Los valientes mueren de pie

Los Lampeduzza, después de que Atilio cobrara una vieja indemnización, salieron de viaje a Estados Unidos. Así que, junto a su esposa Carmen y sus dos hijos, Albina de 17 años, a la que le dicen Blanquita, y Ramirito, de 6 años, ya están en Orlando, dispuestos a disfrutar el segundo día en el parque de diversiones de Universal.

16El segundo día en Orlando amaneció luminoso, la excitación había pasado un poco, por lo que el desayuno no revistió las escenas de paroxismo místico del día anterior, y Atilio, afortunadamente, había superado con éxito la noche luego de la descompostura pírrica que le había agarrado después de la montaña rusa de Hulk.
Salieron más tranquilos hacia el último día del parque de Universal, a Disney no iban a ir porque lo habían programado para cuando llegaran a Los Ángeles, decisión racional y muy organizativa, pero de difícil acceso para Ramirito, que cada vez que pasaban algo con orejas -y en Orlando todo, completamente todo, tiene orejas- se ponía a los gritos que quería ver a Mickey.
Recorrieron el parque yendo de atracción en atracción, que los Minions, que Shrek, que los Transformers, que el Hombre Araña, hasta que se enfrentaron a una nueva montaña rusa. A Carmen no le gustó mucho que en la entrada ya hablara de valientes y en la salida de sobrevivientes. Miró a Atilio con la firme intención de recordarle el día de ayer y que el señor de la tarjeta de crédito ya le había dicho por teléfono que su seguro médico no incluía atención de emergencia por colitis nerviosa; pero Atilio ya no daba muestras de respuestas cognitivas. Miraba extasiado la serpiente roja que subía y bajaba en ángulos imposibles.
Reconociendo que hay batallas que uno no debe enfrentar, tomó de la mano a Ramiro, le señaló un banco a Albina y dejó a Atilio a su propia suerte.
Atilio comenzó a caminar extasiado y fue tal su alegría cuando vio que había una fila especial para aquellos que viajaban solos que casi se pone a saludar a la gente. Era una fila muchísimo más corta, ¿quién cornos va a viajar solo a Orlando?
En menos de cinco minutos ya estaba subiendo al carrito. La forma de agarre no lo convenció mucho, venía desde el costado, medio tomándolo de la cintura, sin pasar por los hombros, y sintió que cuando hizo el esperado clack no había terminado de ajustarlo eficientemente; iba a decirle algo al muchacho que estaba controlando, trató de formar en inglés la frase que estaba pensando pero eso sólo fue un esfuerzo que le llevó tanto tiempo que cuando al fin armó algo parecido a lo que quería decir, el carrito ya corría hacia adelante.
Tanteó un poco el soporte, probando si se lo podía ajustar un poco, pero no se movió ni un centímetro, y cuando miró a su acompañante, el japonés le devolvió una mirada inescrutable. Allá adelante las vías subían pronunciadamente, muy pronunciadamente, Atilio pensó que tal vez demasiado pronunciadamente. Efectivamente era un ángulo de 90 grados y de repente Atilio quedó completamente acostado y sintiendo que ese soporte que antes no lo ajustaba bien, ahora directamente no lo abarajaba ni un poquitito y se estaba yendo literalmente a la mierda. Más tarde no se sentiría orgulloso de sus actos, pero empezó a chillar cual colegiala frente a una patota de violadores recién salidos de Alcatraz y a revolear los brazos como poseído buscando de donde agarrarse. Fueron segundos de supremo sufrimiento, Atilio sentía que si se soltaba del soporte acolchado su preciada humanidad terminaría estrellada junto al puesto de patas de pavo, pero todo terminó cuando el ascendente sufrimiento se transformó, en un instante, en un descendente tormento. Atilio no estaba preparado para eso, ya no le quedaba aire para seguir gritando y clavó los dientes en el soporte.
Finalmente acabó la vuelta y lograron despegarlo del soporte, que tenía las marcas tanto de su dentadura como de sus uñas. El japonés lo seguía mirando con un gesto incomprensible.
Carmen y los chicos lo esperaban a la salida, sonrió.
– ¿Vas a subir de nuevo, Atilio?- le preguntó con mal humor Carmen.
– No, no, ya se está haciendo tarde y los chicos querían ir de nuevo a lo de los Minions, ¿no?
– Yo no quiero ir de nuevo a lo de los Minions, pa- le contestó Ramiro miserablemente desde abajo.
– Bueno, pero…
Carmen lo miró con resignación: -Dale, Atilio, andá, sos un hincha con estas cosas, después me vas a decir que te quedaste con las ganas y vas a estar rompiendo toda la noche con que siempre los chicos hacen lo que quieren y vos nunca podés hacer lo que te gusta..
– Es que…
– Dale, Atilio, no rompás más, andá que te esperamos.
Y así fue como Atilio volvió a hacer la fila de los que viajaban solos, aunque no tan feliz como la primera vez.
A la noche visitaron un shopping, cenaron temprano (Atilio no comió mucho), prepararon las valijas (Atilio no ayudó mucho) y se acostaron temprano (Atilio ya roncaba)
(Continuará)

Por Javier Arias
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