 3 de junio, cuando Aída Vallelado Molina casi se cae de bruces en Laguna de Duero (Valladolid) al ver que a su amada mestiza le nacieron dos cachorros de color verde, casi fosforescente. No serían los únicos: hacía un tiempo en Brasil, había nacido “Hulk” una cachorra con el mismo colorido, y tres meses después un perro verde sorprendió a todos en Chaco, al destacarse esperanzadamente entre los otros nueve cachorros que tuvo una perra cusca en Tres Isletas. El origen de este verde es producto de la biliverdina. Un pigmento que se puede encontrar en la cáscara de los huevos de las aves, en la sangre de muchos peces y, entre otros, en la placenta de los perros. Pero para más desasne de burradas, el pigmento no se absorbe, y a los perros verdes, el verdor se les pasa, no así la pelotudez de quienes condenan las rarezas, ni la insanía de quien desea la muerte de otro.

Por la luz que te alumbra

Más que todo arrastra esta imperiosa intervención periodística a tan desubicada cita, la necesidad de sumarme a la cola de solidaridades que cosechó el 1 que hoy requiere de todo el apoyo, y porque también el “Perro Verde” fue un éxito periodístico humanístico que impuso impecablemente el reportero Jesús Quintero, un nombre que termina siendo `toqueteado´ malamente para las nuevas generaciones que tal vez no saben de que se habla. El Perro verde fue precisamente una pieza del arte de la entrevista que se emitía desde Sevilla, allá por 1988, y que se caracterizaba porque sus intervenciones eran mínimas o inexistentes; siempre hablaban las visitas, personajes de la política, la ciencia, el arte y la cultura, gente común que tenían para decir y muchísimas veces cosas fuertemente controversiales. Era tan demoledor su silencio recortado por la imagen del invitado y plasmado en lo no dicho, que desnudaba a cualquiera. Pero el nombre de este cabal programa no vino a caso solo por la rareza periodística inaugurada del dar el espacio, sino además, porque el maestro de lo sobreentendido, que no tenía demasiada escenografía por cierto mas que las humaredas de sus cigarros, encargó comprar un perro de raza llamado «Calma de Valle Negro»; aunque era totalmente blanco y lanudo; y dejarlo en el piso durante toda la entrevista, manteniéndose absolutamente tranquilo y quieto, como escuchando. Un día lo acariciaron con un haz de luz verde, y fue así el compañero para siempre de este periodismo maestro que solo permite el escuchar, y que ya tenía su nombre y luego encontró su ícono.
Uno de los momentos más recordados de ese “Perro Verde”, para los viejos memoriosos marcados por el día después de una nota, fue precisamente la entrevista a un `condenado´, como la que nos ocupa. Palabra tras palabra lanzó el convicto Rafael Escobedo, acusado del crimen de los Marqueses de Urquijo, y todas absolutamente todas, fueron para sostener su inocencia (aunque nada tuvo que ver con Alpesca). Como no recordar aquella entrevista con desenlace abierto, ya que unos días después del programa, y tras la pesada condena pública, el tipo se suicidó.

Podridos de culpar a las palabras

A fin de cuentas y a todo esto, lo único que se pide es que si una funcionaria como Gabriela Dufour tuvo la capacidad de mandarse tantas en los cuatro años en que apuntaló los negocios del buzzismo, con abuso o sin de poder, con sobreprecios o sin, y antes con banca y ahora sin, por lo menos tenga la grandeza de llamar las cosas por su nombre, y de reorientar su impotencia o calentura hacia quienes percibiría que la están literalmente “entregando” a la sumatoria de causas perdidas.
Todo esto para dejar claro que lo que diga, poco y nada atemperará lo que se piensa sobre ella, ya que la condena judicial es evidentemente posterior a lo que la gente ya sabe. Por eso convendría que deje el idiomario superlativo en paz, a menos que sea un intento, como el entrevistado del Perro Verde, de apelar al suicidio verbal, antesala al aniquilamiento masivo, que no puede dudar, surgirá luego de una expresión tan mal paridamente desafortunada.
El científico estadounidense Steven Pinker en “El mundo de las palabras”, comenta los trabajos que relacionan insultos y blasfemias con nuestro cerebro animal: las estructuras más primitivas, como los ganglios basales, están involucrados en las emociones. Personas que con lesiones en la corteza cerebral pueden, sin embargo, maldecir y, ciertas lesiones cerebrales convierten al paciente en una máquina de insultar. “…lo cual indica que proferir juramentos y obscenidades es un fenómeno neurobiológico coherente…” con la animalada.

La culpa es de la boquita

Ya lo decía el genial Roberto Fontanarrosa, que se había comprobado científicamente las bondades de soltar una serie de palabrotas para que disminuya el dolor. El `Negro´ realizó la defensa de las malas palabras en el Congreso de la Lengua Española de Rosario (2004). En una mesa redonda defendió con fina ironía a las palabras proscriptas ante la Real Academia. “Tal vez sean (ellas) como esos villanos de viejas películas —como las que nosotros veíamos—, que en un principio eran buenos, pero que al final la sociedad los hizo malos (…) No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo”.
Y no fue el único defensor de las malas palabras y responsabilizador lapidario del hablante. También Juan Sasturain se ocupó de ellas. Decía que “que las malas palabras no sólo son necesarias coloquialmente, sino también en la literatura. Una puteada tiene fuerza, velocidad, precisión”, y reúne muchos ejemplos: Echeverría en El Matadero, Arlt, Cortázar en Los Premios, Marechal en Adán Buenos Aires, Conti, hasta Anna Frank en su diario. Apela a Borges, incluso él las disfrutaba: Bioy cuenta que una de sus coplas preferidas era «…En el medio de la plaza/del pueblo de Pehuajó/hay un letrero que dice:/la puta que te parió…»

Monólogo color esperanza

Pero para cerrar tanta dedicación a lo que guardó la verba que irritó a toda una provincia, nada mejor que apelar a nuestro maestro del desenmascare, Enrique Pinti, que no sólo defiende fervientemente el poder liberador de las malas palabras lisas y llanas, sino que ataca los podridos eufemismos y las dañosas hipocresías que guardan las bocas que le dan un rodeo a las verdades.
En un monólogo memorable apuntaba “…porque aunque te parezca mentira en esta Argentina de negociados, de maestros mal pagos, de jubilados hechos mierdas, de negociados de mierdas y cagadas de gente que entra por una puerta y sale por la misma puerta sin nadie que pague por los crímenes, en esta Argentina hay gente que se sigue escandalizando por las malas palabras ¡con todo lo que hay para escandalizarse! Cuántos forros que hay en este país todavía, cuantos boludos, cuantas viejas mal cogidas. ¡Por dios! ¡Cuántos estúpidos, porque cuando son viejos tendrían que ser mas piolas, porque cuanto mas viejo sos viviste más, y cuando viviste más, más te cagaron, y debés saber que toda la gente que te cagó, muchos de ellos no decían ni una sola mala palabra. Los gobernantes que tuvimos nosotros, ¿Cuándo dijeron una mala palabra en público? Nunca, sin embargo te hundieron».
O sea, en Chubut mientras haya un boludo suelto con aires de festejar la finitud ajena, y una vieja forra que con sonrisa soslayada no llame las cosas por su nombre y siga usando los fueros para twittear `indirectas´, estamos cagados, muchachos.

*Soy Juana de Arco, amiga de Juan de la Sota, fiel del Furia, seguidora de la Sombraonline, y ceniza de tantos…

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