Siempre hay lugar para uno más ¿o no?
Por Javier Arias
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En esta campaña, con tanto discurso sin sentido, peleas fratricidas y de las otras, gritos estentóreos y palabras gruesas, paparruchadas y bajezas, uno comenzó a redescubrir las publicidades. Porque uno imploraba que terminaran de hablar para que regresara la salvadora tanda de comerciales. En otros tiempos vilipendiados, hoy rescatados de nuestro olvido inconsciente. Ni bien escuchábamos a Gianola tocando puertas con un jabón en polvo en la mano respirábamos aliviados. Es así como el “advertaisin” logró en estos últimos tiempos un espacio impensado hasta para los más enroscados publicistas.
Y así, pasando de un comercial de cepillos de dientes a uno de aguas saborizadas y disfrutando a Maru Botana en sus mil y un facetas de ama de casa vendiendo hasta líquidos limpiadores discurrimos estos últimos días previos a los grandes comicios, que si le creemos a estos tipos, van a partir la historia argentina en dos, un antes y un después del 25 de octubre del 2016, y agarrate catalina el lunes porque se acaba el mundo.
Pero como uno sigue siendo un ateo también en este tipo de supersticiones sigue hablando desprejuiciado sobre banalidades, que son las que finalmente nos alegran la vida, ¿o no es así querido lector?
Banalidades como preguntarse en familia si ahora Rexona no te abandona –toda una maniobra arqueológica si las hay en la publicidad argentina- ¿cómo era antes cuando en vez de Rexona era Rexina? Porque, apelando a su memoria prodigiosa, atento lector, usted recordará que la marca de jabones de Unilever, hace ya unos cuantos años, tenía ese nombre, ¿no?
¿No, no se acuerda? La cosa fue así. Allá por mitad del siglo pasado –qué terrible que suena eso, santos almanaques-, más precisamente por 1966, Unilever licenció su línea de productos a una empresa nacional, la cual se hizo cargo no sólo de la fabricación de dichos productos, sino también de todo lo que fuera la imagen de los mismos, desde los envases hasta las gráficas y publicidades. O sea, los muchachos pusieron un montón de plata y lo único que pretendían era vender lo más rápido posible la mayor cantidad de jabones que pudieran. Pero no todo es un lecho de rosas, aunque esa hubiera sido una de las mentadas fragancias.
La cosa fue que en el apuro y buscando un margen de ganancia compraron unas máquinas rusas para imprimir los envases de los desodorantes, maquinas que tenían la particularidad de tener la zona de impresión un pelín más chicas que las nuestras. O sea, cuando le ponían el frasco de los desodorantes de Rexona –como se llamaban ya en todo el mundo occidental- quedaban afuera o el comienzo o el final del logo, mordiendo la “R” o dejando la mitad de la “a”. Lo primero que pensaron los muchachos fue achicar el logo, recorte que solucionaría el problema, pero que los directivos de Unilever no quisieron aceptar.
Pero los días iban pasando y la santa providencia no había logrado ni agrandar el cilindro de impresión ni achicar los envases de los desodorantes.
Pasados los tiempos límites a alguien se le ocurrió directamente sacarle la última letra y dejar como nombre “Rexon” lo que, aunque renuentes, la gente de Unilever aprobó. Pero el esta vez el que no lo hizo fue la petrolera Exxon, que antes que pudieran registrar ese nombre, se opusieron alegando que era muy similar en forma y sonido a su propio nombre. Aunque entre nosotros, Rexon me suena más a mata bichos que a perfume para axilas, ¿no?
Y ya estaban sobre la hora y el pescado sin vender –metáfora de lo más contradictoria para ilustrar una historia de desodorantes, pero usted, paciente lector, sabrá comprender-.
Finalmente, y en una demostración fáctica que en todos lados se hace de tripa corazón, decidieron cambiar la “o” por una “i”, que es más delgadita y daba espacio para las impresoras rusas. Además de que, según cuentan, un afiebrado ejecutivo de cuentas señaló que encima rimaba con Argentina, todo un acierto.
Y así pasaron las décadas y todos, más o menos limpitos y perfumados, conocimos durante años a esta marca de jabones y desodorantes como “Rexina”. La empresa, junto al país, siguió creciendo y un buen día decidieron comenzar a exportar a los países limítrofes. Que si bien era una excelente noticia, en ese momento la gente de Unilever se acordó que la “o” no es lo mismo que la “i” y les recordó a sus socios argentinos que si iban a vender jabones afuera de nuestras fronteras, tenían que volver al viejo y olvidado nombre que regía en el resto del mundo.
Y uno, que ahora ya se acostumbró, todavía recuerda ese día que se desayunó que su jabón ya no era Rexina sino Rexona, y que si bien ahora rimaba más ajustadamente con el que no abandona, igual no nos gustó ni un poquito. Pero lo curioso, amigo lector, eso que hará seguramente que brote alguna que otra sonrisa entre sus oyentes cuando cuente esta historia, es que la campaña publicitaria que allá por los noventa se lanzó para instaurar el nuevo-viejo nombre de Rexona costó un ochenta por ciento más que lo que hubiera costado la compra de las máquinas adecuadas para imprimir desde el comienzo el nombre completo.
Es que como en la política, y en el amor, en la publicidad, estimado lector, el bolsillo tiene razones que la razón desconoce, ¿o no era así?
Fuente: http://www.guille.nl/