Nochebuena en Legoland
Por Javier Arias
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Los Lampeduzza, después de que Atilio cobrara una vieja indemnización, salieron de viaje a Estados Unidos. Así que, junto a su esposa Carmen y sus dos hijos, Albina de 17 años, a la que le dicen Blanquita, y Ramirito, de 6 años, ya pasaron por Orlando, Miami, San Diego y ahora están encarando hacia el norte por la costa oeste.
– ¿Cómo que es un hotel de legos, Carmen? -le preguntó en un susurro medio cortante Atilio mientras tomaba la autopista.
– No está construido de legos, es de Lego, le va a encantar a Ramiro, y queda al lado del parque de diversiones de, obvio, Lego. Y bajá la voz que es una sorpresa.
– Pero no me dijiste nada…
– Porque era una sorpresa, Atilio, no me rompas.
– Sorpresa para Ramiro, no para mí, Carmen, yo no pienso ir al parque ese, y menos a…
– Perdón ustedes dos, ¿están hablando que vamos a ir a Legoland? -los interrumpió Albina asomándose entre los dos asientos del coche.
– Shhhh…. -le pidió su madre con un gesto medio desesperado.
-Sí, ¿te gusta la idea, Blanqui? -le preguntó su papá con una sonrisa.
-¡Ni en pedo me meten a Legoland!
– ¿Legoland? ¿Dijeron Legoland?
Sólo eran cincuenta kilómetros, que Atilio pensaba hacerlos paseando y disfrutando las vistas del sur de California, no fue el caso.
– ¿Viste por qué te dije que era una sorpresa, Atilio? -le dijo en un momento Carmen, logrando hacerse entender entre los aullidos ininterrumpidos de festejo de Ramiro.
– No sé que me estás diciendo, Carmen, y si no hacés callar a ese niño me meto en el el primer consulado que encuentro y pido una deportación express.
Finalmente llegaron, bajaron las valijas, estacionaron el coche y Carmen, luego de registrarlos en el hotel, que no era de legos, pero parecía, se fue con Ramiro para el parque, donde se internaría por todo el día.
– Bueno, ¿vamos a la pileta, Blanquita?
– ¿Hay pileta?
Haber, había pileta, el tema es que al ser 24 de diciembre, pleno invierno en Estados Unidos, a pesar de los 28 grados, y víspera de Navidad, apenas si había un bañero y dos señoras gordas en las reposeras…
A la hora de estar mirando la nada, Albina se incorporó sobre un brazo y le dijo:
– Pa, ¿vamos a estar todo, pero todo el día así?
– Bueno, vos no quisiste ir al parque de diversiones…
– ¿Y por eso estoy castigada?
– Albina, vos sola podés decir que estás castigada en un hotel de California tomando sol en la pileta…
– Aburriéndome como una ostra en la pileta querrás decir.
– ¿Y qué querrías hacer?
– ¿Qué te parece tomar un yogur helado?
La verdad, Atilio también se estaba pegando un aburrimiento de novela y la perspectiva de seguir mirando a las dos señoras embadurnadas en las reposeras de enfrente era un panorama para nada halagüeño.
– ¿Y dónde vamos a ir a tomar un yogur helado?
– No sé, pa, ¿vos no trajiste el GPS?
– Sí, pero no le puedo decir al GPS que me lleve hasta donde vendan yogur helado, Blanqui, tengo que tener la dirección de…
– Pa, sos un desastre, vamos que te explico.
Atilio miraba los dedos de Albina sobre la pantallita del GPS y no podía creer que todo eso estuviera dentro de ese aparatito.
– ¿Y te dice dónde hay una estación de servicio?
– Sí, papá.
– ¿Y te dice si hay hoteles cerca?
– Sí, pa.
– ¿Y te dice si viene un coche a la vuelta de la curva?
– No seas exagerado, pa.
– ¿Y te dice cómo volver a este hotel?
– Sí, papá.
– Bueno, vamos…
Y así fue el día de Nochebuena para los Lampeduzza, Carmen divirtiéndose como una niña con Ramiro en el parque de diversiones de Legoland, y Atilio, caminando con Albina por los negocios de Carlsbald, disfrutando de la mano de su hija como hacía años no lo hacía.
Hacia las tres de la tarde volvieron al coche para regresar al hotel, había que bañarse y prepararse para la cena de Nochebuena. Atilio estaba exultante, lleno de vida, puso la llave en el encendido y dirigió el coche hacia la salida del estacionamiento.
– Pa…
– Sí, Albi…
– ¿Te acordás que te dije que el GPS nos podía llevar al hotel de vuelta?
– Sí, es un aparatito fantástico, hace años que lo teníamos pero nunca le había dado mucha bola, lo que pasa es que yo me doy maña con las calles en casa, así que…
– ¿Hace muchos años que lo tienen?
– ¡Puffff! Una barbaridad, si lo compramos cuando… ¿Por qué me preguntás eso, Albina Lampeduzza?
– Porque creo que hoy se jubiló.
Y fue así nomás, el GPS decidió que era un buen momento para abandonar este mundo de miserias y nunca más encendió. En el medio de un pueblo de la costa oeste de Estados Unidos.
Finalmente entraron a la habitación, Atilio ya no estaba tan exultante como hacía dos horas atrás.
– ¿Dónde se habían metido? ¡Legoland fue bárbaro! Vamos, que Ramiro nos está esperando en el salón.
Atilio levantó la vista alarmado, con el cadáver del GPS en la mano, y atinó a decir: ¿Solo?
– Sí, ¡y le compré una espada!
(Continuará)