Literatura Impresionista – Parte 1

Los geniales pintores franceses de la segunda mitad del siglo 19 rompieron con el clasicismo que imperaba hasta ese momento en el arte y decidieron pintar cuadros con un nuevo concepto en el manejo de la luz y las figuras. Pintaron aquellas imágenes que eran una representación de la «impresión» que le daba al ojo humano, lo que estaban viendo en el momento de pintar. Así, Manet fue criticado duramente por pintar, alrededor de 1850, un desnudo de mujer con partes de la figura femenina de coloración verde oscura, tal como se lo ve en la realidad en una habitación en semipenumbra. Por esto, Manet fue defenestrado por la crítica, que decía que más que una mujer bella y rozagante parecía un cadáver en descomposición, y no fue aceptado en la exposición mundial de París que se hacía frecuentemente por aquellos años.
Ahora, sin pretender parecernos a estos monstruos creadores, vamos a tratar de hacer una imitación de los cuadros impresionistas pero llevados al relato. Es decir, que no se tratan ni de cuentos, ni de artículos, ni de crónicas ni poesías, sino la descripción de un momento, de un instante dado en donde el que escribe, escribe la «impresión» que le sugiere lo que está pasando.

Puerto Madryn Uno (Impresión desde una ventana del séptimo piso de un edificio frente al mar)

“Es en esta tierra, donde convive el alejamiento, la distancia de las cosas modernas y a la vez el inexplicable cable telefónico y el más inexplicable aún satélite nos conecta en un segundo con el resto del mundo, donde todavía pasa alguna que otra carreta retrasada, es decir, sacada del tiempo, por uno de esos caminos flacos llamados huellas con pastos altos al medio, que acarician los chasis. En esta tierra, sin embargo, todos los caminos conducen a algo.
En esta tierra, que comparte una línea garabateada con el final del mar, otro camino interminable e incierto, solamente apenas delineado por manos humanas y marinas sobre un mapa arbitrario. En esta tierra, a la larga, todos los barcos atracan.
Para aquellos que oyen música al mirar un cuadro y que ven colores al escuchar una canción, es la playa… que se puebla de pescadores al atardecer, la arboleda del camping del ACA, hojas y paz. El tiempo pasa más despacio cerca del muelle viejo, y se acelera a todo lo que da a tres cuadras, donde todas las mañanas bailan trajes impecables y labios muy pintados.
Y se hace un poco más lento hacia el oeste, hacia el norte, donde barrios quietos son despertados por los ladridos de los perros que saludan al camión de basura.
Y se detiene por completo en el arca lleno de papeles, sumergido a varios metros de profundidad.
Quién pudiera ser como aquel hombre feliz, que camina por la playa crepuscular y que se siente dueño de todo lo que ve y a la vez no tiene nada. O como el repartidor de diarios, que acelera su Citroen cargado de papeles del día, rodeado casi siempre de mar, saludos y perros que lo corren al costado.
Quién pudiera dormir tan tranquilo como el arca hundido y despertarse cien años después, para comprobar que por suerte las bardas siguen allí, estáticas y levemente diferentes, a pesar de que ellas también duermen el largo sueño de los siglos.
Pasan los días y las noches, los turistas y las ballenas, las risas y los lamentos, y la luna siempre vuelve a inspirar pintores, y la noche a colgar estrellas del cielo.”

Por Carlos Alberto Nacher
[email protected] www.nacher.com.ar

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