La banca y el banquito
No es buen orador, pero es espontáneo. Probablemente todo lo que dice tiene que ver poco y nada con los biseles dobles que hilvana hoy más que nunca la política chubutana, por eso suena coloquial y demasiado simple, como un vecino más.
Ricardo Sastre es probablemente el intendente que más mal la pasó en estos cuatro años de gobierno que se están transitando, sin embargo ayer abrió el período anual en el Concejo Deliberante de Puerto Madryn con entereza, convicción aunque mucho menos amigos al lado.
Más allá del alargado discurso y las enumeraciones de rigor, lo importante del `ahí y ahora´ fue precisamente eso, convertirse una vez más en una excepción a la regla.
Podrá decirse que debió ensayar varios gabinetes hasta encauzar una administración inflada por propios y ajenos. Podrá achacársele tanta impremeditación como buenas intenciones, pero nunca podría cuestionársele su osadía de creer que podía gobernar, y finalmente gobernar.
El banquito que nunca tuvo
Ayer mismo, en su discurso inaugural, Sastre figuró un sentimiento: “me sacaron el banquito, pero igual subí al ring, y acá estoy”. La reflexión posiblemente muestre una distorsión evidente que un fino observador deslizó de inmediato: “a Ricardo le hicieron creer que le dieron un banquito y un día se dio cuenta que en definitiva nunca lo había tenido”.
Una cavilación que sintetiza cómo llegó y como se irá Sastre de su rol de alcalde en lo político partidario: solo, definitivamente con su bagaje de adherentes propios, su incondicional núcleo familiar y su trayectoria personal.
Un pecador de optimismo
Cuando Ricardo Sastre aceptó ser quien enfrentara a Carlos Eliceche en Madryn en las elecciones de 2011, todo indicaba que el núcleo duro del dasnevismo daba por descontado que “El Ganso” – que quedó a 400 votos de Buzzi-, ganaría caminando e inflando las plumas en su propia ciudad. Nadie o probablemente muy pocos que no fueran los propios de Sastre, creían firmemente en la alternativa de desbancar al ex intendente después de ocho años de gobierno, que contaba además con caja nacional para la campaña y personalizaba en esa misma elección la única alternativa de Madryn que hasta entonces había aspirado a la gobernación.
La elección del vice, con Alejandro Pagani, un hombre que le manejaba la principal caja al ex gobernador como la obra pública, marcó además la impronta que el propio dasnevismo le daba a la `cruzada´: sostener la parada con un técnico sólido y confiable, y si salía algo en concreto, abrir una puerta de negocios en el Golfo Nuevo. Un sitio casi vedado y poco amigo, donde Das Neves pasó momentos muy incómodos incluso en el período de mayor poder provincial. Un acuartelamiento de la pesca por casi dos meses, una plantada de bandera del empresariado, los límites que le puso la industria a sus aspiraciones tributarias y de aportes ´excepcionales´, el apedreo de sectores gremiales como la UOCRA, el STIA o el SOMU, paros hospitalarios, docentes y hasta avanzadas judiciales fueron un marco que al poderoso Mario le venía a la mente cada vez que cruzaba el Bajo Simpson . En fin, escenarios difíciles de remontar y mucho menos de digerir aún hoy, donde no logra definir candidatos que lo conformen para una ciudad a “disciplinar” con miras a 2015.
Cuando las urnas dieron la sorpresa que a Sastre le había alcanzado para plantar el cambio, aquel tibio cartel electoral que mostraba la cara del “mellizo” y el “ingeniero” tratando de ser, cobró vida; pero también expuso inconsistencias de programa de trabajo y sobre todo de banca partidaria para formalizar un equipo.
El problema de la política es tal vez que lo implícito se devora lo explícito. ¿Quién le decía a Sastre que en realidad debía atenerse a una conducción más orgánica que personalista y que el que iba a gobernar en definitiva era Das Neves?, imaginaban los muchachos de la pulserita verde. Pero ¿qué le debía Sastre a quien apenas lo acompañó un par de veces en algún raleado acto?, reflexionaba la tropa local. Así las cosas, no tardó en producirse la escisión práctica donde el vice se apoltronó en el Legislativo, y el Ejecutivo quedó aun más rodeado de buenos amigos que trataron de proteger al ganador del clásico, que de un programa de gobierno programático.
De allí en más la historia es conocida. Das Neves
pocas veces, se podría decir contadas con los dedos de una mano, derramó un gesto de banca (o banquito) para con Sastre.
En su construcción yerma, Ricardo Sastre tuvo que heredar una estructura que al verse derrotado Eliceche le dejó dinamitada por todos lados, con una caja saqueada y hasta computadoras con la información pública histórica borrada.
Quienes meditan a la distancia lo pasado, aseguran que además de su propio ensayo de administración, el `mellizo´ tal vez pecó por cuestiones de personalidad, en avanzar con un exceso de optimismo mezclado con una subestimación de roles y coyuntura peligroso.
No en vano apeló ayer a una frase de Nelson Mandela, un referente que le dispara el romanticismo que envuelve ese liderazgo soñado. Tal vez como el africano, Sastre se enfocó más en tratar de desmontar una estructura administrativa y política enquistada, y como lo hizo en gran medida con soledad partidaria, engrosó su entorno para llenar espacios de acompañamiento. Un error de cálculo y de caja importante que terminaría convirtiéndose en su propio talón de Aquiles.
Y ahí está…
Con eso y un frente de operativos cuasi mafiosos, Sastre llegó hasta el cuarto año de mandato soportando desde el abandono dasnevista al desfinanciamiento buzzista, además de los múltiples paros, manifestaciones, agresiones, hasta incluso un intento de rapto de un hijo. Terminó colapsado físicamente y reemplazado por aquel que desde el inicio había elegido su mentor: el vice; teniendo que masticar la jugosa amargura que genera el poder descarnado que de tanto destrato se parece a traición. Basta recordar las palabras de Das Neves precisamente el Día de la Lealtad Peronista cuando haciendo referencia a la posibilidad del retorno de Sastre, afirmó que “está claro que él es un problema para la solución del problema”.
«A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada», decía Churchill, no Das Neves.
Pasaron los días y Sastre volvió. Se tuvo que readecuar a un estado de `emergencia´ pensada no sólo para sanear deudas, sino para hacer negocios a expensas del que mande, plantándole la limitante de ser auditado por un Concejo Deliberante y beligerante con una aspiración política sentada en cada banca.
Pese a todo, ayer se vio a Sastre con su mejor traje, leyendo un discurso monocorde, posiblemente enrarecido por la tristeza que produce la descarnada codicia del poder donde sólo superviven los entrenados para digerirse todo y a todos; y el desafío personal que implica la decisión de tratar de repetir el mandato. Machacando tal vez el dicho, “sólo vuelve por lo que realmente valga la pena…”
Evaluar que condiciones objetivas lo rodean para reintentarlo, sobre todo en el marco de incertidumbre de referencias nacional y provincial, será la muestra de lo que aprendió Ricardo de toda esta prueba de fuego que ha sido gobernar su ciudad en su condición de “vecino más con buenas intenciones”, tal como el mismo se identificó. Habrá que ver…