Hoy brindo por un amigo
Por Cándido Rivera
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Estimado Cárdenas, le escribo estas líneas desde la mesa de siempre de nuestro bar de siempre de nuestra ciudad de siempre. Le diré, Cárdenas, que aunque usté no lo crea tomar un café en solitario no es tan divertido como nos quieren hacer creer todos los publicitarios del mundo, que el humito, que el aroma, que el ritual… A la miércoles el ritual sino tengo a quien verduguear enfrente. Así que le pido encarecidamente que se saque de encima pronto esos bichos que le andan dando vuelta por garganta y aledaños. Hoy pasé cerca de su casa y creí haber visto a algunos de ellos que me miraron de reojo, por eso no le toqué el timbre ni lo fui a visitar. No vaya a pensar que fue por no acompañarlo, es que le tengo una cierta aversión a los medicamentos, jarabes y potajes varios, tan amenos a su situación actual como ajenos a mi agrado.
Por eso le escribo, es más higiénico y saludable.
Le cuento, Pelado, que en estos días las cosas no han cambiado mucho en su ausencia, Charly sigue trayéndome el mejor desayuno de Madryn, los turistas siguen tan bulliciosos como siempre, las ballenas tan gordas como de costumbre y el mar, tan ahí como cada mañana.
Y justamente, Pelado, ayer fue su día. No el día de usté, Cárdenas, sino el día del Mar, así, con mayúsculas. Dejando la retórica de lado, Pelado, para que se cultive un poco ya que está haciendo cebo en la cama, le cuento que fue allá por el 5 de octubre de 1937, cuando los directivos de la Liga Naval Argentina, reunidos en Rosario, hacia el final de sus actividades de ese año, firmaron la resolución que instituyó el 1 de octubre como el Día del Mar y de la Riqueza Pesquera. Y le diré que estuvieron muy bien estos muchachos, porque si hay un día para festejar la primavera, otro para los animales, otro para la madre y el padre y hasta para el niño tenemos, era, como decía la tía Felicitas, justo y necesario un día para nuestro mar, ¿no le parece? Porque nos acompaña cada día, con ese azul que nos hace añorar la felicidad de otros tiempos, o con ese verde que nos regala la esperanza de otras felicidades por venir, o con ese gris plomo que llama a la reflexión y a la meditación taciturna sobre nuestros más profundos pensamientos, o con ese celeste, que aunque nos cueste, siempre queremos retener. Una especie de camaleón que en vez de disfrazarse para esconderse detrás del horizonte, se viste de arcoíris para permitirnos ver todas sus facetas y descubrir en cada una un nuevo racimo de oportunidades.
Ayer fue el día del Mar y hay que festejarlo, Pelado. Usté no, que tiene que cuidarse, tomar mucho té con limón y aspirinas y no destaparse por las noches que acá lo queremos y lo extrañamos, pero el resto sí que tenemos que festejarlo. Festejar su plataforma extensa y rica, festejar sus cuevas y sus rincones, festejar sus rumores y sus silencios. Pelado, festejar hasta sus olas que por estas latitudes casi no se dejan ver, pero que se intuyen en cada pequeño reflujo.
Porque le tenemos que agradecer su vitalidad y su empuje, agradecerle habernos traído a esos primeros galeses y también agradecerle por darle de comer a los primeros mapuches y tehuelches. Agradecerles su telón de fondo a ese primer encuentro y habernos acompañado hasta hoy.
Que un día no alcanza, pero es un comienzo. Festejar el día del Mar como se festeja el día a la vida, para aprender a cuidarlo, para querer cuidarlo también. Para mirarlo, estudiarlo, aprehenderlo, cobijarlo, abrazarlo, escucharlo, sentirlo, amarlo… Para conocerlo, para entenderlo, para descubrirlo, para compartirlo, para conservarlo, para amarlo otra vez…
Pelado, un día me vine para estos pagos escapando de un monstruo pero también respondiendo el llamado que alguna vez sintió Jasón y que Ulises desoyó. Llegué mirando hacia este mar respondiendo al profundo rumor de sus rolidos y nunca más le di la espalda, como no se le da la espalda al amor verdadero.
El amor verdadero a nuestro mar, a esta eterna amistad.